Previo: La Tormenta

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"Mi alma arde en deseos de descubrir los secretos del mar".

H. W. Longfellow.


࿐࿐࿐


Año 2008


La tormenta los había acorralado, no había forma de volver ni forma de evitar las olas monstruosas del pacífico sur.

Estaban atrapados en medio de una de las peores situaciones en las que un marinero podía verse envuelto, la diferencia es que estos apenas eran unos simples aficionados. Un hombre mayor y un jovencito apenas junto a una tripulación de 20 personas a bordo trataban como podían de remontar ola tras ola, aferrados a las barandillas de la cabina. El resto estaba en cubierta tratando de asegurar la carga y los vehículos anclados a la plataforma central.

No hubiesen estado en esa situación si tan solo el capitán no estuviera loco de atar, de hecho, habían tenido que amarrarlo a uno de los pilares de cabina, mientras seguía gritando incoherencias.

— ¡Santa maría, madre de dios...! —rezaba uno de los marinos al borde de las lágrimas.

—¡Callate! ¡Callate! —le gritaba otro—. ¡NO VAMOS A MORIR! —Claro que el primer hombre no lo escuchó, estaba demasiado aterrado como para pensar en algo más que no fueran plegarias.

—¡Kenny, muchacho baja y revisa el nivel de... ¡MIERDA! —se vio interrumpido por el choque de una ola contra cubierta, el barco se había inclinado unos grados a la izquierda.

El muchacho apenas podía mantenerse de pie, sujetándose con fuerza de una baranda. A sus pies estaba su padre, el hombre sonreía como un desquiciado, totalmente fuera de sí.

—¡Atraerán a los hombres con sus cantos solo para ahogarlos! —decía una y otra vez excitado. Otra vez el transbordador se meció de lado a lado como un bote de juguete.

—¡CHICO EL NIVEL! —le gritó el que ahora dirige el barco. — ¡AHORA!


El joven asintió y bajó las escaleras para ver cómo se encontraban los niveles de agua, que cada vez una ola rompía contra cubierta, inundaban más y más toda la parte inferior. Al llegar abajo dio el aviso por radio: la situación estaba crítica.

Salió hacia el exterior agarrado de las escaleras, cuando justo en ese momento el transbordador se inclinó de frente en un ángulo semi recto llevando consigo hacia el frente, todo lo que no estuviera sujeto a la plataforma: carga, hombres, lo que fuera.

Kenny, que apenas era un joven, miró con terror como una ola gigantesca se elevaba apenas unos metros de distancia. Venía directo hacia ellos. El capitán hizo sonar las alarmas de toda la embarcación para alertar a la tripulación; debían entrar a las cabinas y evitar estar afuera, pero era demasiado tarde.

Desde un inicio esa travesía no pintaba un buen desenlace, pero se dejaron llevar por la desesperación y las órdenes de un viejo delirante, promesas sobre pactos con seres del mar y riquezas infundadas. Al menos algo les había salido bien, pero debían llegar sanos a la isla si querían conservar aquello.

Lograron remontar la ola con demasiada suerte, esto le permitió al joven volver con sus capitanes.

—¡Atención! ¡Atención! Aquí el transbordador cruz sur, ¡tenemos una emergencia! —trataba de comunicarse con los marinos, pero no había respuesta.— ¡Repito: tenemos una emergencia!

—¡El agua está hasta arriba! —informó Kenny—. ¡No vamos a lograrlo!

—¡HIJOS DE PUTA CONTESTEN! —gritaba angustiado el segundo al mando. No había respuesta.

Vamos a morir, pensó.

De pronto todas las luces y la energía se cortó en toda la embarcación, ahí estaba: su hora había llegado y casi unos minutos más tarde una gran ola rompió con fuerza sobre toda la cubierta principal, partiéndola por la mitad.

Los hombres no tuvieron tiempo para reaccionar cuando se dieron cuenta de que, el agua les apretaba la garganta y llenaba sus pulmones.

Kenny quien en su último instante decidió soltar a su padre para que muriera luchando, daba giros violentos dentro del agua hasta hundirse cada vez más en el océano. Tuvo un único pensamiento: su hermana y el niño. No los volvería a ver, estarían solos en un pueblo de víboras, luchando por sobrevivir.

Se dejó arrastrar en el ir y venir de la inconsciencia, convencido de que había sido todo, pero el muchacho no sabía que esa noche no estaba muriendo, sino que lo jalaban hacia la superficie con una fuerza demoledora.

Despertó a la orilla del mar con una sensación de terror y alivio al vomitar fuera de sí toda el agua atorada en sus pulmones. Al rodar sobre su costado y quedar sobre su vientre algo a unos metros le llamó la atención. Era tan radiante, tan increíble como el hecho de haber sobrevivido.

La magnífica criatura le sonrió desde donde las olas subían hasta sus rodillas para luego darse la vuelta y desaparecer. Eso fue lo último que vio esa noche.

Antes de desmayarse por el aplastante dolor físico y el shock, notó que traía un objeto atado al cuello, pero antes de poder llevarlo hacia su rostro, se desmayó.

El destino es caprichoso, porque desde ese instante estaría marcado de por vida, ni sería la última vez que se cruzaría con aquella extraña criatura o las demás.






* Editado: 06/04/2024

Lo que el Agua nos Dejó | LevihanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora