Capítulo 1: 'Introducción'

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Primer Capítulo

Pasos cortos se escuchaban por la sala, súbitos y desesperados. Rodeando la mesa de suave adobe, repleta de papeles amarillentos y gastados por el no tan agraciado tacto de la humedad y de frágiles dedos blanquecinos y desesperados. Las espuelas de sus botas y el viento que producía el saco con broches dorados y detalles delicados en plateado ondeaba en el ambiente, simulando el corte de un cuchillo. Al aire, la cola de su traje azulado, chocaba contra sus pantorrillas al detener su paso, ideando su plan.

Fuera, el aire helado de Versalles, golpeaba contra la ventana, solicitando permiso para adentrarse en la espaciosa y oscura habitación, sólo iluminada con los rayos tenues del sol, que se colaban de entre los picos del inmenso palacio. Palacio que en algún momento perteneció a una familia. Donde los pasillos no sólo resonaban con el incesante retumbar de las manecillas del reloj cortando el tajante silencio.

El ruido de la puerta contigua resonó estrepitosamente como un balazo por toda la sala, irrumpiendo los pensamientos del francés. -¡Mentor! -Al centrar su mirada visualizó a un encapuchado que jadeaba adolorido sobre el marco de la entrada, apoyando todo su peso únicamente en su rifle azabache, con su traje ahora bañado en tierra y sangre ajena acompañando su cara desfigurada de preocupación -Los guardias se aproximan al edificio. -De acuerdo, agrúpate con los otros, yo... -El súbito ruido de un balazo retumbó por las paredes y se disipó por el aire, al igual que el humo del cañón del mosquete. El encapuchado francés cayó desplomado frente a los orbes azulados. La sangre pronto comenzaría a brotar del cráneo del ya fallecido, despojándose de sus últimos susurros.

El joven, sin haberlo abandonado la sorpresa, escuchó el repiqueteo de una granada en el suelo, con la mayor habilidad que habría ahorrado todos estos años como asesino, se lanzó detrás del escritorio utilizándolo como escudo.

Los vidrios, que mostraban el alzamiento del castillo y los últimos vestigios de su turbulenta infancia, temblaron por sobre él al momento del estallido de la bomba. Los fuertes pasos de dos en dos de los enemigos subiendo por las escaleras del edificio rojizo donde se había colado, buscando darle caza, zumbaban en la cabeza del hombre ascendiendo en forma de golpeteos. Delicados, punzantes, delicados.

Los soldados ya habían llenado la estrecha habitación rodeándolo. Si bien él había recordado, su pistolera había quedado cerca de la puerta, por lo que descarta la idea de tomarla y rebajarle a tiros sus sienes. Relajó sus pensamientos, sentía su presencia en la sala, su relajante presencia, el olor de su perfume que impregnado estaba en sus fosas nasales y en su mente, en lo más recóndito de ella.

La ventana contigua a él despidió con un trágico llanto a todos sus cristales palidecidos del frío quienes fueron recibidos amablemente por el suelo con ese ruido tan particular y ensordecedor. Pareciera como si, por un momento, todo se hubiese detenido.

La cabellera naranja hizo alarde en la sala, complementandose con los vidrios. Con un choque seco de sus botas en el suelo sabía que estaba con su relajante presencia, con la versión adulta de aquella niña que tantos suspiros le había robado de joven. El par de ojos celestes se encontraron con un destello burlesco en los llegados.

Blandiendo su espada, se apresuró hasta cortar la pequeña brecha de distancia entre la presencia y los soldados acorazados en sus flameantes y gastados trajes azules. La filosa hoja chocó contra la contraria, apoyándose en la misma defensa se impulsó hacia los de detrás del mismo. Su hoja oculta se enterró en uno de los soldados por debajo de su cuello armado por un dobladillo prolijo ocasionando un gutural sonido de aquel y un rápido cambio de tonalidades en el dobladillo, de blanco a un rojo vivo. Los demás soldados tuvieron un destino similar, dos de ellos cayeron a manos de sus pistolas, provocando graves gruñidos de dolor en los mismos, otro, por el contrario, probó el filo de su espada con furia en demasía. El balazo que este quiso atinar, casi la hería. El pecho del castaño se oprimió fuertemente al pensarlo, al no sentirla y no tocarla. Apartó ese pensamiento con una fuerte sacudida de cabeza que obligaría a su cerebro a imaginar otras sensaciones.

Versalles y sus Cuervos  [Jacob x Arno]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora