III

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Los nervios me habían azotado toda la semana, al igual que la ansiedad. Elisa había despertado un remolino en mi interior, cual dragón feroz dispuesto a atacar a cada instante.

El portal color marfil lucía imponente y tórrido a la vez. Segundos después de tocar, la puerta se abrió dejándome ver a una Elisa encantadora. Un abrigo largo dejaba su figura a la imaginación. Me invitó a pasar y una extraña sensación hogareña me sobrecogió. Me invadió el recuerdo de sus cuadros, aquellos que destilaban ternura y amor. Recordé la sensación de mi piel al sentir su mano sobre la mía y la cercanía de su cuerpo que me sobrecogía.

En esta ocasión vi como disfrutaba del aroma del café, me perdí en su sonrisa y en aquella energía que la envolvía y que a mí me embriagaba.

—Y en tus tiempos libres, ¿qué haces? —indagó.

Esa era una faceta que Elisa jamás había conocido de mí, me aterraba una parte de ello, me acechaban los prejuicios. Nunca me había preocupado por lo que los demás pensaran de mi, en ese momento fue diferente, su opinión tendría una relación directa con mi estabilidad emocional.

—Escribo y práctico skate.

—¿En serio? —se acercó más a mí, sin ser consciente de lo que me ocasionaba—. Me gustaría leer lo que escribes —pasó su brazo por mi espalda y me atrapó por un hombro tirando de mí—, y verte sobre una patineta también.

Me relajé, no le parecía una perdida de tiempo como a toda mi familia.

—¿Y tú?

—A mí me atrapan mis pinturas, ya sabes.

Sí que lo sabía. Aún recordaba el día en que me enseñó a pintar. La destreza con la que mezclaba los colores y el movimiento armónico de su mano al delinear los trazos, pero lo que realmente me había cautivado aquel día era la pasión que tenia. Se había enternecido mientras me explicaba, se había perdido entre pinceladas olvidando mi existencia, flotando en un frenesí creativo. Por ese entonces yo solo la observaba maravillada.

—Me encantaban tus pinturas.

—¿Ahora no? —su rostro se pintó con una mueca indescifrable.

Había un único cuadro decorando la sala, desde luego me encantaba, pero deseaba más, ver muchos más.

—¿Me las enseñarás? —murmuré entusiasmada.

—Ven. —Me tomó de la mano y me arrastró por el pasillo.

Sólo podía pensar en el calor que emanaba su mano y el contraste con la mía, que estaba fría. La puerta se abrió y el olor a pintura y aceite de linaza nos envolvió. Una vez dentro me quedé sin aliento. Cuadros de todos los tamaños y colores, réplicas de algunas pinturas famosas a las cuales daba su toque personal, y, en el centro, un cuadro a medio terminar. Muy a mi pesar solté su mano para acercarme a la solitaria figura que protagonizaba la obra central. Una figura femenina oscura en medio del color, distorsionada, mezclándose.

—Es sublime —Acaricié con los dedos el rostro, admiré cada detalle. Era como verla a ella, su alma, frágil y fuerte, presa de una extraña dicotomía.

—Yo siento que hace mucho que me abandonó la inspiración. Estos cuadros tienen años y ese que estás viendo lleva inconcluso demasiado tiempo.

No quería preguntar cuánto porque supuse que desde que se había separado de su esposo estaba triste. Me acerqué y la tomé por los hombros, buscando su atención.

—Entonces la buscaré para ti.

Buscando tu inspiración (Borrador) - EN AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora