Emma Daila Williams siempre fue considerada una niña con mente grande por su familia. Pero al parecer su gran imaginación nunca la llevó a creer que un día su vida cambiaría cuando una mujer bastante extraña tocara la puerta de su casa y le entregar...
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EMMA SE LEVANTÓ ALREDEDOR DE las 7:00 am del día siguiente, ya que las clases comenzaban a las ocho. Decidió irse a bañar. Cuando salió con su bata de baño, se percató de que Hermione ya no estaba en la habitación, ni ninguna de las otras niñas: Lavender y Parvati.
Tomó su uniforme y volvió al baño. Se colocó su blusa blanca, el chaleco de lana gris, la falda gris, las calcetas, y los zapatos negros. Por último llegó el turno de la corbata roja con dorado.
—A ver… —murmuró Emma para sí misma—. Mamá me enseño… ¿cómo era? ¡Ah, si!
Tomó la corbata y se la colocó, y para su alegría, lo hizo bien.
Salió del cuarto de baño, se fue a desenredar el cabello y dejo que se secara al natural. Miro el reloj que había en la pared, 7:48 am.
Todavía tenía tiempo para una última cosa.
Fue hacía su mochila, reviso que todo estuviera ahí, se coloco la túnica y salió directo a la que supuso era la habitación de Harry y Ron.
Y como se lo imaginaba, ambos niños seguían ahí, durmiendo muy tranquilamente y sin preocupación alguna.
Emma corrió las cortinas. Decidió acercarse primero a Harry. Aprovechando que su cabello todavía goteaba, tomo un mechón de y dejo que el agua cayera en el rostro de Harry. Éste se quejó.
—Vamos, Harry —susurró mientras tomaba sus gafas. Harry se tapó la cara con las cobijas—. Levantate, queda menos de diez minutos para la primera clase.
Harry buscó a tientas sus gafas. Emma río.
—Ten —dijo mientras le entregaba sus gafas—. Ahora despierta a Ron. No espero que lleguen puntuales, pero al menos traten de llegar rápido.
Se bajó de la cama de Harry, y salió por la puerta del dormitorio.
Cuando llegó al Gran Comedor apenas y le dió tiempo de tomar una tostada y beber algo de jugo. Salió lo más rápido posible rápido del Gran Comedor y, aunque se perdió varias veces, llegó a tiempo a clase de Encantamientos.
Había mucho más que magia, como Emma descubrió muy pronto, mucho más que agitar la varita y decir unas palabras graciosas.
Tenían estudiar los cielos nocturnos con sus telescopios, cada miércoles a medianoche, y aprender los nombres de las diferentes estrellas y los movimientos de los planetas. Tres veces por semana iban a los invernaderos de detrás del castillo a estudiar Herbología, con una bruja pequeña y regordeta llamada profesora Sprout, y aprendían a cuidar de todas las plantas extrañas y hongos y a descubrir para qué debían utilizarlas.
Pero la asignatura más aburrida era Historia de la Magia, la única clase dictada por un fantasma. El profesor Binns ya era muy viejo cuando se quedó dormido frente a la chimenea del cuarto de profesores y se levantó a la mañana siguiente para dar clase, dejando atrás su cuerpo. Binns hablaba monótonamente, mientras escribía nombres y fechas, y hacia que Elmerico el Malvado y Urico el Chiflado se confundieran.
