Epílogo Perdido

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¿Cuándo tiempo ya había transcurrido desde aquel incidente? Tal vez... ¿3 años? No estaba segura, pero juraría que había pasado una eternidad.

- Kagome, cariño, no has vuelto a comer nada hoy.
Mi madre se acercó a mi con una bandeja pequeña, donde un vaso de plástico que contenía jugo era lo único que se encontraba allí. Junto con unas pastillas que me habían recetado los doctores a causa de la depresión que había sufrido unos años atrás.

Aquel ataque que había recibido Inuyasha había sido tan letal, que si no lo hubiésemos traído a la época actual, tal vez hubiese muerto. Mi hermano había ayudado un poco, apoyándonos de manera monetaria y a la vez "sobornando" un poco a los médicos para que no dijeran nada. En la época feudal, esto no hubiera sido posible, pero aún así, él cayó en coma y desde allí, todo cambió para mí. Solía comer muy poco, me la pasaba horas y horas en la habitación de Inuyasha esperando a que abriera los ojos y me dijera una de sus típicas frases, regañandome tal vez por estar tan a su pendiente y olvidarme de mí misma.

- Al menos toma este jugo.
El recipiente bajó de la bandeja hasta mis manos, mientras mi madre sostenía las pastillas en las suyas. Éstas eran una especie de vitaminas que hacían de suplente a la comida, pero siempre con la condición de al menos beber un poco de jugo.

No protesté y accedí. Debía de admitir que minutos después comencé a sentirme un poco mejor, así que me puse de pie y fui al cuarto de Inuyasha. Allí estaba él, durmiendo apaciblemente como cuando la primera vez que lo vi. Al igual que ese día, corté los pasos que me separaban de él y acaricié un poco sus orejas, como esperando a que aquello lo despertara.

- No seas tonta, Kagome.
Me dije a mi misma y tomando asiento a un costado sobre la cama, sostuve una de sus manos y la acerqué a mi rostro. Eso solía reconfortarme de vez en cuando, sentía como si él mismo estuviera acariciando mis mejillas, tan delicadamente como solo él podría hacerlo.

La noche había llegado y sin darme cuenta cuándo me había dormido, abrí los ojos encontrándome así con la dulce mirada de mi madre. Sabía lo que aquella mirada significaba, ella seguía creyendo de que ya era tiempo de dejarlo ir. Una frase suya, dicha hace un par de años atrás llegó a mi mente.

"- Él querría que fueras feliz."

Pero, ¿y si mi felicidad estaba sólo con él? No lo dejaría ir, al menos aún no. Cuando llegara el tiempo de dejarlo ir, yo lo acompañaría.

•°•°•°•°•°•°•°

Una semana más había transcurrido y como era habitual de cada viernes, los médicos realizaban los controles correspondientes a Inuyasha. Mientras tanto, yo recorría los pasillos del hospital pensando, tal vez divagando en hechos del pasado.

El pozo devorador de huesos se había abierto nuevamente, cosa que había sorprendido a todos, pero que aún así, a la vez fue una suerte para poder traer a Inuyasha aquí. La última batalla había sido dura, las aldeas se habían vuelto a reconstruir, pero aún así muchas vidas se perdieron en el cataclismo que se había generado ante el ataque de los 7 guerreros y la reencarnación de Naraku.

Con sólo recordarlo se me erizaba la piel.

Aunque, por otra parte, estaba segura de que Dakotsu había hecho lo que hizo a propósito. Todo con un propósito. Primero, Katana había vuelto. Y tras estar segura de que Inuyasha no podría ser tratado correctamente en la época feudal, devolvió el pozo devorador de huesos para que fuera tratado aquí.

La 8va. Epílogo PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora