El rugido del motor imitando una bestia salvaje que persigue a sus presas con una velocidad inigualable, es todo lo que se oye por las calles despobladas. La noche espolvorea estrellas por el amplio cielo, mientras que el viento sacude silenciosamente los cabellos que caen por su frente estrecha. Takemichi no puede pedir más que ese momento, ese instante preciso en el que puede hundir su rostro en la espalda ancha, aspirando el aroma a motocicleta mezclado con colonia masculina.Hanagaki se aferra a la cintura, fuerte y dura, apretando sus dedos sobre la tela del uniforme, fingiendo que no sabe que puede dejar marcas. (Él realmente quiere dejar sus huellas sobre la piel blanquecina, pintar sobre ese trazo, advertir que estuvo ahí, incluso si no fue de una manera íntima.) Sabe que su engaño no funciona, incluso siendo él, ya que no es del tipo que teme la velocidad en la autopista, pero está bien así, porque Draken nunca dice nada.
Sonríe sobre la espalda ajena, susurra para sí ilusiones lejanas, los sueños que se entrelazan con la realidad de vez en cuando. En situaciones como esa, Takemichi suele perder el juicio, piensa que puede ser correspondido, que si la vida le ha enseñado algo, el silencio de Ken solo indica cosas buenas. Si él no está equivocado (y desea, tanto, desesperadamente no estarlo), que Draken nunca haga un intento por alejar sus manos, que cuando acelera y sabe que Takemichi presiona más fuerte, más apretado, solo continúa haciéndolo como si realmente no le molestara en lo absoluto que estén tan pegados, solo puede significar algo.
Y, si no es tan tonto como ha creído toda su vida, entonces sus manos no se equivocan cuando sienten las manos ajenas rozar las suyas, no es imaginación suya que su destino se desvíe (Mikey va a matarlos como no lleguen a esa reunión temprano, pero no importa), y si luego Ken se detiene frente al mar y le besa... entonces no es tan tonto como creía.
Pero, pero, pero, balbucea internamente, porque todavía la inseguridad repta hasta su cabeza y le dice que nunca podría quererlo alguien como Draken, al menos no a él que es tan poca cosa. Pero las manos ajenas (tan grandes que le revuelven las tripas de los nervios y la expectación) le sostienen sobre el suelo, le hacen notar su realidad, junto al mar y las estrellas que refulgen, el sonido de las olas que salpican la arena entorno a ellos. Takemichi no está soñando esta vez, porque Ken le besa y es dulce, tan delicado que le quema el pecho y desea en el fondo que sea brusco también, que le apriete contra su cuerpo y le convierta en fuego de tantos besos calientes y, y... de todos modos está bien, cualquier beso de Draken estará bien. Sonríe, embobado, mientras sus manos trepan por los hombros amplios y llega hasta el suave y brilloso cabello trenzado, juega con él porque ese ha sido su sueño desde que le conoció y se pregunta si él también podría hacerle peinados tan lindos.
Tal vez está yendo demasiado rápido, se dice, aunque no parece ser el único. Ken le besa, tanto, tantas veces que teme gastarse los labios, pero está bien, si es Draken está bien, repite.
Los labios ajenos son ásperos, secos como las hojas de otoño que caen y se acumulan en su ventana, cálidos como el chocolate que se prepara en las mañanas, dulces como la miel que se desliza sobre el pan. Incluso así es especial, porque su estación favorita siempre ha sido el otoño.
Ken parece leerle como libro abierto, le sonríe y le dirige una mirada cargada de sentimientos imprecisos, interminables como una tormenta poderosa. Takemichi lo entiende, porque sus ojos deben destilar lo mismo. Está tan lleno de sensaciones, emociones que tienen nombre y apellido, que le pertenecen por completo a Ken Ryuguji. Así está bien, porque se quieren y, si Mikey se enfada porque no llegaron a tiempo a la reunión, todavía pueden tardar mucho más. Y besarse, besarse toda la noche, hasta que la arena le llegue hasta el pecho y silencie el constante bombeo de su corazón enamorado. Takemichi apoya su cabeza en el hueco del cuello ajeno, se permite aspirar el aroma tan particular de Ken, el aceite de motos, gasolina, el sudor producto de los nervios, la colonia de hombre prácticamente borrada de su piel, y piensa que es como tiene que ser, un enamoramiento natural, donde no hay idealizaciones de por medio. Todo lo que hay es sinceridad, dos jóvenes torpes que recién experimentan el amor construido a base de conocerse, de aprender a entenderse hasta darse cuenta que se quieren. El tipo de querer en el que no basta ser amigos, donde hay besos salpicados de arena, una noche cualquiera mientras escapan de Mikey.
Si es junto a Draken, todo está bien.
Pueden hacer cualquier cosa, incluso escapar de la furia de Sano Manjiro.
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Besos de arena | Drakemichi
FanfictionTal vez está yendo demasiado rápido, se dice, aunque no parece ser el único. Ken le besa, tanto, tantas veces que teme gastarse los labios, pero está bien, si es Draken está bien, repite.