Botas negras, pantalón grisáceo, una camisa blanca de lana, chaqueta decorada con insignias cuyo significado prefería ignorar: varias condecoraciones de Wehrmachtsadler, parches de la SS en el cuello, una insignia de Asalto de Infantería y una cruz de hierro nazi...
Esa era mi vestimenta, un uniforme diseñado para proyectar autoridad, crear miedo y respeto...
Como gran parte de los jóvenes japoneses, fui reclutado en un rol militar a los veinte años. El entrenamiento y los valores que trataban de inculcarnos no eran más que palabras en un inicio; este trabajo y lealtad no eran más que un arma para mantener a los que amo a salvo... hasta que dejó de serlo.
Desde que el poder militarista aumentó en Japón y comenzaron los rumores de la guerra me esforcé en no ser un simple soldado, subí rangos con disciplina y en unos años logré evitar que mi familia se viera envuelta en esta situación. Ellos fueron enviados a Shanghai por órdenes mías, en el sur de China; estaba lo suficiente lejos de los combates para estar relativamente seguros, y era una ciudad importante en términos de comercio y cultura.
Entonces me separé de lo más preciado que tenía justo después de convertirme en comandante en el campo de concentración de Płaszów, en Cracovia. Así fue como abandoné mis propios ideales y adopté los del ejercito, seguro del bienestar de mi familia quizá a costa del de otros...
•••
Mi nueva casa en Płaszów se veía decente pese al descuidado interior, aunque bien, era un lugar tan digno como podría esperarse en un campo de concentración.
Mis tareas del día no llenaban la agenda de hoy, aun así estaba exhausto y lo que menos quería era preocuparme por mantener limpio el lugar, por lo que, aprovechando que debía reconocer el lugar, me dispuse a tomar una rata que cumpla esos deberes tan insignificantes.
Caminé hasta la barraca más cercana, al parecer de los hombres que se veían como era de esperarse, arrastrando su cansancio de forma grotesca por la zona. En cuanto me vieron, tomaron una postura menos desalineada y esperaron por mis palabras, atentos, listos para obedecer. No buscaba menos.
—Uno de ustedes será muy afortunado, podrá desempeñarse en una labor donde casi podría serles considerados "humanos", así que espero que el elegido haga un buen trabajo o, de una forma u otra, va a pagar por sus errores, ¿entendido? —declaré mientras caminaba frente a los sujetos, viendo cada uno de ellos—. Uno de ustedes será mi sirviente, y no esperen recibir un trato especial, su única función es cumplir mis órdenes en mi casa, pero regresaran a las barracas al finalizar su trabajo.
Mientras hablaba y hacía que cada hombre bajara la mirada conforme me acercaba noté a un prisionero, tenía el mismo temor que el resto, pero se veía distinto. Me planté de frente, observando su patético temblar por el frío infernal o por mi presencia; lo que fuese daba igual.
—Tú no pareces judío.
Lo miré encogerse de hombros, en silencio, los demás prisioneros no hacían más que evitar llamar mi atención, y el maldito frío no hacía más que calarme en los huesos y desesperarme.
—¡Responde!
—N-No lo soy... —dijo de prisa, aún sin mirarme, titiriteando cada palabra.
—Por supuesto que no, tu asquerosa cara lo dice todo. Mírame cuando te hablo.
Su cara se levantó un momento antes de bajar de nuevo, dejándome ver sus facciones asiáticas, no japonesas, pero asiáticas a fin y al cabo. Esa cara era una que podía tolerar más que la de cualquier judío aquí, y esa sumisión no sería un problema para mantenerlo a raya.
—¿Y bien? ¿Cuál es tu nombre?
—Tet... Tetsuhiro, señor —musitó.
—Muy bien. Sígueme, tú harás lo que te diga —justo en cuanto terminé la frase sus ojos viajaron al resto de prisioneros, asustado. Realmente patético—. ¿Qué? ¿No te molesta, verdad? Sé que no, y que harás lo que te diga, porque no tienes otro camino, en todo caso.
•••
Por supuesto que no era judío, por supuesto que le molestaba ser su sirviente, más que eso, le aterraba, pero como bien dijo el comandante: "no tiene otro camino".
La historia acerca de la llegada del joven Tetsuhiro al mismo lugar fue muy diferente.
Vivía en su natal Taiwan junto a su familia bajo el dominio japonés, eran tan discriminados que se vieron forzados a cambiar el nombre de sus hijos por unos más japoneses, sin embargo, cuando se restringió la educación para los jóvenes se dieron cuenta que la situación no mejoraría.
Con todo el dinero que poseían escaparon a Europa antes de que Tetsuhiro y Kunihiro fueran reclutados en el ejercito, pues sus padres sabían que era una sentencia de muerte para sus hijos de raza "impura". Pero, como si la vida se burlara de ellos, se encontraron en un lugar mucho peor.
Tetsuhiro no recuerda muy bien lo que pasó en ese entonces, su mente solo puede recordar el ghetto en Cracovia, el momento en que le dispararon a su hermano por oponerse, cuando lo separaron de sus padres y fue cargado a un vagón repleto de personas aptas para trabajos forzados.
La comprensión de que pudo hacer todo bien en su vida y aun así todo se vino abajo fue tan cruda como ese invierno. El miedo, el frío y la soledad serían su única compañía al llegar al campo de Płaszów.
Así se dio aquel primer encuentro donde, arropado únicamente con ligeras ropas y temblando bajo una delgada tela, lo miró por primera vez...
Hola hola.
Llevo un tiempo pensando en esta historia y no había podido dedicarle el tiempo para desarrollarla, pero por fin me decidí a publicarla. Cabe aclarar que se representará una relación poco sana y que es solo ficción, además de que tiene muy pocos datos apegados a la realidad, por lo que no deberían fijarse en que sea históricamente correcta xd.
Así que eso es todo, espero que la disfruten tanto como yo disfruto escribirla.
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El sirviente del Herr Kommandant
Fiksi PenggemarSouichi es un comandante japonés que, al principio obtiene su trabajo por conveniencia, mas poco a poco adopta las ideas que su gobierno busca imponer hasta el punto de creerlas propias. Tetsuhiro, su sirviente, cree que aún hay bondad en su interio...