Tentación de diablo (Gays)

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Roberto se encontraba descansando sobre su toalla, bajo el veraniego sol de la playa. Llevaba las gafas de sol puestas y pretendía estar dormido, pero en realidad tenía los ojos bien abiertos y se dedicaba a pasear la mirada sobre las chicas de buen ver que caminaban frente a él. Llevaba un año soltero, desde que su novia le dejase, y desde entonces era como una especie de depredador, buscando alguna potencial víctima que llevarse a su habitación. La semana pasada había tenido un buen éxito y no necesitaba, de momento, sacudir el polvo de nuevo. Pero siempre se podía agraciar la mirada un poco.

Roberto también era un poco vanidoso, todo sea dicho. Era un hombre grande, de hombros anchos y extremidades gruesas. Visitaba el gimnasio con asiduidad, con lo que podía presumir de buenos pectorales y abdominales. No se marcaban con total exactitud en su piel, como a un modelo anatómico, pero era evidente que estaba bien formado. Con todo eso y con la capa espesa y uniforme de vello oscuro en pecho, abdominales, espalda, brazos y piernas, parecía en conjunto el típico hombre oso de fuerza descomunal. También lucía barba no muy abundante y pelo corto. Su aspecto de macho era su principal encanto a la hora de conquistar a las damiselas y, aunque no era infalible, le había brindado unas cuantas capturas exitosas.

Aparte de las gafas, en ese instante vestía únicamente un bañador tipo bóxer de color azul celeste. Le quedaba justo y casi parecía que le quedase pequeño en comparación con su tamaño. Mantenía las piernas estiradas sobre la toalla, en posición de V, para que se pudiese observar bien el bonito paquete que se le marcaba. Si las chicas podían verlo bien, alguna habría especialmente interesada que se imaginase hasta dónde podía llegar eso a crecer. Y entonces sería como un anzuelo que alguna pececita ha devorado. Solo tenía que recoger el sedal y estaría en el bote.

Sin embargo, parecía que ese no iba a ser su día de suerte. Veía pasar a las mujeres por delante, algunas acompañadas, otras en parejas, en grupos o incluso alguna solitaria. Pero ninguna de ellas se giraba a mirarle a él. Alguna vez captó alguna mirada fugaz, pero nada que le indicase que la chica estaba disponible o dispuesta. Tras un rato tostándose al sol, Roberto se cansó de estar allí tumbado y se levantó. Había un chiringuito cerca. De momento se iba a tomar una caña. Después ya vería.

Roberto se sentó a la barra. Había una terraza con mesas, pero casi todas estaban ocupadas. Además, él prefería sentarse allí para poder tener su bebida al instante y porque no había que pagar un extra por el servicio de camarero. La bebida estaba deliciosamente fría y era el mejor complemento que se podía tener para un día tan caluroso como ese, con 35º de calor. El ambiente estaba impregnado del sonido de las muchas conversaciones entrecruzadas, el pegadizo ritmo de una música que nadie escuchaba, el lejano sonido de algunas gaviotas, las risotadas de críos que se divertían en la arena y el susurro del mar. Todo estaba mezclado en una barahúnda de ruidos que no permitían centrarse en uno exacto. Era el verano desplegado en todo su esplendor.

Acodado en la barra, Roberto paseó la vista por la abarrotada terraza del chiringuito. Allí no había pudor ni formas, así que la gente se sentaba a las mesas en bañador. Con la mesa de por medio, parecía que los que estaban sentados no tenían parte de abajo. Le recordaba una ocasión en que fue a un bar en medio de una fiesta nudista. Allí nadie iba vestido y cualquiera podía hacer lo que quisiese. Él se quedó sentado a una mesa, ocultando su potencia viril dura mientras mostraba su peludo torso, observando con especial atención a la buena cantidad de mujeres preciosas que había. Esa noche y en ese mismo lugar pudo catar a una de ellas que se le acercó, con toda la intriga, y que le montó la hombría con toda impunidad. Roberto se relamía cada vez que recordaba esa gloriosa velada.

Mientras contemplaba el panorama y se regodeaba con sus recuerdos, un nuevo cliente se acercó a la barra del bar y se acomodó en el taburete de su lado. Roberto no reparó en su presencia hasta que, una vez hubo recibido su consumición, este le habló.

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