Único.

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—¿Estás enamorado de mí? 

Kazutora escuchó la pregunta mientras dirigía su mirada hacia el paisaje que otorgaba el horizonte, observaba las nubes que se formaban en el cielo inmenso deleitando un poco la luz del día, tan iluminado como lo permitía el sol. Incluso la pregunta que fue pronunciada por Chifuyu lo hacía querer vacilar un poco la situación en la que ambos estaban. Suspirando internamente al saber que el pelinegro tendría muchas más preguntas guardadas en su cabeza, conocía la curiosidad que se cargaba su amigo de hace más de diez años, decidió responder. 

—Sí —admitió—, es  un poco molesto la verdad, al menos no sufro del hanagaki ¿Te imaginas que lo tenga? —mencionó aquel cuento fantasioso muy conocido en Japón, él ya se estaba riendo de su propia imaginación— No me mires así, simplemente es algo que pasó y ya.

Por los ojos angustiados que transmitía Chifuyu supo que no podrían acabar esa conversación temprano.

—¿Cómo? —su voz sonaba sin fuerza, sin la típica entonación sabionda, lo miró con ambos iris celestes a los ojos intentando averiguar qué sucedía— ¿Cómo así? ¿En qué momento? No entiendo, Tora. 

Frunció el ceño ante la pregunta casi queriendo golpear a su amigo por si quiera atreverse a cuestionar sobre ello, o el tono de voz que no era irónico. Parecía como si no confiaba en él, algo que creía que ya habían superado hacía años.

—Recapitulemos, me trajiste a esta playa para observar un poco y caminar para quitarme el estrés que tenía, así que fuimos a una posada cercana para comprar bebidas y...

Kazutora se divertía al escucharlo divagar.

—Estás repitiendo hechos como un niño de primaria —le señaló—. Ya no luces como un oficinista destacado, arreglate esa mueca... Aunque es graciosa.

Chifuyu al escucharlo recuperó su compostura inhalando tranquilamente también desviando su atención hacia el intenso horizonte al que veían en ese día tan soleado. Al observar pudo verlo con aquel gesto suyo que colocaba cuando comenzaba a indagar en su cabeza mordiéndose los labios tan fuerte como los rayos dorados cayendo en su rostro directamente. Estaba tan curioso y a la vez estupefacto que probablemente no lo dejaría irse a menos que contestará a cada una de sus preguntas. Kazutora estaría dispuesto a responder todas ellas más conocía al menor. Tendría miles. Incluso ya presentía el grito que provendría de Keisuke al haber alterado de esa manera a Chifuyu.

—Estoy pensando.

Habló su amigo a un par de metros suyo. No sabía cómo se sentía con la repentina confesión, sin embargo esperaría ante la reacción no tan genuina que tendría. Sabía que lo tendría algo complicado al simplemente decírselo desprevenidamente debido a que Kazutora actuaba por impulso, por corazón, el cual siempre llevaba en la manga de una manera muy protectora para que solo ciertas personas puedan acogerlo. Él mismo había desarrollado un mecanismo de autodefensa para ocultar sus sentimientos ante el pelinegro -anteriormente rubio-, no podía ser él mismo sabiendo que en cualquier instante se le podría haber escapado algún comentario, pero aquí se encontraba al lado de la persona que realmente derribó todas esas paredes, tan estratégicamente elaboradas para que ningún sólo alma pudiera ingresar, para adherirse de forma permanente en su corazón y sus pensamientos diarios. No mentía cuando le dijo sus sentimientos hacia el pelinegro, tampoco lo hacía cuando lo había visto por primera vez y lo juzgo de una manera de la cual se arrepentía. 

En ese entonces, Takemichi había introducido al menor al grupo generando distintas reacciones entre ellos. Aún recordaba con una sonrisa como Manjiro simplemente optaba por adoptarlo de la misma manera con la que había tratado a su favorito pero una manera más simple quitándole los regalos que hacía con regularidad para Hangaki. Draken, exigió un cambio de nombre a temprana edad, lo saludo como buena persona presenta a sus otros amigos quienes sonrieron al empatizar con el rubio teñido. Era más bajo en aquellos días, más pequeño y delgado pero sin duda con mucha más fuerza que él. Keisuke se presentó solamente cuando saludó primero a Kazutora, observándose un poco con su mirada azulina curiosa, recordar esos días era volver a revivir esa llama leve que nació en su interior al cruzar miradas. No supo lo que le esperaba meses después de conocer al rubio. 

No lo llames bebéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora