C A P Í T U L O S E I S

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Había mentido. Era obvio que había mentido. Jin dejó escapar un suspiro de alivio y se desplomó sobre el sofá. No era tan idiota para sentirse atraído por un arcángel. Y aquello solo dejaba la puerta número dos: Jungkook había jugado con su mente y lo había negado solo para fastidiarlo a su retorcido modo.

Una molesta vocecita en su interior insistía que aquella clase de manipulación no encajaba con lo que él sabía de Jungkook. En la azotea no había ocultado que había indagado en su mente. Mentir parecía algo impropio de él.

—¡Ja! —exclamó él, dirigiéndose a la vocecita— Lo que sé de él no bastaría para llenar un dedal... Ese tipo ha manipulado a los mortales desde hace siglos. Se le da muy bien. —Muy bien no. Era todo un experto.

Y ahora él estaba en sus manos.

A menos que el arcángel hubiera cambiado de opinión en las pocas horas que habían pasado desde que se largó del estanque de los patos. Aquello lo animó un poco. Estiró el brazo para abrir el ordenador portátil sobre la mesita de café, lo encendió y utilizó la conexión inalámbrica a internet para consultar su cuenta en el Gremio. El historial de transacciones mostraba un depósito reciente.

—Demasiados ceros —Respiró hondo. Los contó de nuevo— Siguen siendo demasiados.

Había tantos ceros que la cifra dejaba el sustancial pago del señor Felix a la altura del betún.

Con las manos sudorosas, Jin tragó saliva y utilizó la rueda del ratón para descender en la pantalla. El pago procedía de «la Torre del Arcángel, Manhattan». Eso lo sabía. Era obvio que lo sabía. Pero verlo escrito en blanco y negro le provocó una sacudida que recorrió su cuerpo de arriba abajo. El trato estaba hecho. Ahora trabajaba oficialmente para Jungkook. Y solo para Jungkook.

Su posición en el Gremio había cambiado de «Activo» a «Contratado por un período indefinido».

Cerró el portátil y clavó la vista en la Torre. No podía creer que hubiera estado en la parte superior de aquel descomunal edificio esa misma mañana; no podía creer que se hubiera atrevido a llevarle la contraria a un arcángel y, sobre todo, no podía creer que Jungkook deseara que lo hiciera. Una fuerte sensación de hormigueo en el estómago empezó a provocarle náuseas, pánico y... una extraña y palpitante excitación. Aquel era uno de esos trabajos que convertían a los cazadores en leyendas. Aunque, por supuesto, para convertirse en leyenda por lo general había que estar muerto.

Sonó el teléfono, lo que puso un agradable fin a aquella línea de pensamientos.

—¿Qué pasa?.

—Yo también te deseo buenos días, cielo —dijo la alegre voz de Jimin.
Jin no permitió que lo engañara. Su amigo no había llegado a convertirse en el director del Gremio siendo Miss Simpatía. Tenía nervios de acero y una voluntad tan fuerte como la de un bull terrier.

—No puedo contarte nada —le espetó Jin sin más— Así que no preguntes.

—Vamos, Jinnie... Sabes muy bien que sé guardar un secreto.

—No. Si te lo cuento, estás muerto —Jungkook le había dejado aquello muy claro antes de permitir que se marchara de Central Park.

«Si se lo cuentas a alguien (ya sea hombre, mujer o niño), lo eliminaremos. Sin excepciones.»

Jimin soltó un resoplido.

—No te pongas melodramático. Soy...

—Él sabía que me lo preguntarías —añadió mientras recordaba todo lo que le había dicho el arcángel de Nueva York con aquel tono engañosamente suave. Una espada envuelta en terciopelo, así era la voz de Jungkook.

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