Apartamento 17-B

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Los recuerdos son borrosos y distantes, como si para alcanzarlos tuviera que hundirme diez metros bajo el agua, sin embargo siempre están ahí, dejándome sin aliento, sin voluntad.

Todo comenzó mientras iba hacia el jardín de niños en el que soy voluntario. Todo el mundo piensa que cuidar a dieciocho niños los fines de semana, sin sueldo, ni dinero para gasolina sacaría de quicio a cualquiera, que debería tomar mis cosas y buscar un trabajo de verdad, por suerte no soy todo el mundo.

Desde que me gradué de la preparatoria he estado aquí, y nunca me he arrepentido de haber tomado esa decisión. Todos los niños tienen algo especial dentro de ellos, algo que todas las personas pasan por alto, después de pasar tanto tiempo con ellos comienzas a ser más sensible a ello. No es simple inocencia, ni pureza, es algo muchísimo más grande que eso, su forma de ver el mundo es muy diferente a la de los adultos, las cosas que dicen son más profundas de lo que parecen y la honestidad, la honestidad es lo primero de lo que te das cuenta. Siempre he pensado que si escucháramos un poco más a los niños y aprendiéramos algunas cuantas cosas de ellos, muchos de los problemas que enfrentamos como sociedad serían solucionados.

— ¡Señor Demian! ¿Podría alcanzarme la caja de macarrones?—Veía como Thomas, el más pequeño de todos los niños, se esforzaba por alcanzar la caja de macarrones que estaba en la estantería de material.

—Seguro Tommy, pero ¿Para qué la quieres?—Él no era del tipo de niños que se sentara en la mesa  a hacer manualidades, solo corría por todo el salón con su figura de astronauta surcando los cielos.

—Ángela la necesita, estoy tratando de ser amable con ella, como usted con la señorita Zoey ¿Sabe?—Dejé escapar una risa entre dientes.

—Ángela mide el doble que tú, amigo ¿Estás seguro de esto?—Ángela no era una niña precisamente delgada, Thomas, quien de por si era pequeño a comparación de sus otros compañeros, parecía medir tan solo dos centímetros al lado de ella.

—No me importa, Ángela ha sido muy buena conmigo y eso es todo lo que importa, ahora señor Demian ¿Puede pasarme esa caja, por favor?—En su rostro podía ver su determinación. Le di la caja y fue corriendo con su astronauta al lugar de la pequeña Ángela.

—Bien chicos, tienen media hora más para jugar, sus padres llegarán un poco tarde hoy.

En cierta parte, la actitud de Tommy  me había inspirado a ir al apartamento ese día. Pasé por una florería que había de paso y compré margaritas, eran iguales a ella, sencillas y hermosas a la vez. Encendí el coche y manejé hasta el edificio. El camino fue demasiado incomodo, sentí un nudo en mi estómago y por cada metro sentía como me comenzaba a faltar el aliento, algo normal, supuse. Zoey era una chica bastante diferente a las demás, me refiero a que nunca la oí hablando de ropa o maquillaje, sabía más sobre deportes que yo, lo cual no es un gran logro, nunca he sido un gran fanático de los deportes, pero gracias a ella aprendí más de mil maneras de lastimarme con cualquier tipo de balón.

Decidí no usar el ascensor, el vómito definitivamente no combinaba con mi camisa, mucho menos con las margaritas.

Usé la copia de la llave que Zoey me había dado hace un año y entré al departamento en silencio, ella todavía debía estar en el trabajo. Puse las margaritas en un jarrón cerca de la mesa de café en la sala y me senté en el sofá. Al mirar hacia su habitación me di cuenta de que su ropa estaba en el suelo, como alguna especie de invitación —Pequeña traviesa— hablé para mi mismo. Me dirigí hacia su puerta pero de pronto una idea me dejó paralizado...Ella no sabía que yo estaría ahí.

Tardé algunos segundos en asimilarlo. Tal vez solo tenía mucha prisa, tenía que ir a algún lugar o qué se yo, no creí que hubiera algo de qué preocuparse. Respiré hondo y abrí la puerta.

A partir de aquí todo se vuelve borroso, como si hubiera pasado en una fracción de segundo. La vi sentada en las piernas de su jefe, gimiendo en voz baja, susurrando algo inaudible. Recuerdo su voz, excusas, la sonrisa burlona de ese hijo de puta, la recuerdo llorando, recuerdo el sonido de cristal rompiéndose, gritos, reclamos. Pero no recuerdo ninguna disculpa, nada que me haga sentir mejor. No recuerdo cómo salí de ahí, no recuerdo haber llegado a mi casa esa noche.

Todo me hizo sentir ahogado, diez metros bajo el agua, sin alguna salida. Cerré los ojos para tratar de escapar, solo para ir a un lugar peor, donde las risas burlonas, los gritos y los llantos hacían eco, donde nunca cesaban. Olvidé sin olvidar, viví sin vivir. Mi vida era un vacío del que nunca podía salir y donde nada podía entrar, donde estábamos solos yo y lo que me quedaba de Zoey.

Veintidós  formas de olvidarme de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora