II

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Mientras mis compañeras se preocupaban por verse más bonitas cada día, yo sólo pensaba en dos cosas: qué estaba mal conmigo y por qué las mariposas vivían tan poco. Iniciaba el año escolar y la reparaciones estaban demoradas. El olor a pintura inundaba los pasillos y una a una caían las mariposas al borde de la muerte. No sabía si era el olor o los encargados quienes las sacaban del techo de caña. Solo me centraba en verlas sobre el blanco piso dando su último suspiro. Sentía que mi vida era tan efímera y carente de sentido como la de aquellas grandes mariposas oscuras.

La primera clase estaba tan enojada que ni siquiera había sido consciente de las clases que transcurrían, no fue hasta dos días después que reparé en la profesora que sería nuestra titular. Su vestimenta totalmente negra captó mi atención. Mamá siempre decía que el negro simbolizaba la pérdida de un ser querido. Yo había perdido a mi mascota hacía mucho tiempo y aún me invadía la nostalgia. Sabía que no se podía comparar con perder a un ser querido pero suponía que para efectos prácticos era similar. A mí me entraban unas ganas insoportables de ser apapachada así que por mi cabeza solo pasaba la idea de abalanzarme a ella y arroparla en un abrazo.

Nunca me animé a nada.

Los días pasaban y yo me dedicaba a escudriñarla, cada día me intrigaba más. Era tan abstraída y lejana y aún así no había visto mirada más dulce que la suya. Su melodiosa voz, casi como un susurro, me enternecía, y su delicada forma de hacer anotaciones sutiles a los talleres me resultaba encantadora. Era la única maestra que realizaba las correcciones con lápiz y con una letra tan diminuta que me producía una ternura sin igual.

Contaba las clases para verla, revisaba una y otra vez la tarea para convencerme de que estuviera perfecta, aún cuando sabia que jamás la pedía.

Recuerdo el día en que nos pidió hacer grupos para los talleres, ¡estaba tan indignada!

—Profe, ¿¡por qué!? Los demás pudieron escoger a sus compañeros, ¡y a mí simplemente me asignó a los que no hacen ni dejan hacer nada! —Elisa me observaba atenta y una débil sonrisa se dibujó en su rostro. Me exasperé.

La única explicación lógica es que me detestaba tanto como para diseñar una estratagema de tal magnitud, pero era tan dulce que eso era prácticamente imposible. Su mirada serena me relajó.

—Porque puede con ellos. Confío en que así sea.

Me paralicé. No podía con ellos pero ante su confianza no me quedo más remedio que resignarme.

Luego de muchos intentos no pude hacer que trabajaran. Si fuera una chica bonita tal vez me hicieran caso solo con coquetearles un poco, pero no era ni bonita ni sensual por naturaleza. Era simplemente la chica lista con la que nadie desea juntarse porque le da vergüenza con sus amigos. Me dolía el pecho de la rabia. Observé hacia el escritorio de profesores y ahí estaba ella, ella y su mirada profunda. No podía defraudarla pero si continuaba un minuto más junto a ellos rompería en llanto. Corrí hasta los baños y lloré lágrimas amargas, cargadas de frustración. Debía pensar en una manera, tal vez así logrará ser diferente a sus ojos.

De regreso al aula tuve la única idea que podría ser útil: sobornarlos. Así fue como terminé pasando mis trabajos a aquel grupo de vagos. Ya no molestaban en clase, todo parte del trato. Elisa me sonreía complacida y con aquel simple gesto a mí no me importaba que seis individuos pasaran las materias con mi trabajo.

Los días pasaban a un ritmo que no se sincronizaba con mi forma de ver la vida.

Comencé a observarla en los descansos, siempre se tomaba un café intenso y sin azúcar, al cual acompañaba con un par de galletas. No se relacionaba con nadie en aquella sala de docentes y pocas veces la veía hablando con alguien.

Un día la profesora de matemática me pidió ayuda con la pila de trabajos. Trozos de madera que representaban un trinomio cuadrado perfecto. A mí solo me interesaba que pesaban y que debían ser llevados a la sala de profesores. Coloqué despacio las cosas sobre el escritorio y observé a Elisa, la sorpresa me invadió. Estaba dibujando. Presa de un impulso me acerqué hasta su escritorio. Los trazos finos daban forma a un colibrí envuelto en una espiral. Me maravillé.

—¿Le gusta? —Asentí—. Más adelante lo pasaré al óleo.

Recordé que la temática de artística de ese periodo era libre.

—Me gustaría hacer algo así para artística.

—¿Pintura al óleo? —asentí sin dejar de observar sus manos. ¡Sus uñas naturales eran tan bonitas!—, ¿la profesora de artística le asesorará?

Mi burbuja explotó en ese preciso momento. La profesora de arte se enfocaba en manualidades y dibujo a lápiz, nos había dicho que no trabajaba en el campo de la pintura.

—No lo creo —expresé desanimada— la verdad es que no le he comentado.

—Si se decide yo puedo ayudarle. —Se levantó y tomó sus cosas—. Debo irme, ya me comentará.

La despedí con una energía creciendo en mi interior. Sólo quedaba convencer a mamá de comprarme los materiales.

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