Capítulo 2 -"Como fuera en un principio..."

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Uno, dos, tres.

El tronco cae frente a nosotros haciendo retumbar la tierra, enviando a varios pájaros volar más allá, ahuyentados por el estruendo. Pudimos haberlas cazado. Pudimos, pienso mientras las observo alejarse, habríamos tenido buena comida hoy, pero los dos estamos muy cansados ya. Thomas y yo hemos estado fuera, en el bosque talando este árbol desde que terminamos de comer por la mañana. Necesitábamos leña para cocinar el conejo que David, con mucho orgullo, cazó hace un momento. Como no podemos conservar los alimentos durante mucho tiempo debemos comer al día, o se echarían a perder. Claro que David podría haber cazado aves hoy, si tuviera buena puntería. El conejo recibió tantos rasguños que lo dejaron tirado y desangrándose, hasta que David llegó y lo acabó.

Lindo. Odio que mis hermanos tengan que hacer esa clase de cosas, preferiría hacerlas yo, aunque no sea fanática de la sangre. David aun es un niño inocente. Mientras envolvía el cadáver lloraba. Fue inteligente, se fue a esconder a un rincón, así nadie le preguntaría porque lo hacía, pero sólo observándolo me di cuenta. Pasaba las manos por su cara y sus hombros daban leves sacudidas. A David siempre le han gustado los animales; creo que nunca más lo volveré a dejar cazar otra vez.

Miro a David, sentadito en una piedra a dos metros de nosotros, tan quieto, tan inusual en él. Suspiro y le doy el hacha a Thomas, que la toma y solo me observa, sin preguntar, y camino hacia mi hermano.

Me arrodillo frente a él y lo miro directamente a los ojos, el suena su nariz, lo sé, por el movimiento que hace.

—¿Qué está mal David? —le pregunto estúpidamente porque ya sé que está sufriendo, pero soy pésima consoladora.

 Sin embargo tengo un poco de mejor capacidad de habla que Thomas. Aunque estoy segura de que no poseo tacto en lo absoluto.

Mi hermano me mira con ojos tristes.

—¿Y si tenía familia? —sus ojos vuelven a mojarse y yo frunzo el ceño.

—¿Te refieres al conejo? —el asiente. Yo rasco mi cabeza con nerviosismo. ¿Qué se le dice a un niño para tranquilizarlo?

—Er… bueno David, es un animal —Vaya Sierra, que inteligente has resultado. Estúpida—. Los animales son peligrosos, ya sea si son pequeños o no, y avece… er, a veces es necesario que mueran —David agacha la cabeza y talla sus ojos. Pésimo comienzo— Imagina que… tal vez… el conejo podría estar sufriendo. Sí, es lo más probable. Quizá ya había perdido a toda su familia y lo único que quería era reunirse con ellos. Y tú lo ayudaste —Mi hermanito me mira, sus ojos debatiéndose entre incertidumbre y esperanza por aliviar la culpa— Si y, allá arriba —le digo señalando el Cielo, el mira— él debe estar feliz, y muy agradecido.

—Pero el conejo está aquí todavía.

—No —dice Thomas, decidiendo a ayudarme. Se acerca— El cuerpo del conejo es lo que queda. Ya no está vivo. No va a sentir.

—Sí y —continúo— bueno, mamá solía contarnos a Thomas y a mí, más bien nos leía que el espíritu de los animales y las personas van al cielo a descansar, y luego… pueden volver a reencarnar. Algo así.

—No —dice Thomas, mirando al frente, perdido en sus recuerdos—, ella leía que las almas de los hijos de los hombres que pecan caen en el abismo, o infierno, depende de los pecados que estos lleven encima, que es el equivalente a su penitencia. Las almas de los hombres asesinados caen en el limbo. Las de los hombres buenos van al cielo, al reino de Dios, donde los animales te guían en tu camino, y si es preciso o necesario, te harán renacer en un cuerpo nuevo, dándote otra misión de vida.

—Claro Thomas, suponía que tú lo recordarías de forma tan literal —digo con una sonrisilla. Thomas mira a David.

—Solía decir que somos mera esencia.

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