NIVEL 3

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CANAPÉS


Parpadeo. De repente ya no estoy sentada en la silla de plástico. Estoy en la tribuna, de cara a los desconocidos. El asiento de Anónimo está vacío. Todos me miran expectantes. El irlandés levanta los pulgares y me sonríe. Miro a las dos personas sentadas a mi izquierda, pero están mirando al público. Mi mano izquierda se está aferrando con fuerza a la baraja de cartas. Las miro. Al parecer son tarjetas que tienen escritas a mano frases cutres que intentan parecer un discurso de pésame sacado de Yahoo respuestas. Alguien carraspea. Una mujer delgada y alta, de piel pálida. Parece una catrina. Me pregunto si será esa la etiqueta de su silla. <CATRINA>. Enciendo el micro de la tribuna y se oye un pitido. Todos se tapan los oídos y gruñen. Me aclaro la garganta y leo el contenido de la primera tarjeta.

-Era buena persona.- Veo a los desconocidos asentir, a unísono. Lo considero como muestra de buena señal, por lo que continuo leyendo la siguiente tarjeta.- Era muy buena persona.- Y otra.- No merecía morir.

Sigo así, tarjeta tas tarjeta, hasta que solo queda una. <Nunca te olvidaremos>. Repito el contenido en voz alta. Todos aplauden. Algunos se ponen de pie. Un señor, vestido con lo que podría ser ropa tradicional de los Alpes austriacos, llora a moco tendido, al igual que la Catrina. La persona vestida de rana consuela a una niña que va vestida de amarillo, de pies a cabeza. Las botas, el vestido, el lazo y las gomas de los aparatos de los dientes. Una puerta de la izquierda se abre, por ella sale un señor vestido de mayordomo.

-El velatorio está servido.- Dice, antes de dar dos palmadas al aire.   

Unos camareros salen en fila por la misma puerta por la que ha entrado el mayordomo. Llevan bandejas de plata alzadas llenas de aperitivos que consisten en croissants de chocolate y chupitos de gazpacho. Los desconocidos se acercan a la entrada del velatorio, los sigo. Cojo un croissant de una de las bandejas y me acerco a la puerta. Soy la única que queda por entrar. Tengo medio pie en el umbral cuando el mayordomo cierra la puerta, dejándome fuera. La puerta tiene una ventana de cristal. Veo a los desconocidos sentados en unos bancos, parecen los bancos que hay en las iglesias, en las que se sienta la gente para escuchar la misa. Todos están girados, mirándome fijamente. Me dispongo a pedirle al mayordomo que me deje entrar, pero el habla antes que yo:

-Creo que esto es muy duro para ti. No lo soportarías.- Me mira fijamente y sonríe.- Lo mejor será que vayas a dar una vuelta.

Voy a replicar, pero entonces el mayordomo chasquea los dedos y desaparezco.

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