Capitulo 2: Instinto

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"Los conejos salvajes salen a cazar cuando aparece la luna" era un dicho popular entre los guerreros Yato, y significaba que la noche era más adecuada para pelear, justo como lo hacían ahora. ¿Por qué la noche era más adecuada? Porque los sentidos se vuelven más sensibles para aquella raza guerrera, pueden percibir al enemigo incluso sin abrir los ojos... Su sangre los llama, como si la luna les incitara a atacar.

Kamui empujó a Kagura para evitar que uno de aquellos seres inmortales la atravesara con una lanza, obteniendo para él una nueva herida en el brazo.

— ¡Kamui!

— Te dije que no estorbaras, hermanita— replicó el mayor disimulando una mueca de dolor con una sonrisa cuando se quitaba el artefacto que yacía clavado en él—. Oye, estúpido policía de la tierra.

Okita, que sacaba su espada del vientre de uno de aquellos zombies le miró con recelo.

— ¿Qué?

— Estás en mi camino, ¿Por qué no te vas con tus compañeros?— musitó arrojando la lanza con la que había sido herido hacía un oponente que casi alcanzaba a Sougo, rozándole la mejilla a éste en el trayecto, sin embargo Okita no se inmutó.

— ¿Te molesta que esté aquí apoyandolos? ¿Acaso no quieres que otro hombre se acerque a tu hermana? Que asqueroso complejo de hermana.

El Yato ensanchó su sonrisa, y levantó una ceja.

— Tonterías, si la hieren será por su propia estupidez. Aunque... Tiene dos hermanos mayores que le cuidan la espalda.

— ¿Entonces, qué? ¿Te preocupa que la apuñale por la espalda?

— Me preocupa que quieras apuñalarla con cierta parte de tu cuerpo.

La pelirroja, que se encontraba entre ellos luchando contra las criaturas incapaces de morir, los miró enmudecida por la ira mientras su rostro se coloreaba de rojo.

— Que perspicaz eres, hermano mayor— Okita sonrió con sorna.

— Imbéciles, los voy a matar si no se callan ya aru.

Pese a lo dicho, durante la batalla Kamui protegió a Kagura repetidas veces, utilizando incluso su propio cuerpo como escudo, ¿Cómo era posible que aquella debilucha lo hubiera derrotado? pensó con decepción mientras se sacaba una espada del vientre y la arrojaba al suelo. No... Kagura no estaba del todo concentrada, su instinto se lo decía, así como su instinto le decía que era debido a aquel samurai de ojos rojos que luchaba a su lado, y que al igual que él, la protegía ocasionalmente.

— No hay tiempo para esto...— se reprendió a si mismo mientras desprendía una cabeza de un cuerpo inmortal, tratando de redirigir sus pensamientos.

La primera mujer que Kamui amó en su vida fue a su madre, Kouka. La segunda... ¿Fue Kagura? En el fondo sabía que si, pero era vergonzoso admitirlo, además de que ni siquiera la consideraba una mujer. Sin embargo, su amor era innegable cuando recordaba como cuidó de ella desde que nació.

Por lo general, evitaba esos recuerdos, pero ahora solo podía repasarlos lentamente. Cuando Kagura nació, su vida cambió para siempre; su estúpido padre se volvió más estricto con él, su madre ya no pudo levantarse de la cama, y desde entonces debía llevar a todas partes a un pequeño y adorable monstruo de cabello naranja que se aferraba a él todo el tiempo. Al inicio, como a cualquier niño, el parecido que tenía Kagura con Kouka le resultaba encantador y hasta algo romántico, pero tras la muerte de su madre, se convenció a si mismo de que odiaba lo mucho que Kagura se veía como ella... Porque solo le recordaba su pérdida, y que no pudo hacer nada para salvarla.

Hermanos y celosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora