01. Caída libre

37 6 14
                                    

La noche brinda el camuflaje perfecto si quieres pasar desapercibido. Mis tres compañeros y yo lo entendíamos a la perfección. Juntos conformábamos un equipo letales agentes bajo las órdenes de Océlotl, una organización secreta encargada de realizar aquellas tareas donde la mano del gobierno no podía verse involucrada.

El cobijo de la oscuridad nos protegía para llevar a cabo nuestras "honrosas" asignaciones. Nos encargábamos de ejecutar una especie de justicia fuera de la ley, si a eso se podía llamar justicia. Muchas veces nuestras órdenes no se limitaron a capturar. Hubo ocasiones que debimos ir más allá: eliminar. Aquella noche, la misión entró en esa última categoría.

Sobre un desvencijado tejado de láminas de una fábrica ubicada en el área industrial de Tlalnepantla, vigilábamos los movimientos de las personas debajo a la espera de encontrar el momento adecuado para comenzar la fiesta.

Nuestro nuevo objetivo: Hernán Soto Montés, un hombre cuya fortuna fue construida a costa de inocentes. Él era la clase de persona que daba gusto desaparecer. El tráfico de armas y drogas eran sus principales actividades mas no las únicas; la trata de personas y la prostitución se llevaban la estrella de su corona. Esa noche nos aseguraríamos de ponerle fin a su reinado.

─Están terminando ─escuché la voz de Huitz a través del comunicador─, ¿empezamos?

Estacionados afuera, tres camiones eran llenados con cajas de diferentes tamaños, en las etiquetas se distinguía el sello de Firbiesa, una muy famosa marca de juguetes. Por los datos que nuestro enlace con Océlotl nos proporcionó, sabíamos que el contenido del cargamento estaba lejos de ser inofensivos muñecos. Se trataba de un embarque de armamento con destino a la frontera de Guatemala. Nosotros no debíamos enfocarnos en ello, los camiones serían interceptados por otro grupo. Nuestra atención debía permanecer en la retaguardia.

─Todavía son demasiados ─dijo Mictlán, el líder de la misión─. Una vez que la vanguardia se adelante sólo quedarán tres vehículos. Soto Montés se irá en el último, él es mío.

─Nos quitas la diversión. ─Se quejó Tezca.

Me limité a escuchar a mis compañeros, podía ubicarlos a través de la oscuridad. Llevábamos semanas planeando la estrategia, por lo que sabía donde estarían escondidos en espera de iniciar la fiesta.

Algunos minutos después, varios hombres armados subieron a dos autos compactos con vidrios polarizados, encendieron motores y emprendieron su marcha. Los camiones los siguieron. Esa fue la señal que esperábamos para entrar en acción.

Cada uno, desde nuestra posición, iniciamos el descenso. Sin embargo, antes de que siguiera mi camino, un inusual movimiento captó mi atención. Una sombra se deslizaba entre las vigas del techo cerca del lugar donde permanecí oculto. No había tiempo de avisarle a los demás, ellos podían continuar con la operación sin mi.

Cuando los camiones desaparecieron, y con Soto Montes a pocos pasos de subirse a su limousina, Tezca se abalanzó sobre el chofer. Un delgado cable de acero quedó marcado alrededor del cuello de su enemigo cuyo cuerpo terminó cerca de la puerta del vehículo. Huitz dejó fuera de combate a los escoltas con una lluvia de dardos tranquilizantes. Después de ultimar a otro guardaespaldas, Mictlán arrinconó al último en pie, quien cubría al capo con su cuerpo. Su Beretta M9 apuntaba a la cabeza de aquella persona, quien ─a pesar de tener el cañón a milímetros de distancia─ sonreía con suficiencia.

Con mis compañeros enfocados en sus objetivos, pude alcanzar el lugar donde la sombra se ocultó, justo encima de la pelea de Mictlán —el nombre clave que Rafael adoptó cuando se unió a Océlotl. Una figura se levantó, alzó el brazo y un destello plateado brilló a la luz de la luna. Conocía esa posición, sin pensarlo dos veces, me lancé contra aquella persona en el momento que ejecutó el disparo. Con el empujón, el tiro falló y puso en alerta a los demás. Mictlán rodó sobre el piso mientras que su oponente aprovechó la confusión para poner a salvo a Soto Montés y escapar.

RedenciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora