El día después

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Estaba parado en medio de dos frondosos árboles cuando abrió los ojos, mirando los alrededores bajo la débil luz del sol naciente.

Piccolo parpadeó repetidamente y dirigió su mirada colina abajo. A través de la ventana de la pequeña casa pudo ver a Gohan. Acababa de despertar, y no mostraba indicios de haber tenido pesadilla alguna. Al contrario, rastrojos de un profundo y plácido sueño se apreciaban en el desorden de cabello negro que cubría parte de su rostro, y había pliegues en su pijama improvisado, señal de haber permanecido en una posición durante mucho tiempo. Se había sentado a un lado de su madre delante de la mesa de la cocina. Estaba desayunando, parpadeando con ojos somnolientos y sonriendo perezosamente en agradecimiento por la leche y los bollos al vapor servidos en su plato. 

Piccolo lo observó detenidamente, ocultando su ki sólo por precaución. No pudo evitar estremecerse por el recuerdo que lo alcanzó con la idea de que era mejor ocultar su presencia. Gohan ahora lucía sosegado, y más como él mismo a la luz del alba, pero hace unas horas... 

Piccolo dio la vuelta y emprendió vuelo, como si pudiera huir físicamente de la memoria. Una vez cumplido su propósito de verificar que el adolescente estaba mejor al despertar, no tenía motivos para quedarse. Sobrevoló las montañas y evitó dirigirse al templo, aunque inconscientemente esa fue su primera intención. Seguía lo suficientemente intranquilo como para que Dende pudiera notarlo y preguntarle al respecto. No sabría qué responder en ese caso, por lo que decidió aislarse.

Gohan había sufrido un intenso episodio la noche anterior. El adolescente arremetió contra él, presa de sus propios disturbios mentales, y lo golpeó con una fuerza que, en todos sus años de entrenamiento y con todos los enemigos a los que se había enfrentado, jamás había sentido. El fantasma de su toque violento aún se encontraba en su piel, escociendo y punzando, imposibilitando aún más que pudiera dejar de pensar al respecto. 

Piccolo aterrizó cerca de un lago y bebió de su agua. Al cerrar los ojos, regresó ante él la imagen oscura y tenebrosa de su querido Gohan. Gruñó, enfadado ante el descontrol que se encontraba de sí mismo.

Supo desde un principio de las pesadillas, de esos terrores nocturnos que no dejaban a Gohan tener un sueño tranquilo, pero nunca antes había despertado de ellas, marchado en su búsqueda y atacado en la bruma de sus tormentos. 

Respiró hondo y no se permitió sucumbir a las jugarretas de su aprensiva mente. Se recompuso, abrió los ojos y caminó.

Todo lo relacionado a Gohan siempre había sacado su lado más visceral. Estaba demasiado involucrado. Haberlo visto en ese estado realmente lo había afectado, primero presenciando como la ira oscurecía sus facciones, nublado por el odio ante alguna figura que lo perseguía, a la que se proponía aniquilar a toda costa. Luego sus ojos llenos de miedo por lo que había hecho, miedo de sí mismo. Le recordaba tanto al día en que Gohan tuvo que enfrentarse a Cell y dejar salir aquella naturaleza monstruosa de la que había renegado hasta que ya no tuvo más opción que rendirse ante ella, entre lágrimas, con el corazón hecho trizas. Piccolo no había sabido qué hacer entonces y se sentía de la misma manera ahora.

Las intenciones de Gohan siempre habían estado alejadas de provocar daño. Era un pensamiento incómodo para Piccolo ahora, sabiendo lo que el adolescente guardaba dentro de sí mismo, un poder que los seres del universo más oscuros ansiaban, por el que se había desgarrado, casi perdido. Confiaba en que Gohan pudiera mantener bajo control aquella fuerza, y había prometido secretamente hacer todo lo que estuviera a su alcance para que nunca volviera a encontrarse en una situación en la que tuviera que hacer uso de ella en contra de su voluntad, pero no había tenido en cuenta que el poder era una carga constante. La responsabilidad, la culpa. Gohan tenía que lidiar con ellas y su dolor aún en tiempos de paz.

CIMIENTOS | PICCOLO & GOHANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora