PRÓLOGO

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Nikté estaba furiosa, y no era para menos. La diosa de la muerte había llegado al Inframundo con un bebé en brazos.

—¿En qué estabas pensando? —le reclamó Mictlán a su esposa, mientras observaba colérico a la pequeña humana.

—Todo lo hice por ti, mi amor —se justificó la diosa Micte, sin mostrarse arrepentida, ocasionando un gruñido en Mictlán y en Nikté.

—Un vástago de un humano y la diosa de la muerte —señaló, acercando una garra hacia el rostro del menor —. La única cosa que puede lastimarme —sus caras se separaron, y los demás dioses comenzaron a ponerse nerviosos —. Dame esa cosa —extendió los brazos e intento tomarla, pero la diosa Micte retrocedió.

Ante esa acción, Nikté trato de acercarse, pero fue detenida por Zatz, quien, con la mirada, le pidió permanecer en su lugar. Nikté aceptó de la mala gana.

—Espera, mi amor —le dijo —. Si sacrificas a esta niña semidiosa, podrás aumentar tu poder —paso uno de sus dedos por debajo del pequeño cuello de la bebé antes de extender la mano y juntar la cara de su esposo.

—¡Ahh! —exclamó con alivio el dios Mictlán —. Estas en todo, mi amorcito —extendió el brazo y de inmediato una espada hizo acto de presencia.

—Es correcto —se apresuró a decir la diosa Micte al ver la expresión de locura que su esposo le dirigió a su espada —. Sacrificarla ahorita aumentaría tu poder, mi amor —soltó el brazo con que el que había impedido que tomara a su hija y lo desvió —, pero no tanto como si la sacrificaras cuando este crecidita.

La cara que puso Mictlán alerto a Nikté, por lo que se zafó del agarre de Zatz y comenzó a caminar hacia su padre.

—No creo que sea una buena idea —intervino Nikté.

Mictlán y el resto de los dioses, se giraron para verla.

—¿Por qué? —cuestionó.

—Porque, aunque los sacrificios son más efectivos cuando maduran, también son más peligrosos —le dijo —. Si esta niña —miro al bebe —, es informada de sus orígenes, ¿Qué o quién nos garantiza que no intentara rebelarse?

El dios de la guerra razonó sus palabras durante un largo momento hasta que captó una sutil indirecta.

—¿Entonces crees que podría perder? —escupió, insultado.

—Siempre hay una posibilidad —le respondió y de inmediato el resto de los dioses supo que, si Nikté seguía hablándole así, la ira de su gobernante se desataría —. Mátala ahora y no corras riesgos.

La sala quedo en completo silencio, hasta que la risa del dios de la guerra se escuchó.

—Has vivido aquí durante años y a pesar de eso,  tu corazón sigue siendo tan humano como en el pasado —se burló Mictlán, provocando la ira de Nikté —. Aunque esta mocosa creciera, no sería más que una pulga —miro al bebe y sostuvo su cabeza, deteniendo el flote que realizaba a su alrededor —, así que deja de preocuparte —Nikté se mordió la lengua, al mismo tiempo que Mictlán se giraba hacia su esposa —. Sácala de aquí y déjala en alguna aldea humana.

La diosa de la muerte sonrió, y Nikté le lanzo una mirada de odio.

—La dejare con los Teca —informó la diosa, recibiendo a su primogénita —. Ellos la criarán —miró al bebe brevemente —. Te la devolveré cuando tenga, no sé, ¿15?

—Bien —Mictlán sonrió perversamente —. Dales suficiente tiempo para que aprendan a amarla antes que se las quitemos para mi sacrificio —su cabeza se separó ante la emoción.

La diosa Micte rio.

—Mi amado esposo, eres un maestro causando dolor y sufrimiento —lo halago.

—Piénsalo —la cabeza de Mictlán volvió a unirse —, los teca tendrán que hacer todo el trabajo con esta escuincla.

—Serán como nuestros sirvientes —añadió la diosa de la muerte.

—Y en ningún momento sabrán quien su verdadera madre —comento Nikté, soltando el conocido veneno familiar —. Usted no tendrá nada que ver. Nunca. Nada de nada.

—Magnifico —aceptó la diosa Micte, borrando la expresión de horror que había aparecido en sus ojos  —. La voy a mandar ahora mismo —se dio la vuelta y salió de la habitación con el bebe flotando a su lado.

Al irse, Nikté miro al dios Mictlan antes de desaparecer en una nube de humo negro, siendo seguida por Zatz.

—¿No la matarás o sí? —le preguntó el príncipe de los murciélagos, en cuanto ambos aparecieron en los jardines del palacio.

—¿Me crees capaz de algo así? —lo cuestionó de vuelta.

—No —dijo rápidamente —, pero sé que no te quedarás de brazos cruzados —Nikté lo miro —. ¿Qué harás al respecto?

—Asegurarme que no sea una amenaza.

SEMIDIOSES | Maya y los tresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora