Regresé a casa con una sensación diferente. Después de todo, trabajar con De la Riva ya no me parecía una idea tan horrible. Les envié un mensaje a los demás para una reunión extraordinaria, teníamos un asunto pendiente por resolver: aceptar o no la oferta de Natalia de la Riva. Cualquiera que fuera la respuesta de ellos, necesitaríamos planear nuestra próxima estrategia, el asunto con Soto Montés no estaba concluido.
Le pasé el sobre a Eduardo quien lo abrió de inmediato. En su interior encontró una tarjeta de memoria y cuatro invitaciones para la inauguración de las Torres Estrata, un complejo de cuatro rascacielos en Reforma. Durante las últimas semanas, la prensa no había dejado de hablar de aquel acontecimiento, un nuevo y exclusivo lugar que albergaría oficinas, lujosos departamentos, tiendas y restaurantes. La fiesta de apertura estaba programada para celebrarse el catorce de febrero, la combinación de San Valentín e invitados de lujo atraería los reflectores.
—¿Una fiesta? —Santiago tomó uno de los pequeños cuadros de cartón que semejaban un antiguo boleto de tren.
—No cualquiera puede obtener una de estas, pero hablamos de la CEO de Rimson.
—¿Ahora es la CEO de Rimson y no la salvaje?
Fingí no haber escuchado el intencionado comentario de Eduardo.
—¿Y si es un virus? —Santiago se acomodó en su asiento.
—Podemos confiar en ella.
Hablé sin pensar y me arrepentí en el acto. Tres pares de ojos voltearon hacia mi lugar.
—El plan funcionó —Eduardo murmuró—, mejor de lo que esperaba.
—¿Cuál plan? —Santiago quiso saber.
—Nada que te importe.
—Al menos ya no gruñes ni pones cara de odio. Y no se trata de algún virus. —Eduardo insertó la tarjeta en su tableta y una secuencia de imágenes se proyectaron—. Son los planos estructurales de las torres: instalaciones eléctricas, cámaras de seguridad, salidas de emergencia, hasta habitaciones ocultas.
—¿Qué pretende que hagamos? —habló Rafael, hasta el momento se había mantenido al margen de la conversación—. ¿Ir a la fiesta y exponernos ante tanta gente? ¿Porqué deberíamos ir?
—Si es un evento exclusivo, Soto Montés debe estar en la lista de invitados. —Eduardo siguió examinando los archivos.
—No tenemos la seguridad de que asista.
—Te equivocas Mictlán, asistirá. —La voz de Coatlicue se escuchó a través del inter comunicador—. ¿Alguno tendrá la amabilidad de abrirme?
Santiago saltó de su asiento y corrió hacia la puerta. Del otro lado, Coatlicue esperaba. Hasta ese momento no habíamos recibido noticias de la central, tanto silencio de su parte no era normal.
—¡Coatlicue, siempre eres bienvenida!
—Tezca, tan cortés como siempre. —Pasó de largo sin dejar que Santiago la abrazara—. Qué bueno que están juntos, me ahorraron la convocatoria.
—Natalia de la Riva es el motivo, necesitamos respuestas.
—Para eso vine, Cóatl. Su misión ha cambiado un poco.
—¿Por qué estás tan segura que asistirá? —preguntó Rafael—. Después del fiasco de Tlalnepantla, lo más obvio es que desaparezca un tiempo.
—Como bien dijo Huitz, es una fiesta importante y Soto Montés es una persona que ama los reflectores. Además, confía en la protección de su peculiar guardaespaldas.
—Aceptar los pases significa aceptar la ayuda de esa chica —comentó Santiago.
—Sería bueno tenerla de aliada.
—¿Por qué deberíamos hacer equipo con ella? —Rafael replicó—. Si desde un principio hubieran querido que nos involucráramos, debieron habernos dicho.
—Ese error tuvo sus consecuencias. Logramos detener el cargamento, gracias a eso muchas de sus operaciones se vinieron abajo. Hernán Soto Montés sabe que lo tenemos en la mira y no será fácil volvernos a acercar.
—Nos hemos hecho cargo de casos más complicados, ese robot no debe ser mayor problema.
—Te equivocas Mictlán, no sabemos cuál es el alcance de sus habilidades. Natalia ha sido poco comunicativa, es la única que sabe como detenerlo. Nos ha dejado en claro que será ella la que acabe con él.
—Y eso la hace más sospechosa, ¿de verdad podemos confiar en ella?
—Ometéotl confiaba en el doctor De la Riva. Ella es una digna heredera de los ideales de su padre y como prueba de su buena voluntad les ha mandado unos regalos.
Coatlicue depositó el maletín que llevaba en la mesa de centro, quitó el seguro y descubrió una hilera de ocho arillos metálicos.
—¡Existen!
Eduardo se abalanzó sobre el paquete, los demás intercambiamos miradas sin comprenderlo. Tomó un par de brazaletes y se puso uno en cada muñeca.
—¿Qué tienen de fantástico las pulseritas? —Santiago examinó otro par.
—La última generación de chalecos antibalas, aunque de "chalecos" no tienen nada. —Eduardo parecía un niño la mañana del seis de enero después de encontrar sus juguetes nuevos—. ¿Quién dispara?
Sin esperar una respuesta, Coatlicue desenfundó su derringer y ejecutó un disparo directo al pecho de Huitz. La fuerza del impacto obligó a mi compañero a dar unos pasos atrás antes de caer sentado en el sofá. En el lugar donde debió abrirse una herida, un punto azul titiló un par de veces antes de desaparecer.
—¡Y funcionan! Si la señorita Natalia nos dará regalos así, yo estoy dentro.
—Les adaptaron un sistema de bloqueo que impedirá que doble cero los reconozca. Al menos eso fue lo que dijo Natalia cuando me los dio.
Juntar la información que De la Riva nos proporcionó nos hubiera tomado tiempo, ni hablar de conseguir las invitaciones o los brazaletes. Sus ofrendas daban pruebas de buena voluntad para ganarse nuestra confianza. Por mi parte, más allá de la deuda con ella, necesitaba sacudirme la espina del último operativo. No podía dejar que Soto Montés continuara ganando el poder que la muerte de Casablanca dejó.
—¿Perderme una noche de gala? Me vendría bien un poco de diversión antes de la función principal—. Santiago tomó su decisión.
—Pero lo haremos a nuestro modo —sentenció Rafael.
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Redención
RomanceÉl, un agente encubierto que se dedica a combatir el crimen al margen de la ley. Ella, la CEO de una de las empresas más importantes del país que busca cumplir con la última voluntad de su padre. Con personalidades opuestas, tendrán que aprender a t...