Relato 2: El segundo coleccionista

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La felicidad era el detonante de su aparición. 

Él era el encargado de almacenar todos los momentos felices. 

No había cosa que le sorprendiera. 

Sin embargo, el chico que tenía al frente no dejaba de sorprenderlo. 

Setenta y dos veces seguidas lo hizo aparecer en la playa. 

Setenta y dos veces almacenó la puesta de sol. 

Le sorprendía que una puesta de sol hiciera tan feliz a aquel chico, hubieron trece días en donde las nubes cubrieron todo el horizonte y siete días  en donde la lluvia hizo su aparición. A pesar de eso, aún si llovía o hiciese frío, él aparecía ante aquel chico para almacenar aquel momento.

Setenta y dos puestas de sol. 

Todas iguales a su parecer.

Aún así todas le causaron felicidad aquel chico.

No podía entender como no se aburría de aquella imagen. 

No podía entender cómo podía estar experimentando felicidad de ver la puesta de sol tantas veces seguidas, todas iguales. Él no podía notar la diferencia. 

Nunca había estado almacenando felicidad tantas veces y debido a un mismo lugar.

¿De dónde podía venir tanta felicidad y emoción? ¿Por qué los disfrutaba tanto? Lo podía notar, en su pasiva expresión.

Él sentía curiosidad y podía percibir el placer que le daba la puesta de sol al chico, pero también sabía que no era algo tan simple como una puesta de sol que le daba felicidad.

No era eso, era algo más profundo que sólo una imagen o un solo lugar.

Pero, ¿Qué era lo que le producía tanta felicidad?

Aparecer continuamente en aquella playa sólo le generaba incertidumbre y mucha curiosidad porque él no se encontraba solo.

Había otro coleccionista junto a él.

Y que ellos dos, en especial aquel coleccionista, estuvieran ahí era sorprendente. 

No tuvo que hablarle para saber que tipo de sentimientos coleccionaba.

Lo notó luego de diez días, después de aquella primera aparición, donde el deterioro en el cuerpo del chico se hizo notorio. 

El chico de quién resguardaba cada momento de felicidad se estaba muriendo.

El otro coleccionista estaba resguardando cada sonido de dolor. 

¿Cómo podían coexistir esos dos sentimientos?

Allí estaban los dos.

Dolor y felicidad.

Felicidad y dolor. 

Nunca le había tocado coleccionar tanta felicidad debido a un solo lugar.

Él por primera vez pudo notar la expresión de alguien que siente dolor y a la vez una inmensa felicidad.

¿El chico era feliz a pesar de sentir tanto dolor?

¿El chico era feliz a pesar de estar muriéndose?

¿Solo por una puesta de sol?

Él había coleccionado mejores escenas. Mejores colores.

¿Qué tenía de especial esa puesta de sol?

Él no lo sabía pero algo dentro de su diferente ser creyó que la felicidad no era de la puesta de sol.

Luego de coleccionar la puesta de sol número setenta y dos, él no apareció en ningún otro lugar.

No sabía cuanto tiempo había pasado, pero luego de un largo o quizás corto lapsus, él se enfrentó al chico una última vez, esta vez para devolverle todos los momentos felices. 

Se veía con un semblante fuerte y saludable, algo mayor, algo joven.

El coleccionista sintió mucha curiosidad al enfrentarlo, y sin evitarlo le habló.

-Este frasco a tus ojos se ve ínfimo pero no te engañes, tiene infinidades de momentos felices. Tus momentos felices. ¿Puedo hacerte una pregunta?

Él chico esbozó una sonrisa y asintió.

-¿Sabes que dentro de ese frasco existen setenta y dos momentos felices que se deben a la puesta de sol?, la playa, con sol o sin sol. ¿Por qué te sentías tan feliz con sólo observar la puesta de sol?

-A veces las acciones mas simples te producen una inmensa felicidad.

-¿Acciones?

-Como caminar. - el chico sonrió y simplemente luego de responder desapareció. 

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