Parte única

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  Takemichi siempre ha sido un niño correcto, con notas sobresalientes, un uniforme prolijo, el cabello perfectamente peinado. Toda su vida ha vivido bajo los estándares de la sociedad, con la imposición de una personalidad que no salga jamás de la norma. Eso es todo.

La vida, sin embargo, parece tomarlo por la fuerza, arrastrarlo hacia lo más bajo de las reglas establecidas por la comunidad, allá donde la ilegalidad es lo cotidiano. Es incorrecto decir que sabe desde cuándo sucedió, pero recuerda un episodio de su vida que luce bastante como el inicio de su actualidad.

Hace unos dos años, cuando la adolescencia le golpeaba insistentemente la puerta, Takemichi conoció a Chifuyu, un joven teñido, de apariencia criminal de pies a cabeza, con unos ojos tan bonitos que pondrían a cualquiera a rezarle si él así lo quisiera. Hanagaki no puedo resistirlo, aunque, si le preguntaban, nunca puso la debida resistencia.

Chifuyu fue un flechazo, porque con cada pestañeo le provocaba fiebre, cada vez que sus ojos le miraban, Takemichi se perdía en el abismo interno de sus emociones crecientes. Y como todo primerizo, no sabía qué hacer. Si  es que acaso era normal que le gustara un chico, bueno, eso jamás se lo cuestionó, porque pensar que era extraño tener emociones por esos lindos ojos... eso sí que estaría mal. Ahora, que  le gustara un delincuente, eso era otra cosa.

Sus padres no estaban nunca en casa, pero eso no implicaba, de ningún modo, que su vida sería más fácil. Era todo lo contrario, cuanto más lejos se iban más crecían las obligaciones que debía cumplir, la distancia no era impedimento para que sus progenitores le impusieran un modelo de conducta. Así que gustar de otro chico estaba mal y gustar, además, de un criminal... eso era terrible, tan terrible como para que sus padres pegaran el grito en el cielo. Lo suficiente como para decepcionarlos de una buena vez, todo con la finalidad de que lo dejaran vivir en paz. Eso se decía Takemichi.

Su plan inicial era meterse con Chifuyu por pura rebeldía juvenil, el deseo latente de ir contra las figuras de autoridad, la desesperación de cortar lazos y dejar de ser herido por aquellos que deberían amarlo más que nadie. Hanagaki ahora piensa que si alguien le hubiera advertido lo que sucedería, tampoco se echaría para atrás, porque su futuro es impreciso y desastroso, pero él por fin es libre.

Chifuyu fue la mano que se extendió ante sus ojos cuando se estaba ahogando, la primera persona  que lo salvó y lo quiso, a pesar de lo roto que estaba de tanto intentar. Takemichi no pudo aguantar eso, y lloró, sobre la camisa del rubio, mientras este le susurraba al oído que estaba bien. Estarás bien.

Chifuyu le llevó consigo, le enseñó a correr, a pelear, a defenderse, le enseñó la emoción de un viaje en autopista, el calor de unos labios rosados. Fue su primer beso, la primera vez que le tomaron  de las manos para recorrer el mundo, su primera experiencia sexual. Y absolutamente todo lo que experimentó con él es precioso, hasta las discusiones, los te amo que se guardaron por miedo, el amargo enfrentamiento a sus padres que nunca podría haber vivido estando él solo.

Cierra los ojos, el aroma del mar se entromete en sus sentidos, el calor le quema la espalda, se enrosca con más fuerza sobre la cadera ajena. Se pega tanto que sabe que Chifuyu lo regañará, pero sabe también que, dada su situación, no puede hacerlo. Se ríe con todas sus fuerzas, mientras aspira el aroma a hierbas que desprende el rubio, le acaricia el vientre porque le gusta provocarle.

"Take, basta", le dice, pero no hace esfuerzo alguno por moverse.

Las sirenas de la policía suenan lejanas como si fueran una melodía que se reproduce al otro lado del mundo. Takemichi ríe con más ganas, la adrenalina viaja por sus venas, el miedo y la desesperación del pasado ya no pueden alcanzarlo. 

"Es divertido, ¿no te gustaría hacerlo otra vez?", susurra en su oído. Hanagaki siente cómo el chico se estremece al recordar las antiguas experiencias durante sus otros robos, aquellas veces en las que sus manos se aferraban a la entrepierna del otro con impaciencia.

"Te dije que es peligroso, si nos atrapan...".

El viento se ocupa de silenciar su  voz, Takemichi resopla, en verdad quiere tocarlo. Quiere que se detengan en cualquier parte para que le bese con fuerzas, desea que sus ojos brillantes le perforen el alma, necesita con urgencia que sus suaves manos le aprieten contra su cadera y se dejen llevar. Es lo único que quiere, y si la policía los atrapa, entonces se enfrentarán a ellos porque nadie los molestaba cuando estaban juntos.

Aumentaron la velocidad, perdiéndose en los caminos más alejados de la ciudad, en recovecos distantes de cualquier otra persona que no fueran ellos dos. En cuanto estuvieron lo suficientemente lejos, Takemichi se bajó de la motocicleta, ignorando la voz de su novio, ingresando a aquella fábrica en ruinas.

"Take, espera", pidió intentando atraparlo. Lo tomó del brazo, lo atrajo hacia su pecho y le besó con ímpetu, sus manos se acomodaron en la pequeña cintura. "Eres tan impaciente".

Takemichi se removió, le mordió el labio y quitó sus manos de cuerpo.

"Entonces vete", murmuró, con el ceño fruncido y una mueca de disgusto. Chifuyu se río y no perdió detalle de su expresión.

Se acercó despacio, le tomó delicadamente las manos y las besó, regalándole una sonrisa, de esas que sabía no podría resistir.

"Recuerda que somos criminales, no podemos detenernos mientras nos pisan los talones", explicó. Sus manos se metieron bajo los pantalones del precioso chico de ojos azules. "Aunque, si es por ti... podría ir a prisión si lo quisieras".

Takemichi se río, dejándose hacer por Chifuyu. Como ha sido siempre, permitió que sus manos le guiaran, que lo llevara donde quisiera. Mientras estén juntos el destino daba igual.

Sus labios se encontraron, ardientes en deseos, dejando marcas por todas partes en la piel ajena, mientras sus manos se tocaban con desesperación.

Cuando los sonidos de los vehículos policiales se escucharon cerca, Takemichi maldijo en voz baja, entre besos.

"Si siguen interrumpiendo así, de verdad preferiría que nos atraparan". Chifuyu sonrió y le arrastró consigo, era hora de seguir huyendo. A cualquier lugar, juntos.

barriletes | takefuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora