Capítulo 1: Observación

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Noah

Suena la alarma del despertador. 6 de la mañana. Por más flojera y sueño que tenga, tengo que levantarme para ir al trabajo. Llegar tarde no es lo mío.

Me lavo los dientes y me doy una ducha. Me pongo mi ropa casual. Chemise marrón, jeans desaliñados pero presentables y unos convers blanco y negro. Salgo a hacer mi desayuno. Lo más que puedo hacer y comer: cereal con leche, nunca falla. 6:45 AM, tiempo récord para mí. Entro a trabajar a las 7:30 AM. Me alisto y salgo del apartamento.

Creo que puedo contarles algo de mí. Mi nombre es Noah Rogers y tengo 19 años. Vengo de los lados de Harlem, Nueva York. Así que sí, conviví con muchos afroamericanos, de las cuales me he hecho buenas amistades. Son buenas personas. No entiendo cómo otros los discriminan por su color. De verdad no los entiendo.

Y bueno, vengo de una familia de bajos recursos, pero nunca nos ha faltado el alimento. Cuando me gradué, decidí tomar una carrera en Literatura, ya que me encanta leer y además escribo en un blog de la cual tengo muchos, aunque no tantos seguidores. Me costeo mis estudios trabajando en un café casi cerca del Time Square, y voy a clases nocturnas. Así es, vida ocupada. Vivo en un apartamento que fue de un familiar, aunque no es gran cosa, es cómodo por lo menos.

Tomo el tren. Por lo menos la estación queda justo frente al Pete’s Cafe. Me encuentro con mis compañeros de trabajo: Malik, Henry y Rachel. Somos buenos amigos. Los conozco desde hace tiempo. Al rato llega el «jefe Pete», cómo le decimos de cariño. Siempre ha sido flexible y comprensivo con nosotros, aunque solía ser muy directo. Pero nada de qué quejarme.

Aprendí a ser barista por Pete. Por eso atiendo y sirvo al cliente el tipo de café que quiere. Entonces, llegó ella. No sé en qué momento Malik me estaba hablando, andaba con la cabeza en otra parte

—...y hablando de la reina de Roma —dice él. No le prestaba atención a lo que me estaba diciendo

Y sí señoras y señores, damas y caballeros, niños y niñas de todas las edades que leen esto, ella es nada más y nada menos que Clementine Fitzpatrick III. Hija de los dueños de Construcciones Fitzpatrick y Asociados, Inc.

—¿Lo mismo de siempre señorita Fitzpatrick?

—Por favor

Siempre pide lo mismo. Café con leche y dos Muffins. Seguramente va a ir de compras como hacen los niños ricos. Tomo un vaso, vierto el café de la máquina espresso y le agrego la leche (no sean mal pensados). Dios, está caliente, pero estoy acostumbrado. Dejo el vaso en el mostrador, agarro unas pinzas, agarro dos Muffins y se lo pongo en un pequeño plato.

—¡Rachel! — llega corriendo desde no sé qué parte, creo que atendiendo al cliente — Para la señorita de allá

Le señalo al de cabello teñido de amarillo. Rubio, cómo se dice. Está sentada en la esquina que da hacia la calle. No es que le tenga odio a los ricos, ya ellos hicieron su fortuna haciendo su trabajo. Pero me cae mal que ellos se sientan los más importantes que los demás, como si nosotros fuéramos el banquillo para que descansen sus pies.

Clementine

Llevo yendo a ese Cafe desde hace un tiempo. Desde que lo ví a él por primera vez, no he dejado de ir. Creo que debería hablarles un poco de mí.

Me llamo Clementine Fitzpatrick III. Hija de Frederick Fitzpatrick Jr. y de Caroline Montgomery, dueños de Construcciones Fitzpatrick y Asociados, Inc. Y bueno, yo vendría siendo la típica niña rica y consentida de papi y mami. Que en cierto modo, es así. No me quejo de mi vida. Sin preocupaciones. Lo tengo todo y eso es suficiente con eso. Tengo como 5 autos míos, 6 grandes en mi tarjeta de crédito, una gran mansión… bueno, no tengo necesidad de añadir más cosas.

Siempre que me despierto, me ducho y me visto, tengo siempre listo el desayuno. Pancakes bañados en sirope de jarabe de arce y jugo de naranja. Francis, la sirvienta, siempre intenta quedar bien antes mí.

—Buenos días señorita Fitzpatrick. Su desayuno está listo —me dice agachando la cabeza en señal de sumisión.

—Muchas gracias —le digo seriamente.

Me cae bien, pero hace falta que ella tenga clase y estilo para poder agradarme. Solo me limito a tratarla bien y no ser grosera con ella. 6:45 AM. Ya debo ir a tomar mi café antes de irme de compras. Pero tengo que verlo. Subo a mi Lamborghini rojo deportivo.

No es que nos hayamos dirigido la palabra salvo para hacer mi pedido. Solo me gustaba verlo. Y solo quisiera que él rompiera el hielo y me hablara. Lo sé, lo sé, sé que dirán «Dijiste que hace falta clase y estilo para agradarte». Es verdad, pero él era diferente. Diferente a todos los chicos que he conocido e interactuado.

Entro al Pete’s Cafe y lo veo en el mostrador, perdido en el aire como siempre.

—¿Lo mismo de siempre señorita Fitzpatrick? — dice él con una voz… no sabría describir esa única voz

—Por favor — me limito a responder y me dirijo a la mesa que da hacia la calle

Me dedico a observarlo con detenimiento y detalladamente. Cómo levantaba a veces la comisura de sus labios, los movimientos de sus brazos yendo de aquí para allá, su mirada tan penetrante, su sonrisa tan perfecta… podía sentir mariposas en el estómago.

Si tan solo él me viera como yo lo veo. Pero sé que no es así. La gente de su clase tiende a juzgar o ver con malos ojos a los que son ricos. Y sé también que él piensa lo mismo. Vamos a la misma universidad, también lo he observado. Una cosa a aclarar: no soy acosadora, solo me gusta observar.

Escucho que llama a una chica. Dios. Me encanta cuando alza su voz. Para mí es única. Se acerca la chica y me da mi orden.

—Su pedido señorita Fitzpatrick — dice la chica pelirroja con rulos y pecosa, típico de ellos

—Gracias — le respondo como si fuera mi sirvienta

Mientras comía, me quedaba viéndolo. Sus ojos, sus movimientos, sus labios… creo que ya se los había descrito. No puedo dejar de pensar en él. Quiero saber cómo saben esos labios en los míos.

Entre amores y riquezas [EN CURSO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora