Berta era una joven morena y delgada, sus ojos eran azules, su cabello negro y largo, sus tetas eran redondas y su culo importante. Tenía más de dieciocho años cuando se casó y lo hizo para empezar una nueva vida lejos de su tía, de su padre y de su hermano, pero pasado un tiempo lo que le hacía su marido en la cama no la llenaba. Una noche le habló de lo que necesitaba en el sexo para ser feliz.
-... Ya ves, soy una mujer muy rara.
Benito era un hombre enamorado de su esposa y compresivo.
-Vamos para la habitación que haré realidad algunas de tus fantasías.
Berta estaba decidida a volver para su casa, por eso le dijo:
-Prefiero que vayamos al cementerio y las hagas realidad allí.
Benito la miró con miedo.
-¡Ah no, eso si que no!
Berta siguió con su plan.
-Eso es porque no me quieres lo suficiente. Mañana vuelvo para la casa de mi padre.
Benito medía casi un metro ochenta de estatura, pero por la noche le tenía miedo a los cementerios, mas amaba demasiado a su esposa y no quería perderla. Se echó el alma a la espalda y le preguntó:
-¿Encima de qué tumba quieres hacerlo?
La pregunta cogió a Berta fuera de juego, pues ella de noche también le tenía miedo a los cementerios, pero pensando que lo iba a acojonar, se levantó, cogió las llaves del auto sobre un mueble y le dijo:
-Sobre la de Amalia. Yo conduzco.
-¡¿Quieres follar encima de la tumba de una bruja?!
Berta se puso muy seria para decir:
-Sí, y si no lo haces es porque no me quieres lo suficiente.
Benito estaba entre la espada y la pared. Eligió clavarse la espada.
-Vamos.
Al llegar al cementerio estaban los dos cagados de miedo. Saltaron la tapia con la luna menguante en todo lo alto y medio escondida entre unas nubes. Los recibieron dos mochuelos. A Benito le temblaron las piernas al oírlos ulular, pero a Berta aquella música nocturna, aquel olor a barniz mezclado con cera quemada y con otros olores fuertes la excitaron y el miedo se le fue.
Berta, que iba detrás de su marido, al llegar a la tumba de la vieja bruja le puso una mano en el hombro. Benito con el susto cayó de culo sobre la lápida de la tumba y meó por él. Berta le dijo:
-Te iba a decir que te sentaras sobre la tumba pero parece que tenemos telepatía.
Benito no podía ni hablar. La polla se le había encogido tanto que se perdiera entre los huevos. Berta bajó la cremallera de sus vaqueros, después bajó las bragas y el pantalón hasta las rodillas y le dijo:
-Abre la boca que voy a hacer realidad una de mis fantasías
Benito abrió la boca. Berta comenzó a orinar, pero no tenía puntería y el chorro de orina que salió de su coño le cayó en la cabeza, después fue bajando y mojó su cara, luego entró en su boca y al final mojó su cuello. Benito lo agradeció, así su mujer no sabría que con el miedo se había ido por la pata abajo. Al acabar de mear por él le dijo:
-Ahora me vas a comer el coño hasta que me corra cómo una perra.
No iba a poder ser. El enterrador tenía una casa al lado del cementerio y se ve que los habían visto saltar la tapia y lo habían avisado. Sintieron su voz:
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Relatos Eróticos
AléatoireUn extraño indeseado irrumpe en la vida de Roberto. Un extraño de aspecto normal, pero de intenciones lujuriosas.