EL TIEMPO DETENIDO

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Silencio. Mucho silencio. Soledad, es lo único que ahora se respira, pero por qué, si nada ha cambiado, ¿por qué resulta tan doloroso respirar el aire de mi habitación?, ¿por qué si antes me resultaba incluso relajante llegar a ella, ahora me asfixia? ¿Qué es lo que ha cambiado? ¿Si cada objeto y cada mueble sigue siendo el mismo? O es que, tal vez...

Tocan la puerta. Abro y me retiro de ella inmediatamente, volviendo junto a la ventana que da al jardín.

─ No estaba con seguro, mamá, sabes que puedes pasar cuando quieras.

─ Sí, lo sé, pero no quiero que pienses que quiero invadir tu privacidad - se retuerce los dedos de las manos en el borde de su blusa tejida color lavanda, como ha hecho desde siempre cuando se encuentra nerviosa y dirige su mirada al piso antes de entrar despacio.

─ Ya, gracias, pero jamás pensaría eso.

La miro con la cabeza un poco ladeada, los ojos entornados y sumergiendo las manos en los bolsillos traseros de mis pantalones de mezclilla desgastados, esperando. Ella se sienta sobre el filo de la cama. ¿Por qué me mira así? Con esos ojos vacilantes que esquiva cada vez que chocan con los míos. ¿Por qué no dice nada? ¿Es que espera que yo diga algo? ¿Pero qué? Está notando mi incomodidad y aun así no emite sonido alguno. El silencio es extraño. En su rostro veo la quijada endurecida y los labios apretados que tiemblan un poco antes de poder articular algo. «¡Ah! Por fin va a hablar.»

─ ¿Y bien?

─ ¿Perdón?

─ ¿Cómo te sientes?

─ Bien, creo...

─ No, no hablo de tu salud, sabes a lo que me refiero; a volver a tu viejo cuarto, conmigo, con tu hermano...

¡Vaya! Eso era lo que le inquietaba; los últimos diez años los había pasado fuera de casa y ahora, por fin volvía, sí, hace tiempo me había embarcado en un viaje fuera del país, le había dicho que lo necesitaba para descubrir quién era y cual era mi destino y, era lo que me había repetido a mí mismo una y otra vez como un mantra al salir de aquí, pero desde el inicio supe que eso era sólo un pretexto para huir de esta monotonía asfixiante, una quimera de que la separación provocaría una reacción en mi madre para atreverse a avanzar. Pero no, todas esas expectativas eran un sueño y nada más.

─ Extraño creo... todo sigue igual, como si el tiempo no pasara en este lugar. Ya sabes a lo que me refiero.

Miré todo el lugar mientras me balanceaba sobre los pies mientras le indicaba aquello. Una risa melodiosa que brotó de sus labios lleno el ambiente.

─ ¡Eso es verdad! Aquí nunca ha pasado el tiempo, ni pasará.

Miré embelesado la cara de mi madre mientras sonreía, tantos años sin oír aquella risa, era cómo música en mis oídos y dibujo una sonrisa en mi rostro, creo que de cierto modo la extrañaba y, sin embargo, sigo pensando que tal vez sea eso, el maldito tiempo detenido en este lugar el que me aterraba antes y aún me mantiene a la defensiva ahora.

Todo aquí es siempre igual y está condenado a repetirse una y otra vez, del mismo modo en que las manecillas giran marcando los segundos, minutos y horas por la eternidad. Lo mismo ocurre en cada rincón, en cada objeto, cada acción, todo es constante, repetitivo, y al mismo tiempo, inalterable. Mi madre despertándose cada día a las 5 de la mañana en punto para orar, a las 6 esté en la cocina preparando la fórmula para mi hermano que yace en la habitación continua, con los ojos muy abiertos y sin mover ni un centímetro de su cuerpo jamás, a causa de lo que los médicos llamaron ¡un enigma científico!, a las 8 está dándole su baño de esponja, curando sus llagas en la espalda, leyéndole un libro y quedándose a su lado por horas, hasta que se queda dormido y solo hasta entonces ella puede salir de ahí a cuidar de ella misma, tal vez sea eso, sí... tal vez ser testigo y parte otra vez de esa rutina que parece más la condena de nuestras almas en un círculo del infierno dantesco que estamos obligados a repetir por la eternidad es lo que me aterra tanto.

CUENTOS PARA DESAHAUCIADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora