ESPÉRAME A CENAR

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─ Lo siento, no puedo, le prometí a mi mujer que cenaría con ella.

Con aquellas palabras decliné la invitación de inmediato y de la forma más amable que me era posible, mientras guardaba las cosas de mi escritorio. Un silencio incómodo inundó la oficina y levanté la mirada.

─ ¿Algún problema con eso?

Pregunté a mis compañeros que me miraban. Algunos de ellos cruzaron miradas y después bajaron la vista al suelo, otros retomaron lo que estaban haciendo.

─ No, no. Sólo... creí que habías dicho eso la semana pasada.

─ Sí y lo diré todos los días. Sabes cómo disfruto pasar tiempo con mi mujer.

─ Pero ustedes... es decir, ella... no se había...

De nuevo esas miradas. Dibujé una ligera sonrisa en mis labios.

─ ¿Ido? – Lo interrumpí de inmediato y negué con la cabeza y mi boca – No, ¡Qué va! Si ella me ama, sólo había ido a visitar a mi suegra. Hace unos días volvió y con ella ¡la alegría a toda la casa! Ahora... si me disculpan caballeros...

Tomé mi portafolio y salí lo más rápido que pude de ahí. La oficina estaba a unos 40 minutos de mi domicilio, si todavía tenía que sortear el tráfico de la hora pico, demoraría alrededor de hora y media en llegar. Hace tiempo que hacía el mismo recorrido, pero era en las últimas semanas en que realmente había empezado a odiarlo. Quizá era debido a que estaba comenzando a envejecer, o quizá, a que por fin me había dado cuenta del valor de cada minuto de mi tiempo. Era exasperante ver como las horas avanzaban estando en aquel embotellamiento sin sentido, entre los sonidos de claxon que insistían en hacer sonar sin cesar algunos automovilistas, el bullicio de la gente y el caos que creaban los camiones de carga que ignoraban a cualquier pobre vehículo que quisiera avanzar antes que ellos.

Suspiré, subí el sonido a la música en mi vehículo, mis dedos comenzaron a dar leves golpecitos en el volante al ritmo y mi mente comenzó a quejarse en silencio de cómo se desperdiciaba la vida al salir de la oficina con el sol del atardecer y llegar a casa cubierto por la obscuridad de la noche, negándonos de esa forma toda oportunidad de salir de paseo, obligándonos a posponer esas citas que tanto añoraba al fin de semana.

En cuánto noté que estaba por llegar a mi paradero, un palpitar alegre inundó mi pecho y la sensación de mariposas llenó mi estómago.

«Si alguien te viera ahora, pensaría que eres un recién casado.»

Las comisuras de mis labios se curvaron ante esa idea. Era cierto. Desde aquella horrible discusión que casi nos separa, habíamos decidido "dar borrón y cuenta nueva" e iniciar nuestra relación de cero. Y nos había funcionado muy bien. Todos los días la abrazaba con fuerza al ver sus hermosos ojos al despertar por la mañana, desayunábamos entre risas y salía corriendo del trabajo para cenar cada una de las delicias culinarias que ella disfrutaba tanto preparar y al caer la noche, nuestro tiempo en la habitación era más que maravilloso, ¡era mágico!

Estacioné el vehículo en el garage y entré corriendo, desprendiéndome con gracia de la corbata, lanzando el abrigo y el portafolio al sofá, me dirigí directo a la cocina que estaba ya inundada con el aroma delicioso las especias, la abracé por la espalda, envolviendo su cintura con mis brazos y besé su cuello mientras la escuchaba reír.

─ Cada vez es más insoportable el tiempo sin ti.

Murmuré sobre su piel, mientras dejaba un beso entre cada palabra que decía. Ella giró despacio y fijó sus enormes ojos obscuros en los míos. Tomé su mano y la llevé hasta una silla del desayunador.

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