U N O

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Capítulo uno:

«Bruno»
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Aunque era viernes y la ciudad gozaba un tiempo maravilloso de sol y cielo despejado, de esos que rara vez se ven. No puedo evitar pensar que ha sido un pésimo día. Y sí por alguna extraña razón llegaba a pensar todo lo contrario, solo tenía que recordar todo lo que había pasado en ese miserable día, que fácilmente podría catalogarse como uno de los peores de mi patética vida.

   El lunes será de lo peor. Afirmó mi conciencia con un tono burlón ante el futuro que me esperaba después del fin de semana.

   Apenas tenía 17 años y me encontraba cursando la mitad de en mi último año de escuela. Cada día que transcurría se sentía como si me estuviera muriendo de manera lenta y agonizante, por más que intentara alejar las nubes grises que me cubrían la cabeza y que me producían furiosas tormentas mentales.
Estas tormentas por desgracia no le daban paso a la paz mental, ya que  siempre hallaban la manera de encontrarme y de afligirme por pequeñeces. Sus efectos negativos en mi salud mental eran devastadores y habían llegado al punto en donde me era imposible disimular que mis ánimos estaban por el subsuelo y que solo deseaba ser besada por la muerte de una vez por todas.

    Lo más triste de esto, era el hecho de que mis propios familiares cercanos y hasta los lejanos ya habían notado mi deprimente cambio. No sonreía, ya no hablaba hasta por los codos, no cuidaba mi apariencia, a veces no comía por días enteros y no dormía bien.

   Sin embargo ellos en lugar de tender una mano para ayudarme a salir de ese oscuro hoyo, solo se habían encogido de hombros diciendo: «Son cosas de jóvenes. Ya se le pasara pronto porque a lo mejor está así por un chico» como sí yo no estuviera mal en verdad.

    Ojalá se hubiera tratado de cosas de jóvenes…

    Ojalá se me hubiera pasado rápidamente

   Ojalá hubiera sido algo tan simple como un chico que me rompió el corazón, y no de un maldito cretino que abusa de mí.

   Una pequeña lágrima salió de mi ojo y a la sequé tan rápido como pude. Tomé aire mientras repetía en susurros una y otra vez un mantra sobre ser fuerte,  soportar todo lo que me estaba pasando y seguir adelante pese a los problemas que me cortaban el aire. Hacía todo eso con la esperanza de llegar a creerme esas palabras.

   La campana sonó con fuerza avisando el fin de la jornada escolar de ese día. Antes de levantarse de sus asientos, mis compañeros giraron sus cabezas para verme. Algunos mostraban pena, a otros les divertía mi situación como si me lo mereciera y otros sencillamente agradecían el no ser yo.

   Cuando mi mirada se posó en dos jóvenes en particular que pasaron a mi lado, sentí como una capa de sudor frío cubría todo mi cuerpo y como pequeños tics nerviosos comenzaban a hacerse presentes.
   Para combatir la ansiedad que afloraba en mí ser, tomé una fuerte bocanada de aire y seguí con el mantra antes de salir del aula. Al estar afuera, de manera casi automáticamente, agaché la cabeza al sentirme observada por todos los estudiantes que estaban parados en los pasillos haciendo sus cosas.

   Aún era orgullosa y no quería que vieran lo alterada que me encontraba en esos instantes. Había podido notar el espeluznante brillo en los ojos del cretino que me hacía actuar de esa forma, sabía que ese brillo era un spoiler que me advertía que la peor parte del día estaba por llegar cuando saliera a la calle rumbo a casa.

«No demuestres debilidad » Me decía a mi misma con la intensión de borrar la expresión que tenía dibujada mi rostro. Aquella que nació de la enferma mezcla de vergüenza, miedo e ira.

Evil may LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora