La Batalla de Valle Dorado

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La inminente amenaza creciente se acerca con ansias de matar, el color de la tranquilidad pronto será teñido por la desgracia.

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Lord Elios ordenó detenerse en las ruinas de un antiguo castillo de nombre Mitras, sus hombres prepararon el arsenal de batalla y maquinarias para el enfrentamiento.

Los más altos mandos sabían bien de la estrategia de batalla que el duque utilizaría, más aún pidiendo maquinaria que escaseaba a montones y que era muy requerida.

Media hora después de su llegada, los exploradores Imperiales llegaron dando aviso que el ejército demoníaco venía en camino. No dieron números exactos de los engendros, pero el aviso fue más que suficiente para las preparaciones.

Fue así que las tropas del clan de los demonios llegaron.

Los pastos dorados se volvían cenizas y de la tierra brotaba lava hirviente a sus pasos, los alaridos no fueron ignorados, al igual que la saliva que se desprendía de sus bocas.

No llevaban una formación factible, o de manera militar, marchaban en desorden y cada uno miraba a direcciones distintas. Pero subestimar al enemigo, era un error muy caro para un soldado.

— ¡Arqueros, disparen!— La primera lluvia de proyectiles salió disparada y arremetió contra los engendros, los más vulnerables y desprotegidos cayeron al instante; La sangre púrpura chorreaba como cascada de sus cuerpos.

El general Ahsgork lanzó un rugido al cielo, la distancia entre ambos bandos era perfecta, ni tan lejos, ni tan cerca. Algo que enfureció al demonios líder, sus tropas marcharon con gran velocidad y sosteniendo sus armas para dar inicio a la carnicería.

— ¡Muro!, ¡Ahora, ahora!— Exclamó Ezequiel.

Los lanceros se levantaron del suelo dorada y alzaron sus escudos, formando una pared en media luna, el impacto con los demonios fue fuerte y los hizo retroceder.

El general Ezequiel lanzaba gritos para que resistieran, el primer choque saco volando a varios lanceros, más de lo pensado. Los pobres hombres veían de frente a las atrocidades del clan exiliado hace miles de años, la saliva que se desbordaba a montones y sus hileras de dientes de tiburón, casi los hizo salir corriendo.

— ¡Espadachines!

Los lanceros abrieron paso de entre sus filas, lo suficiente para que los espadachines empezarán a disparar apuñaladas a los demonios que intentaban romper el muro.

El filo de sus hojas se llenaba de un color púrpura y trozos de carne se quedaban atorados en las puntas, cada espadachín tomaba distancia y retrocedía dando espacio a un nuevo compañero para seguir la riña.

Los gritos de dolor y la sangre escurriendo fue música para los oídos de los caballeros e imperiales, el duque dio una grata sonrisa y empezó a lanzar mil maldiciones a su feo enemigo.

Sus hombres hicieron lo mismo, espadachines y lanceros gritaban del orgullo mientras hacían retroceder al enemigo. Los cadáveres se iban acumulando, si ellos no los hacían retroceder, el enemigo aprovecharía la desventaja.

— ¡Aire!, ¡Ataquen desde el aire!— Desde las tropas terrestre, salieron disparadas varias presencias azules que se elevaron a los cielos. Sus alas púrpuras y cabeza de gallina con aletas de pez, hicieron que los humanos más cercanos perdieran sus ganas de luchar.

Abrieron sus picos y expulsaron varias bolas de fuego púrpura que dieron de lleno contra los defensores del muro. Los más desafortunados fueron impactados al instante y se ahogaron en un mar de llamas y agonía de las quemaduras, el fuego consumió por completo sus ropas y carne.

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