Tres

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Dos años atrás...

New York, Estados Unidos

EVENGELIE

Llevaba casi diez años esperando este momento. Volver a casa era uno de mis más grandes sueños, y eso no significaba que odiara el internado o no fuera feliz en Kyoto. Todo lo contrario, tenía muy buenos recuerdos de todo lo que viví allí. Amaba tanto ese país que, antes de regresar, lo marqué en mi piel para nunca olvidar esa etapa de mi vida que hoy finalmente había finalizado.

No anhelaba nada más que volver al lado de mamá, especialmente ahora, que uno de sus casos se había hecho noticia internacional. En el fondo sabía que, aunque ella me dijera por teléfono que estaba bien, no lo estaba. Solo esperaba que esta vez no quisiera apartarme de nuevo y me dejara estar a su lado.

Regresé a casa sin muchas maletas, solo con algunas cosas que había comprado para ella, algo de mi ropa y una medalla de oro olímpica que gané este año en Taekwondo.

Sabía que no iba a suceder, porque era muy temprano en la mañana y seguramente ella ya estaría en su oficina. No esperaba que viniera por mí al aeropuerto, pero tenía una pequeña esperanza. Esa esperanza murió cuando vi a Natalie Reed sonriendo, con una pequeña hoja de papel entre sus manos, que sostenía con mucha emoción. En ella se leía claramente: BIENVENIDA A CASA, EVE.

Me deshice de mi decepción y acepté lo que era. De cualquier modo, pronto la vería. Corrí hasta donde estaba ella y la abracé. Natalie había sido la asistente de mamá durante muchos años; prácticamente era de la familia, porque cuando mamá no contestaba, era ella quien me auxiliaba en todo, así que eventualmente entró en mi corazón.

—¡Christine estará tan feliz por tu regreso! —dijo, y le creí, pero al llegar a casa y cruzar la puerta de la gran mansión de cristal donde ella vivía, me di cuenta de que esa felicidad de la que hablaba Natalie no estaba en ningún rincón.

La casa estaba llena de personal, de gente yendo y viniendo, vestidos pulcramente con trajes que seguramente costarían la mitad de un riñón. Natalie me miró preocupada cuando vio mi cara de decepción. Tal vez seguía esperando que hoy fuera un día especial no solo para mí, sino también para mi mamá. Y tal vez sí lo era, pero no de la forma en la que yo estaba soñando.

Antes de tomar el último avión que me traería aquí, vi en Twitter todo el caos y la revolución en torno al caso que en estos momentos mamá lideraba. Cada medio tenía algo que opinar, y no solo dentro del país; el caso era internacional, con la otra parte ubicada en Londres. Por lo que leí, los abogados defensores de la institución financiera multinacional Hart Bank llevaban la ventaja, dejando a mamá entre la espada y la pared. Ella debía sostener y defender un caso de desfalco enorme y prácticas corruptas que manejaba la familia Hart, quienes eran dueños y fundadores de ese banco internacional.

Para mí, mi mamá era una sirena inteligente que nadaba entre un cardumen de tiburones corruptos y sedientos de sangre. Tristemente entendí que mi medalla de oro no la impresionaría.

—¿Ella está aquí? ¿O en la oficina? —le pregunté a Natalie.

No saludé a nadie porque la verdad es que a nadie conocía. Recientemente mamá había cambiado la mayoría de su equipo de trabajo debido a una filtración de datos, que hasta este día sabía que no se perdonaba. Era perfeccionista, nunca se victimizaba y era rápida buscando soluciones. Algo que yo también había aprendido de ella.

—Arriba —respondió, señalando las escaleras.

No dudé más y me lancé a correr, subiendo de dos en dos los escalones. Crucé rápido el pasillo y llegué hasta la puerta doble del fondo, la cual abrí sin tocar, pero me arrepentí de no haberlo hecho cuando la escena con la que me encontré fue a ella barriendo con su brazo todos los papeles que tenía sobre el escritorio, hasta con su computadora, que salió volando hasta dar con una pared y terminar en el piso también.

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⏰ Última actualización: Jul 25 ⏰

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MORTAL (LIBRO I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora