NIVEL 1

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LA MÁQUINA


"Debería haberme quitado la piedra del zapato" pienso mientras bajo las escaleras de dos en dos. Inés lleva varios minutos esperándome. Corro el último tramo hasta la puerta y giro la manilla. El ruido de la puerta hace a Inés alzar la vista. Esta sentada en el portal del edificio de delante. Se sacude la falda y se pone pie.

-Llegas tarde.- Dice. Lleva el pelo recogido en una pinza de leopardo, y unas gafas de sol en la cabeza a pesar de que es de noche. Empieza a andar, sus botas negras resuenan sobre el asfalto.

-Lo sé.- digo, mientras la empiezo a seguir.

Las luces amarillentas de las farolas le dan un ambiente lúgubre a la noche, hacen que las sombras sean más agudas y espero que en cualquier, momento de alguna esquina, aparezca una rata negra y me de un susto de muerte. Andamos en silencio. La noche es cálida y se puede oír el ruido de los coches que avanzan en la avenida. No nos cruzamos con nadie en todo el trayecto. Giramos por un callejón hacia la derecha, la luz verde radioactiva del letrero alumbra la calle. Intento mirar el nombre del sitio pero las luces son tan brillantes que duele a la vista, como si estuviese mirando directamente a un eclipse. Hay un segurata en la puerta, nos mira de arriba abajo pero no nos dice nada. Nos sujeta la puerta mientras nos adentramos en el local, la música del interior invade la calle silenciosa. Hay un chico joven que lleva los auriculares puestos y mira distraído el ordenador detrás de un mostrador de cristal. A excepción de él, el lugar parece desierto. Recorremos los largos pasillos formados por cientos de máquinas recreativas en silencio. Inés me pellizca en el brazo, y ladea la cabeza.

-Allí.- dice.

Miro hacia donde señala y la veo. La máquina que hemos venido a buscar. Esta debajo de un fluorescente roto, sumida en semi oscuridad. Son tres máquinas en una, una máquina al frente y dos a cada lado. La cuarta pared es una puerta rosa, y por lo que cuenta la leyenda, hace que revivas sueños que ya has tenido, pero que no sabes como acaban, porque lo has olvidado, o porque te has despertado antes de que finalizaran. Paso los dedos distraídamente sobre los botones, la pantalla está en negro. Inés extiende la mano y mueve los dedos. Busco en los bolsillos de los pantalones una moneda y se la dejo sobre la palma de la mano tendida. Inés mete la moneda por la ranura y le da al botón  que reza <EMPEZAR>. La pantalla cobra vida con una oleada de colores. <ONE PLAYER> <TWO PLAYERS> . Inés selecciona dos jugadores. Durante unos segundos la pantalla se funde a negro, oímos como algo cae en el buzón de los premios. Inés se agacha y saca dos chupachups de fresa. Me tiende uno y arquea las cejas. La pantalla vuelve a iluminarse y la palabra <EMPEZAR> vuelve a aparecer, esta vez de manera intermitente. Saco la tarjeta que llevo en el bolsillo trasero de los vaqueros y se la enseño a Inés, que la ojea curiosa.

-Vamos allá. -Dice.

Empiezo a dictarle las instrucciones que un desconocido me ha dado en una discoteca y que están escritas en el reverso de la tarjeta. Yo digo "el botón de la derecha", Inés presiona el botón de la derecha. "Estira esa palanca", Inés estira la palanca. Sigo todas las instrucciones hasta que se acaban y la pantalla de la máquina  vuelve a fundirse a negro. Nos miramos ansiosas. Antes de que pueda preguntar si ha funcionado, la máquina del lado derecho empieza a emitir una música estridente e hipnótica. Nos acercamos a los mandos. Es el típico juego del gancho, solo que no hay marcianos, como en Toy Story, ni peluches. Es una caja llena de llaves. Acerco la mano hacia la palanca de mandos, pero antes de que pueda mover nada, Inés dice:

-Deberíamos leer que pone en la tarjeta.- Asiento con la cabeza y ella lee.- "Comeos los chupachups ahora".

Miro el chupachups. Parece uno normal, de fresa. Lo desenvuelvo y me lo llevo a la boca. Inés hace lo mismo. Señala con el dedo un cartel que esta pegado en el cristal del juego <Solo se necesita una llave por partida>. Con el caramelo aún en la boca empiezo la partida. Hay tres rondas, estiro un poco los dedos y empiezo a mover los comandos. En la primera ronda no saco ninguna llave,  en la segunda saco tres. Inés coge una de la ranura y deja las otras dos donde han caído. Se acaba la música de la máquina y las lucecitas brillantes que la adornaban se apagan. Una melodía alegre se escucha al otro lado de la máquina. Retrocedemos hasta el primer juego y vamos al de la izquierda. La tercera máquina es el juego de acertar la llave en la cerradura, solo que no hay premios, solo una cerradura.

-Todo tuyo.- le digo.

Inés coloca la llave del juego anterior en un hueco adornado con lucecitas en el que pone <Colocar aquí la llave>. Una vez colocada varios engranajes empiezan a girar y la llave aparece en una esquina del cristal. Unas luces brillantes se encienden. La música cambia a una más movediza y un letrero de bombillas amarillas se ilumina diciendo <Adelante>. Inés pulsa en la tecla de ascender, luego a la derecha, luego a la izquierda dos veces. Se pasea hasta uno de los laterales. Luego la sube dos veces más antes de darle al botón rojo en el que pone <ABRIR>. La llave encaja a la primera, y la máquina se apaga y nos da tiempo de escuchar como unos engranajes se mueven. Nos acercamos deprisa a la puerta rosa, llegamos a tiempo para ver como se abre. Hay un cartel blanco en la puerta en el que pone "Tirar los chupachups antes de entrar" y una flecha señala hacia una papelera negra que no se ve bien por culpa de la iluminación. El espacio al otro lado de la puerta parece gigantesco, irreal. En medio de la estancia hay dos sillones de piel marrón, uno enfrente del otro. Me siento en uno, y cuando Inés está sentada en el otro la puerta se cierra. Unas máscaras empiezan a bajar de una trampilla que se pierde en el techo. La cojo con ambas manos, y antes de colocármela le pregunto:

-¿Lista?

-Vamos.

Me acomodo la mascarilla, unos segundos después me recuesto hacia atrás en el sillón, de repente muy cansada. Empiezo a ver borrosas las esquinas de mi campo de visión, como un difuminado a negro que va ganando terreno. De repente ya no veo nada y siento que me caigo en la oscuridad.

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