𝙅𝙐𝙀𝙑𝙀𝙎 - 𝐏𝐎𝐑 𝐓𝐈.

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𝐃𝐨𝐧𝐝𝐞 𝐆𝐮𝐬𝐭𝐚𝐛𝐨 𝐲 𝐇𝐨𝐫𝐚𝐜𝐢𝐨 𝐭𝐢𝐞𝐧𝐞𝐧 𝐚𝐩𝐞𝐧𝐚𝐬 𝟏𝟕 𝐲 𝟏𝟔 𝐚ñ𝐨𝐬.
𝐆𝐮𝐬𝐭𝐚𝐛𝐨 𝐝𝐞𝐛𝐞 𝐩𝐫𝐨𝐭𝐞𝐠𝐞𝐫 𝐚 𝐇𝐨𝐫𝐚𝐜𝐢𝐨.

Jueves por la mañana. Gustabo despierta por la molesta luz del sol. Cuando comienza a abrir los ojos el sonido del despertador lo interrumpe.

– Me cago en la puta... – quejó mientras apagaba el despertador

Se estiró en mitad de la cama y se levantó.
Fue directo a la pequeña cocina que tenía para preparar el desayuno.

– No hay nada... – mustió al darse cuenta que tan solo quedaba un poco de mermelada y leche

Decidió vestirse con cuidado de no hacer ruido.
Horacio y él no tenía clase hasta tres horas después, por lo que podría pasarse por alguna tienda de alimentación y mangar algo.

Abrió la puerta del piso con cuidado de que Horacio no despertase; anoche se quedó dormido en el salón por lo que estaba muy cerca de la entrada y podría escuchar la puerta.

Una vez fuera del edificio se colocó su gorra y fue directo a una de las tiendas más lejanas; en las cercanas le reconocían fácilmente, por lo que no podía entrar.

Entró junto a un hombre mayor; fue directo a la zona del pan y agarró una barra y un paquete de pan bimbo, luego agarró un bote de mermelada y un paquete de galletas.

Cogió un paquete de jamón en tiras y otro de queso para hacerle bocadillos a Horacio y guardó rápidamente en la mochila todo lo que llevaba consigo en un lugar más alejado.

Después de esto, salió por la puerta corredera con cuidado.

«Tres... Dos... Uno...»

– Bip, piii, piii – empezó a correr. Como si no hubiese un mañana. Corrió como pudo, sin mirar atrás. Sabía que nadie le perseguía ya, pero debía asegurarse que no pudieran reconocerlo.

Llegó a casa alterado, sin aire. En la puerta de casa paró para recuperar aire y entrar a casa.

Entró en silencio, sin hacer un mínimo de ruido.
Entró en la cocina y colocó cada cosa en su lugar, dándose cuenta que también había caldo con fideos y una pizza entera.

– Ya hay comida y cena – susurró con una sonrisa para si mismo

– Buenos días Gus, ¿qué haces?

– Ordenaba las cosas para el desayuno. He ido a comprar un poco.

– Guay, ¿qué hay de menú?

– Colacado con galletas, sandwich o pan con mermelada y leche, tu eliges. – sugirió el rubio

– Con un pan con mermelada me sirve, no tengo especialmente hambre hoy – contestó sonriente

– Perfecto, vistete y a desayunar – río al ver como su amigo no recordaba que únicamente llevaba unos pantalones cortos debido al calor.

Desayunaron y se prepararon para clases. Aunque como quedaba bastante tiempo se pusieron a ver la televisión por aproximadamente una hora para luego salir y caminar tranquilamente hasta el Instituto.

Una vez llegaron, Gustabo se colocó su gorra nuevamente y Horacio su capucha para no destacar. Fueron hablando hasta clase y se sentaron mientras hablaban entre ellos, sacando las cosas de la mochila.

Siempre llegaban los primeros; sacaban todo y se acoplaban en el sitio que más les gustaba y esperaban al inicio de clases.

– ¿Qué toca tío? – preguntó el de cresta, sin saber qué sacar.

– Examen de Filosofía. ¿Has estudiado?

– ¡Ah! Si, si he estudiado, que lío macho.

– Ya, bueno...

– Bueno, bueno, bueno – interrumpió uno de los compañeros de clase – veo que alguien ha vuelto a sentarse en mi sitio, ¿eh crestitas? – dijo mirando con frialdad al nombrado

Horacio se iba a levantar y sentarse al otro lado, pero Gustabo le detuvo y lo volvió a sentar.

– ¿Tu sitio? – miro a la mesa y silla como buscando algo – Yo no veo tu nombre en ningún lado.

– Ya. Bueno. Tu no te metas, Rubiales, estoy hablando con el mimado.

– Atrevete a volver a hablarle así y mimado estará el puñetazo que te voy a meter en tu delicada cara, ricachuelo – Amenazó levantándose de su lugar

– He dicho que no te metas. Pobretón. No pintas nada aquí.

– Yo ya te he advertido. – Iba a sentarse de nuevo, pero el chico lo agarró de la camisa y lo atrajo a él

– Atrevete, adelante. ¿O es que tienes miedo?

– No me toques.

– Ui, lo siento – dijo haciéndolo caer – se me olvidaba que solo dejabas que te tocara tu novio, mariquitas. Y tu, basura con patas quitate de ahí.

Sin más rodeos recibió un puñetazo en la cara y una patada en sus partes bajas, haciendo que caiga y se golpease la cabeza contra la silla de enfrente.

– Oh, amigo. No debiste hacer eso. – Simplemente salió de clase, y no volvió a presentarse en todo el día

– Vaya payaso. Quién se cree. – gruñó Gustabo

– Gracias Gus...

– No hay que darlas. Es un imbécil el payaso ese.

El resto del día lo pasaron en calma, hasta la hora de la salida, donde se separaban para que Gustabo fuese a su trabajo y Horacio fuese a casa.

– Adiós tío.

– Adiós, Horacio – se despidió el rubio torciendo la esquina en dirección contraria a su amigo

Caminó por un tiempo, centrado en su música, hasta que en una callejuela sintió como dos personas le agarraban las manos por detrás, tapando su boca.

– Tranquilo, chico, tranquilo. Solo te vengo a avisar. – Hizo una pausa, indicando que le soltasen la boca; y eso hicieron – No vuelvas a entrometerte en mis asuntos, ¿estamos? Si yo quiero tocarle los huevos al crestitas, lo hago. ¿De acuerdo?

– Me voy a pasar tus palabras por los cojones. No voy a dejar que molestes a Horacio.

– Pues es una lastima, porque tienes una cara muy bonita como para destrozarla a puñetazos, ¿sabes? – Amenazó acariciando sus pómulos

Gustabo respondió escupiendole en la cara.

Gustabo entró a casa cerrando tras de sí, yendo directamente a la cocina, donde estaba su amigo.

– Hola Gus-- ¡GUSTABO! ¿¡Qué coño te ha pasado!?

– Nada. Los capullos del Instituto.

Gustabo llegaba con la nariz sangrando, varios moratones por la cara, con el labio partido y alguna que otra herida.

– ¿Cómo? ¿Qué te han hecho?

– Nada, nada. Solo no quería que te molestasen, y, a partir de ahora, ya van a parar, ¿si?

– Vale, pero... Joder Gustabo, no tendrías que haberte peleado por mi... Me siento fatal tío. – Su voz sonaba más baja y calmada, pero tímida a la vez

– Yo haría lo que sea 𝐩𝐨𝐫 𝐭𝐢 Horacio. Lo que sea. – Respondió acariciando su pómulo

Horacio simplemente se hechó sobre él para besarle, esperando ser correspondido.

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