IV

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Nunca me había tomado tan poco tiempo decidirme por algo, esto era un merito invaluable. Me había acercado a la maestra de arte y, con una valentía que no era propia de mí, le había anunciado que deseaba trabajar en algo diferente al resto del grupo. Tan pronto le dije que quería trabajar en un cuadro al óleo, ella me anuncio que no podría orientarme. Ya me lo esperaba, y también contaba con la oferta de Elisa. Espere hasta la siguiente clase para hablar con ella y decirle qué me encantaría que me enseñara. Mamá me había comprado los materiales luego de una insistencia poco usual en mí.

—Profe —me acerqué a ella una vez la clase había terminado—, la profesora de artística me ha dicho que puedo trabajar en pintura al óleo, pero que no me podrá asesorar… —me puse nerviosa—. No sé si usted aún desee enseñarme… digo, es su tiempo libre…

—Claro que sí —me dio una leve caricia en el hombro—. Pasa el jueves en la tarde por mi casa y comenzamos. —Estaba a punto de preguntar dónde quedaba pero ella se adelantó—. En el barrio Corazón de María, el edificio junto al colegio, piso uno. —Tomó su bolso, dio unos pasos y se giró a verme—. Nos vemos el jueves. —Asentí.

El resto del día flote entre clase y clase, sin poderme concentrar y sin tener idea de lo que estaba surgiendo en mí. A menudo me perdía entre sus cabellos, entre esos ojos oscuros que me desorientaban.

Revisé mi ropa una y otra vez, no era medianamente decente pero no tenía muchas opciones. Dejé de preocuparme por las prendas y comencé a revisar una y otra vez los materiales. Estaba frustrada. Tan solo tenía un pincel grande y uno pequeño, los cuales estaban bastante deteriorados a causa del uso. Había comprado un pincel diminuto para delinear y este superaba en valor a los demás pinceles juntos. Mamá me había regañado un montón, había dicho que no pensaba que fuera a salir tan caro todo, que no podíamos permitirnos trabajos así. El grito final lo dio cuando, luego de comprar las pinturas y el aceite de linaza, habíamos ido a mandar preparar el lienzo. Internamente estuve de acuerdo con mamá, era demasiado, no podía permitírmelo.

—¡Tendrás que costearlo tú! —me dijo y yo solo me limité a asentir, consciente de no tener un solo peso—. Irás a ayudar a tu tía en el restaurante para reponer el dinero, ¿está bien? —La abracé con fuerza. Estaba perfecto.

Busqué un par de tapas de recipientes de diferentes tamaños y las empuje en la mochila. Me invadía la vergüenza de pensar en la cara que pondría Elisa al ver que apenas me acompañaban cuatro tubitos de pintura, una botellita de aceite de linaza y tapas y cucharas plásticas. Parecía una recicladora. El lienzo tampoco era el mejor, había buscado el precio más barato y el resultado no había sido el que esperaba.

Mamá nunca me daba dinero, pero aquel día me dio para el transporte de vuelta. Compré chocolatinas pequeñas en ves de reservar el dinero, tenía tantos nervios que si no ingería algo dulce antes de entrar en casa de Elisa, me desmayaría. El dinero es una ilusión dolorosa, apenas alcanzó para dos diminutos chocolates de mala calidad que compré en la tienda frente al colegio. Me quedaba uno. No me lo pude comer, pensé en todo lo que Elisa me ayudaría y yo no tenía manera alguna de retribuirle. Sólo tenía un chocolate.

—Pasa. —Me guío hasta el comedor y me hizo un ademán para que sacara las cosas—. No tengo un caballete por el momento así que trabajaremos acá, ¿está bien? —asentí.

Contrario a lo que pensaba, Elisa no se había sorprendido por mis peculiares adquisiciones, simplemente tomó la pintura roja y depósito un poco en la tapa más grande, la que parecía un platito.

—Aplícale un poco de aceite —me dijo, y así lo hice—. Un poco más. —Aproximadamente cinco gotas grandes cayeron sobre la mezcla—. Perfecto. Ahora el blanco.

El dibujo de un par de flores con pétalos marcados y hojas anchas estaba acompañado de un fondo color malva.

Con la cuchara mezcló los colores por zonas, obteniendo diferentes tonalidades y mezclas poco uniformes. Comenzó por la flor más expresiva, deslizando el pincel y trazando algunas zonas en blanco, dotando le iluminación y movimiento a aquella parte de la flor. Pintaba de prisa, como si no pudiera dejar de hacerlo. Yo la observaba, alternando entre la paleta improvisada, la flor y sus manos. Me atreví también a ver cómo todo su cuerpo reaccionaba al placer que le producía el movimiento del pincel sobre aquel trozo de tela. Por primera vez sentí que conocía a alguien que experimentaba emociones profundas.

Elisa se detuvo repentinamente y se giró a verme.

—Continúa —me instó.

Tomé el pincel que me entregaba sin poder controlar el temblor que me embargaba. Hice trazos carentes de destreza y me avergoncé por no ser medianamente decente. Estaba a punto de pedir ayuda cuando un sonido tras de nosotras me hizo detenerme.

—No seas grosera, Janeth, saluda. —Le recriminó Elisa a la joven que se desplazaba en medias por la sala—. Y ve a cambiarte el uniforme. —Janeth le recriminó entre dientes, enojada—. ¡Pero si estás en medias, no te da vergüenza! —Elisa lucía visiblemente incómoda. Yo, aparte de la actitud de la joven con su madre, no veía más problemas. La chica desapareció tras la puerta de la que debía ser su habitación, dejando a Elisa con una sensación de frustración que desee hacer desaparecer.

Después de lo sucedido Elisa estaba dispersa y yo estaba encerrada en la difícil decisión de darle el chocolate o no. Por primera vez observé a mi alrededor. Cuadros magníficos de diferentes tamaños y colores. El más grande retrataba a su hija, al parecer con un par de años menos. No sabía nada de arte pero me vasto solo verlo para saber que la adoraba con toda su alma. Todo era bonito y agradable, no parecía faltar nada. No había caso en darle aquel chocolate, para ella no tendría importancia. Ni siquiera parecía dispuesta a continuar y yo lo menos que deseaba era molestar. Seguro deseaba hablar con su hija. Poco tiempo tardo en confirmar mi teoría, me explico de manera general como darle volumen a las hojas y me dijo que avanzara lo que pudiera hasta la semana siguiente.

Me marché con una sensación extraña y un chocolate en la mochila. Uno que guardé en la caja de las cosas importantes, sin saber porqué.

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Muchas gracias a quienes le dieron una oportunidad y a quienes contribuyeron para que esta historia llegara a más público en Amazon. ¡Mil gracias!

Sí hay alguien que por diferentes motivos no puede adquirla y desea leerla siempre puede ponerse en contacto conmigo, estaré encantada de leerlos.

Saludos, Jade.

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