Shoto se sentía vacío.
Por eso cuando esa noche de invierno llego luego de un helado día de jornada de estudio, estar un solo momento entre sus brazos lo hizo sentir cálido.
En ese momento realizo la pregunta que nunca imagino que saliera de su boca...
Gracias a la petición de pocos, me anime a escribir la continuación de esto que puse mi mayor empeño posible.
Sinceramente desde la primera parte, estuve muy indecisa si terminarlo ahí, pero se veía mejor ahí en mi mente.
Espero que le den tanto amor y apoyo como el primero.
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El invierno se acerca, el cual se hace muy presente con la nieve que cae lentamente en el exterior. Las ramas de los árboles se pintan de blanco, sustituyendo el lugar de las hojas que tuvieron que irse con la estación del otoño.
La luz solar es cada vez más escasa y durante el día predomina el cielo nublado, los pájaros se encuentran en sus nidos cálidos, al igual que los humanos todos están en sus hogares abrigados y abrazados por el calor que es creado por la calefacción de sus casas.
Los primeros copos de nieve chocan contra el cristal de las casas y medios de transportes; las cortinas se mantienen abiertas que deja al descubierto el como las calles están pintadas del blanco de la nieve.
Un sábado en la mañana, cuando una parte de la población descansa a la semana de estar encerrados en sus trabajos. El televisor está prendido, pasando cualquier película navideña que caracteriza la estación del frío invierno.
El gato de pelaje esponjoso blanco se encuentra enrollado en un montón de colchas cálidas que están en su cama que dicho objetos son perteneciente a sus dueños, trae puesto un suéter azul celeste tejido mientras sus felinos ojos amarillos miran atentamente a uno de sus dueños preparar chocolate caliente.
El crujido de la puerta capta la atención de ambos seres vivos que se encuentran en la sala del hogar. Viendo de forma interesada como se asoma una figura conocida para los dos.
—Llegue —la voz ronca hace que el de cabellos bicolores se acerque a su pareja.
—¿Cómo te fue con tu madre?
—No nos matamos, por cierto te manda un par de cosas que piensa que te hará feliz —el recién llegado, retira la enorme chaqueta negra decorada con destellos naranjas, que trae ligeramente una capa de nieve y la cuelga en el perchero, para después quitar el gorro que hace que salgan alterados los cabellos rubios.
—Mmh, ¿Qué es? —pregunta curioso, tratando de mirar alrededor de los cabellos rubios.
—Tranquilo, están en el auto —palmea el hombro de su esposo, mientras una mano se acomoda en la cintura ajena. —Primero, probemos tu intento de chocolate.
—No le digas así.
—Cariño, ambos sabemos que tu fuerte no es exactamente la cocina.
Un puchero inevitablemente se formó en el rostro del más alto. La armonía que rodea la pareja es tan cómoda que cualquiera puede sentirse refugiado. El ronroneo del felino capta la atención de ambos sujetos, el menor se agacha para cargar al gato quien se acomoda de manera tranquila entre los brazos, ambos se quedan mirando un par de segundos y procede a dirigirse a la cocina de la cómoda casa que compartían como pareja.
