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Creo que Nikko se va a desmayar.

Y si se desmaya, ¿cómo voy a cargar ese cuerpote? Es delgado pero tiene un poquito de músculos y es alto. Además, eso de que los huesos pesan es cierto, ¿no? Entonces, ¿cómo voy a pedir ayuda?

Hasta yo entro en pánico.

—¿Es tu hija? —le pregunto, ¿y por qué sueno nerviosa?

—¡¿Tengo cara de tener hijos?! —suelta él, agobiado.

—¡Pues yo qué sé, por eso estoy preguntando! —me defiendo.

—Es... —Le cuesta decirlo por el shock—. Es mi media hermana. O eso dijo ella...

Lo conozco desde hace solo unos minutos, pero me meto en el tema con total libertad, porque hasta yo estoy pasmada.

—¿Quién era esa mujer?

Nikko se pasa la mano por el cabello echado hacia atrás. Exhala. Mira hacia todas partes.

Es raro, pero se ve muy preocupado, al borde del "no puedo creer que esto me esté pasando" y el "quiero patear un basurero como los Sims cuando están furiosos".

—Al parecer mi padre estuvo con esa mujer —intenta explicar—. Y yo no lo sabía, pero él la abandonó o algo así y la dejó con la bebé y ella dijo que no se ocupará de eso así que simplemente la dejó aquí y dijo que era mi asunto, y yo no tenía ni idea...

No sé hacer más que pestañear y mirarlo, y sé que mi cara es un total: wtf?

Hasta se hace un silencio entre nosotros. Hasta me siento un poquito agobiada porque, ¿esto pasa en la vida real? ¿Dejan bebés así de la nada en las aceras?

¿No pasa solo en telenovelas?

Miro otra vez a cesta. La bebé es una cosita pequeña y está dormida. Tiene algo de cabello y es de color miel, como las cejas de Nikko. Sus manos están hechas puñitos y las aprieta contra su pecho. Está toda arropada. Hasta le dejaron un biberón vacío a un lado y un par de pañales.

Nunca he sentido que amo los bebés, creo que solo han sido algo poco importante para mí, pero me causa mucha ternura y algo de tristeza.

Así que...

Momento de irme.

Ya está. A retroceder. No hay otra opción.

Me doy la vuelta, convencida de que esto es algo serio y muy delicado como para seguir metiéndome o seguir mirando. Y pretendo irme lo más rápido posible, pero:

—¡Espera, espera! —suelta él. Me alcanza y me toma por el brazo—. No te vayas, yo...

—¿Uhm? —es lo que puedo emitir, nerviosa, al verlo incapaz de completar la frase.

Toda su cara se contrae de angustia.

—No sé nada de bebés.

—Pues yo tampoco —aclaro. E intento zafarme, pero vuelve a jalarme—. Y estás alterado.

—¿No estarías alterada tú también? —dice, frunciendo el ceño—. ¿O solo te alteran los grupos de ayuda?

—¡Definitivamente no me alteraría con las demás personas! —resoplo en un giro de ojos.  Aunque tal vez sí lo haría, pero estoy en mi defensa, no importa nada más.

Me suelto de su agarre, triunfante.

—¡De acuerdo, entonces eres Miss Perfecta! —dice en una falsa alabanza, y señala la cesta—. ¿Qué harías tú? O mejor dime, ¿cómo se miden los bebés?

El caos que somosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora