La hormiga

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Nunca imagine que me compararía con una hormiga.
Estaba recostado en el piso de mi regadera.
Abrazando mis piernas mientras lamentaba mis penas.
Y allí estaba ella.
La hormiga.
Bajando por mi muslo.
En ese instante pensé.
¿Y si la aplasto?
¿Para qué? pensé también.
Tal vez para aliviar el tormento de su existencia.
Pero al instante me di cuenta.
Que yo no podía decidir sobre su destino.
¿Cuál derecho tengo de aplastarla?
¿Y si ella quiere seguir el camino hacia yo que sé?
Un sentimiento de desorden se desprendió de mi pecho.
Yo no soy como esa hormiga.
Porqué me dejo llevar por la marea.
Influenciar por olas que me llevan de aquí y allá.
Y en cambio ella busca la manera de bajar de mi pierna.
Y alejarse del peligro.
Sentí desdicha y compasión.
Tome con las yemas de mis dedos a la hormiga.
La conduje hacia el lugar más seco del piso.
Y la mire.
Ella caminaba dando vueltas.
En momentos se quedaba quieta.
Venía a mi mente la idea que se había ahogado.
Sin embargo retomaba su camino poco después.
En ese segundo me di cuenta.
Que nadie es diferente a las hormigas.
Alguien más grande que tu puede venir y aplastarte.
Pero a decir verdad.
No hay nada más valiente que escapar de ese destino.
Las hormigas corren.
Se esconden para sobrevivir.
Son muy rápidas.
Y nosotros los humanos.
¿Qué hacemos?
Tal vez nos dejamos aplastar.
Muy pocos luchamos para sobrevivir.
Y en este mundo es el camino más peligroso.
Sin embargo.
A eso se le llama.
Ser uno mismo.

Cantos al olvido del dolor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora