Vino blanco y salchichas

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PRIMERA PARTE:

No era la primera vez que Flavio no oía el sonido estridente del despertador, como no era la primera vez que Flavio se quedaba dormido y definitivamente no era la primera vez que el murciano llegaba tarde a clase.

Levantarse tarde para el chico, significaba no desayunar, no peinarse y ni si quiera lavarse los dientes. Pero sobre todo significaba correr hacia al bus, sin paraguas y bajo la lluvia de Galicia que parecía no acabar nunca.

Nuca era nunca.

Hacía ya tres años que Flavio había llegado a Santiago de Compostela para estudiar Derecho y la verdad es que ni el sabía, o mas bien no quería, saber cómo había conseguido sobrevivir durante todos esos tres años. Probablemente era la maria que se fumaba todos los findes de semana en el piso de su vecino de enfrente lo que lo mantenía ahí, en Santiago y en Derecho.

El caso es que Flavio no tenía el tiempo suficiente como para permitirse el lujo de dormir esos cinco minutos de más. Y mientras intentaba sacar el dinero de la cartera para pagar al conductor del bus que impacientemente lo miraba con descaro, maldecía en su cabeza al despertador, al móvil y a la señora de por lo menos unos sesenta y siete años que le regañaba en gallego antiguo por mojarle el bolso. ¿Pero qué hacía una abuela despierta a las 7 de la mañana? Por dios.

El día había empezado mal para el murciano y solo iba a ir a peor.

Y así fue.

A peor.

Flavio llegó tarde a clase, por lo que tubo que sentarse en los asientos al fondo del aula. Al chico no es que le gustase sentarse en primera fila; pero es que los tres años de experiencia universitaria le habían enseñado que en los últimos asientos no se veía la presentación de Powerpoint que el profesor se iba a limitar a leer durante dos horas, en tono monótono y para nada lo suficientemente alto como para escucharlo desde la última fila.

Flavio, también había perdido el bus a su pequeño, sucio, aburrido y viejo piso de estudiantes al que tanto quería volver para poder tirarse en la cama que había dejado sin hacer y poder dormir toda la tarde, o toda la vida.

Ojalá dormir toda la vida.

Pero no, porque Flavio se había dormido y había llegado tarde a clase y se había tenido que sentar en la última fila para no acabar enterándose de nada, lo que significaba que había terminado pasando toda la mañana echando de menos su querida cama. Porqué, ¿para qué vas a ir a clase si aún así no te vas a enterar de nada?.

Pero todo esto, en realidad solo lo había distraído lo suficiente como para perder el bus en sus narices y como era un día horrible, Flavio también tenía que hacer esa práctica de Derecho Civil de la Empresa que había dejado para el último momento.

Hoy era el último momento.

Hoy, y la cuenta atrás en la pantalla de su ordenador a las ocho de la tarde parecía mofarse de el en su cara: Quedan 4 horas para la fecha de entrega.

Flavio acababa de llegar a su piso cutre, pequeño, aburrido y viejo empapado y aún tenía que; fregar aquella montaña de platos que había en la cocina con un posit con su nombre escrito, recoger la ropa tendida en el balcón con otro posit con su nombre escrito y hacer la maldita práctica de Derecho Civil de la Empresa.

Que mal compañero de piso era, que largo era el nombre de esa asignatura y que mal escribía su nombre  su compañero de piso. ¿Flabio?

Por eso mismo cuando Flavio pulsó el enter, exactamente a las 11:54 de la noche y vio en la pantalla reflejadas las palabras: entregado a tiempo. Casi que se echó a llorar, pero no; al final prefirió ir a la tiendecilla 24h de abajo a ver si tenían pizzas congeladas.

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⏰ Última actualización: Nov 07, 2021 ⏰

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