EPÍLOGO

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LOS OJOS DE LA MUÑECA.
EPÍLOGO.
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La hermana Lane traga en seco, ella nuevamente intenta manipularla, hacerle sentir que de verdad le tiene apreció, ya lo ha hecho en varias ocasiones y siempre ha caído ante sus encantos. Pero ya no sería así, la máscara se había caído y la manera como llego al orfanato era lo que declaraba todo.

—No... tu no me amas, no amas a nadie —Exclama Lane aterrada del aspecto de Candy y la forma como habla —Y yo... no se qué decir o pensar ahora de ti, Candice.

—No hay nada que pensar, hermana Lane, y no dude de mis palabras. Yo de verdad la quiero mucho. Usted para mí, es como mi madre, es la que me crío, usted formó lo que soy ahora, y por ello, necesito la sangre de inocentes, los mismo que usted crío.

—No... ellos no tienen porque pagar.... Soy yo la que debería.

—No... no será así —La joven cierra los ojos lentamente se va empequeñeciendo, ocultando las alas que habían surgido de su espalda, su figura de adolescente se dibuja suave y contorneada, su piel adquiere color y de nuevo tenía el brillo y candor de sus ojos verdes. Esa era la Candy que amaba —A usted no puedo hacerle eso.

—¿Por qué?

—Porque una vez me prometiste que me amarías y cuidarias —Candy desvía la mirada a la chimenea, arde fuerte y le brinda calor. Sus memorias viajan a muchos años atrás, en los dias cuando la religiosa la recogió de entre la nieve —Aun lo recuerdo tan bien. Fue en este mismo lugar en donde lo prometiste.

Y como si fuera un eco proveniente del espacio, la voz de Lane se da a escuchar en la oficinta, pero no era ella, era la misma Candy usando la voz de la religiosa que evoca esas palabras.

Aquí amamos a todos los niños por igual, y los cuidamos a cada uno. Me encargare de crezcas feliz y alegre, hasta que alguien venga por ti y te de todo lo que una belleza como tu necesita… Lo prometo.

Es con esas palabras que la hermana Lane confirma que ha criado a un engendro demoníaco toda su vida. Y lo que vio esa noche, eran al demonio sembrando a uno de sus hijos en la tierra para que caminara en la humanidad para continuar con su legado.

—Ya sabes que no puedo hacerte daño. Pero no me obligues a hacerlo —Se acerca y abraza a la religiosa con amor, pero ella no quiere que Candy la toque —Ahora dime ¿En donde están?

—Candy... mi dulce Candy —Susurra la hermana Lane, quien accede a abrazar a Candy con ese mismo amor de madre, sus ojos derramaban lágrimas de tristeza. En efecto, no puede negar que le tenía miedo a esa niña... pero también la amaba.

Y por ese mismo amor, debía deshacerse de ella. Porque ella la había criado y la había formado, estaba en todo su derecho y deber también eliminarla.

—Si te amo... y por eso no puedo dejar que hagas una masacre. Lo siento mucho, Candy —La religiosa se quita el rosario y lo enreda en el cuello de Candy. La joven empieza a batallar para soltarse de ella sin embargo, había algo que ni la misma Candy estaba enterada en su propia condición.

El amor... el único y verdadero amor que le tenía a la religiosa no le permitía dañarla. Y el hecho de haberla engañado en que no los lastimaría era su penitencia.

Sigue peleando, y trata de que su nueva forma física se apodere de ella, logra liberar sus alas, que hace que ambas caigan al suelo siguen batallando, furiosas, la hermana Lane haría lo posible por cumplir su objetivo, que ese mal que era Candy no debía salir al mundo, ella sería la perdición de la humanidad si daba un paso... haría lo que fuera necesario.

LOS OJOS DE LA MUÑECADonde viven las historias. Descúbrelo ahora