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HaiKuan marchaba junto a su compañero por las calles polvorientas de aquel diminuto pueblo alejado de la civilización. A pesar de ya haber recorrido esos lugares una y otra vez en busca de mercancía de calidad, aún no había tenido la suerte de encontrar algo valioso. Mientras más los días pasaban, más perdía esperanzas de encontrar un pequeño diamante en bruto entre tanta oscura y triste miseria.

Antes de su largo viaje, se le había pintado que aquel poblado carecía incluso de necesidades básicas para una persona y no había nada interesante con lo cual comerciar. HaiKuan no se imaginaba que aquellas no eran simples exageraciones y al principio la deprimente escena le hizo revolver los pensamientos y dudar si seguir buscando o no. La poca o nula actividad se debía a la careciente cantidad de habitantes y la gran mayoría ya eran ancianos. El territorio era tan poco fértil y pobre en recursos que muy pronto podría llegar a su fin.


Los colores de los objetos en el diminuto mercadillo eran casi tan apagados como los viejos y arrugados rostros de los vendedores. Ni siquiera las frutas tenían buen aspecto, no había ningún aroma que llamara la atención. Todo el panorama era desfavorable tanto para él como para su compañero, quien desde el primer día advirtió que no encontrarían nada allí.

Ambos hombres, de gran porte elegante y sofisticado, resaltaban entre el resto de los pueblerinos. Lucían trajes negros y tan distinguidos como la varonil forma de sus rostros. Sin embargo, nadie se preguntaba por qué dos refinados caballeros se paseaban por las calles como si no estuvieran ensuciando con la tierra colorada sus costosos zapatos de cuero brillante.

Los dos comerciantes ya sentían la decepción de los días sobre sus hombros, pero HaiKuan, en específico, seguía ensimismado en la idea de que pronto un milagro caería del cielo y llenaría sus bolsillos aún más.

— ¿A quién se le ocurrió la estúpida idea de buscar tesoros en este cementerio? — Refunfuñó YiZhou, su compañero, echándole en cara su mala suerte.

— Si estamos aquí es porque podemos encontrar algo— Insistía HaiKuan, sin siquiera dedicarle una mirada—. Si quieres rendirte y regresar a la capital, no será un problema para mí. Puedo seguir buscando solo.

— ¿Y dejarte las ganancias en caso de que encuentres algo?— Replicó, sarcástico— No, nada de eso. Llevamos tres días, prácticamente, entre arena y ancianos y me quedaré hasta el último segundo.

— Entonces no tienes nada de qué quejarte.

— Esta expedición fue costosa, así que lo que sea que encontremos debe ser aún más valioso.

— Valdrá la pena.

— Si encuentras un tesoro en menos de veinticuatro horas, yo mismo pagaré esta expedición.

HaiKuan no lo mencionó, pero tomó en serio las palabras de YiZhou. Respondió con una leve sonrisa mientras seguían su fastidioso camino, revisando un día más entre las calles sucias del pequeño mercadillo.


Todo pareció dar un brusco giro en el monótono ambiente, ya que un grito los alertó lo suficiente como para voltear a toda velocidad. HaiKuan presenció un panorama casi irreal y agradeció haber volteado primero, ya que la visión que se le presentó le resultó angelical y hermosa.

Había un joven delgado y pálido, corriendo bajo el sol de ese medio día, desesperado mientras tres hombres grandes y rudos lo perseguían. Sus brazos pequeños intentaban aferrarse a la tela de sus vestimentas para poder cubrirse el pecho, pero corría tan rápido que incluso hacer esto le resultaba difícil. Sus túnicas se deslizaban por su piel así como las lágrimas por su rostro.

Invaluable | ZhuLiuHaiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora