El bosque Miroi y la carta de Julia

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Los hermanos volvieron a casa y sin hacerse notar, subieron a sus habitaciones. Se recostaron en sus camas, cruzaron los brazos detrás de la cabeza y miraron al techo. Recordaron las palabras del hombre, del duque de Nhiu, esas palabras tan claras de un hombre tan enamorado y tan viejo como el sol.
-El amor es no ver claramente.
-El amor es pensar que has muerto en los ojos del otro.
Se quedaron dormidos, y a la media noche escucharon el cerrar de sus puertas y las dulces palabras de su madre.
-Buenas noches mis niños.

Durante una larga semana, los hermanos atendieron sus responsabilidades con rapidez, pues querían leer los libros del duque otra vez y otra vez. Aunque Evan estaba inquieto y sin esa joven sonrisa de siempre, pues los nervios le comían por dentro ya que un día de esa semana, sería anunciado públicamente su compromiso con Julia e incluso sería el primer paseo de la mano de ella, demostrando el compromiso inminente. Temía que su madre insistiera en una fecha para la boda y mucho más porque esa fecha fuera antes que la boda de su hermano y su prima.
-Hermanito hermanito... No es tan malo después de todo.
-Lo dices tú. El que se levantó a las tres de la mañana para huir de casa y evitar la primera caminata con Nicole. -dijo Evan mirándolo de manera acusadora.
-Pero volví-dijo alzando alzando los hombros y recordando la cicatriz que seguía en su espalda a causa de haber caído mal después de su travesía.
-Sí, después de que te perseguimos y te encontramos cerca de el bosque Miroi.
Nicolás recordó todo de golpe. Como si sus sentimientos llegaran a atacarlo.
-El bosque Miroi ...-dijo Nicolás pensativo- jamás me atrevería a entrar ahí.
-Ni nos lo permiten hermano. El rey prohibió hace años entrar ahí. ¿No lo recuerdas?
-Sí claro. Pero me refiero a que, por más miedo que tuviera, no me atrevería a entrar ahí.

El bosque Miroi era conocido por sus leyendas. Se decía que, tal como su nombre lo indicaba, era como un espejo. Reflejaba todo lo que ocurría en el reino de una manera mágica y exagerada; se decía que cada habitante de Ihlia tenía su propio árbol, si el dueño moría, el árbol se marchitaba y se unía a la tierra. Se decía que si querías asesinar a alguien debías encontrar el árbol de su pertenencia, que tenía las mismas líneas que el dedo pulgar de su dueño y después cortarlo.
Igualmente que si alguien se cortaba el cabello, al árbol perdería hojas. Se contaba que cada árbol tenía doscientas hojas, que era tu vida y cada que pasaban seis meses caía una hoja.
Pero aquello no era lo que aterraba a la gente. El rey había prohibido que alguien entrara pues se decía que ahí habitaban criaturas mágicas, tanto crueles como benevolas, que te harían permanecer ahí; igualmente, una leyenda que se contaba a los niños para asustar, era que al entrar ahí, y si te encontrabas con uno de los habitantes ellos te robarían el alma. Eso aterraba a cualquiera. Sobretodo la historia de los gigantes que se decían aparecían al anochecer y si habían cometido la tontería de haber entrado por la mañana, no te dejarían salir.
Aunque algunos otros más viejos que el mismo castillo, contaban que aquel bosque había sido hechizado por un brujo años atrás volviéndolo más allá de un bosque mágico, un bosque maldito.

Llegó el viernes, y los padres de los jóvenes estaban preocupados por Julia y sus padres, pues siempre habían sido cumplidos y no habían mandado carta alguna.
La señora Maino había intentado entrar a ver a la familia el miércoles, pero la ama de llaves le dijo que la joven estaba enferma. Evan se sentía aliviado por haber pospuesto la reunión, pero se sentía preocupado por Julia.
Eran las ocho, y la cena ya estaba servida. La señora Maino estaba demasiado preocupada, pues su hijo no se comprometería y Julia era una joven un poco débil, pues cuando era pequeña, había sufrido anemia y eso había debilitado su salud; varios en el pueblo rumoreaban sobre esa salud y además, durante esa semana, se creía que ella había tenido muchas complicaciones. La señora Maino prefería evitar esos comentarios.
Tocaron a la puerta y se dieron cuenta que era Keil, el hermano de Julia. El señor Maino recibió una carta.
-Evan...-dijo ausente en sus palabras- es para ti.
El joven se levantó de la mesa y dejó sus cubiertos sobre la carne, lo cual ocasionó que cayeran al suelo al resbalarse y mancharan la silla. Pero todos omitieron el sonido.
Evan abrió la carta y antes de leerla dijo:
-Madre, padre, hermano, disculpen el inconveniente, pero me retiro-subió las escaleras con solemnidad y arriba se escuchó como se cerraba la puerta.
Nicolás, tras terminar la cena, llamó a la puerta de su hermano. Al no haber respuesta se sentó afuera, frente a la puerta de su hermano, esperando a que Lock saliera y le ladrara, una señal que Evan y él habían inventado para que ambos pudieran hablar a solas, sin tener que cuidar sus palabras porque alguien podía estar escuchando detrás de la puerta.
Pasaron las horas, y Nicolás se resignó a irse a su habitación, pensando que su hermano quería estar sólo. Al levantarse para cumplir su misión, Lock salió de la habitación de su hermano y le ladró. Entró a la habitación y vio a su hermano sentado frente a su escritorio viendo la carta con fuerza, como si quisiera desaparecerla o leerla de otra manera.
-Julia está muerta.
-¿Qué?
-Murió en el parto.
-¿Qué?-Preguntó Nicolás asombrado y sin poder creer las palabras de su hermano.
Ese día, el árbol de Julia se unió a la tierra y de aquel gran coloso de 164 hojas dio la semilla de un nuevo pequeño ser de 200 hojas recién nacientes.

MónicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora