Cada cierta cantidad de años, el anciano vuelve al árbol marchito intentando encontrar a las hermosas mujeres otra vez. Apesadumbrado se asegura que nunca más va a correr la misma suerte, que esa oscuridad que lo cubrió y hechizó hace tiempo se las llevó hacia algún lugar desconocido.
Junto con sus hermanos Uld y Jord deambulan las cercanías, estudiando el ennegrecido nogal y la tierra seca bajo sus raíces. El más anciano y sabio de ellos, Uld el Vidente, creador de la primitiva Escritura Titánica, la Simbología Athrordin, talló en una ocasión sobre las piedras que rodean el lugar largos párrafos que protegen los restos del Quonionsil de cualquier fuerza maliciosa. En otra de las piedras quedó escrita la historia del árbol, y en otra, una profecía que cae sobre él según sus visiones premonitorias. Jord lo imita y talla unos signos de poder sobre un trozo de esmeralda, la cual bendice con su gracia y la ata a una de las marchitas ramas colgantes.
Luego de esto, ninguno volvió a pisar la tierra reseca de los alrededores, excepto Wör.
Un día, el gigante caminaba por la ladera de unas montañas no muy lejos del lugar, en dirección al gran Inssandagr. Desde allí voltea para mirar en dirección al Quonionsil en lontananza. Se detiene en seco y comienza a descender en su dirección. Al aproximarse al retorcido y negruzco árbol ve a poco menos de una milla al sudoeste un grupo de urzosgos pardos, de lomo espinoso y patas rojizas, que camina en línea recta desde el otro lado de un ancho y poco profundo río hasta más allá de unas colinas verdes, subiendo un fino sendero para internarse en los valles boscosos entre montañas de baja altura. Wör se intriga por esto y sigue a los peludos y corpulentos osos primitivos de seis varas de alto que cargaban largas ramas entre sus fauces, caminando suavemente detrás del último tratando de no molestarlos. Tal como había visto, el sendero rodeaba las faldas de algunas montañas y penetraba en un valle resplandeciente de vegetación. En el centro, el gigante llega a divisar algo borrosamente. Se interna más en el valle que no recuerda haberlo visto antes. Un camino natural lo lleva a un amontonamiento de unas cinco o siete viviendas de piedra con techos de ramas, atestadas con animales salvajes, pequeños y grandes, de todas las clases y colores. Entre todos ellos las mujeres se mezclan en el alboroto de figuras. Wör se separa de la fila de urzosgos y entra en la aldea solo, idiotizado.
Ya a pocos pasos de la pequeña aldea, algunas se voltean a verlo; otras no se percatan de su presencia. Una de ellas lo reconoce y se le acerca con entusiasmo.
Estaba completamente desnuda. Con una mano sostiene una larga vara de madera tallada con dibujos. Su cuello esta humildemente decorado con una alhaja hecha de hojas verdes y finas enredaderas cobrizas trenzadas con una resplandeciente piedra ovalada verde que colgaba entre sus pechos. Su cabellera castaña casi dorada resalta tanto como sus ojos verdes oscuro. En su frente y mejillas había pintado los mismos signos que la gema tenía grabados.
– Maestro Wör. – Le dice usando el idioma de los Heimmir con fluidez.
La mujer le sonríe y se acerca para tocarle el rostro con una de sus suaves manos. En ese momento Wör la reconoce.
– Kúminan. – Pronuncia su nombre, entre una sensación de susto y excitación.
Las demás mujeres se aproximan a la pareja, seguidas de todo tipo de animales. Peludos, con escamas, con plumas, reptantes, voladores, de cuatro patas o más. El anciano se conmueve al escuchar a algunas de ellas hablar en el idioma natal de su raza.
– Hay que llevarlo con Madre. – Grita una de ellas a otra, entre el alboroto. Y lo conducen entre las rústicas chozas redondas.
El grupo se detiene junto a un largo estanque bañado por las aguas que caían de las cumbres de las montañas circundantes. El lugar brilla rebosante de vegetación mientras las luces del cielo se reflejan en cada una de las gotas. Desde las centelleantes aguas emerge desnuda Allyä. Al otro lado del estanque, sobre rocas, moho y juncos, se percata de la presencia del majestuoso anteferion de cuernos dorados que bebía tranquilo del agua fresca. Éste levanta la cabeza para mirarlo y luego continua, ignorándolo.
La hermosa mujer se detiene ante él y tapa su cuerpo con una fina y transparente tela blanca que ata solo en la cintura con un cinturón de mechones plateados de crin de unicornio.
Se le acerca y lo abraza sonriendo.
– Mis hijas. – Dice Allyä señalando a las demás mujeres. – ...Maestro.
Las estrellas surcaron el cielo, las coloridas nebulosas en el cosmos flotaron por sobre el mundo prehistórico, grandes piedras solitarias o mundos perdidos aparecían y desaparecían en la vista más allá del Umna en el tiempo en que Wör siguió visitando a las gigantas. El anciano y sus hermanos ayudaron a fortalecer su hogar en el valle, les enseñaron a perfeccionar su idioma, escritura y las diversas artes conocidas por los Heimmir. La sociedad de Allkyres, las Hijas de Allyä, creció hasta extenderse más allá del valle. Más aún cuando alguna de ellas se marchaba para siempre o en busca del descubrimiento de cosas nuevas en el mundo.
Se dice que tiempo después Wör emprendió un largo viaje del cual regresó junto con su hermano Jord, cuya mayor historia comenzaría a partir de aquí y en los años venideros se lo conocería mejor como Jord el Amante. Pero esa historia será contada en otra ocasión.
Alan L. F. Chavez.
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Los Caminantes Primigenios
FantasyLuego del nacimiento del mundo, una vez que la tierra continental emergió desde el oscuro Océano Primordial, aparecieron los Cuatro Primeros Gigantes en los comienzos de la Era Titánica. Cientos de años después, uno de ellos, Wör El Soñador, lograrí...