La niña del fósforo

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H. C. Andersen

Esta es una historia ateridamente triste, que trata sobre una hermosa niña de rubios rizos que caían por su espalda para hacer más dolorosa su desgracia, pero igual nos cortaría con filo ardiente el corazón si fuera la historia de cualquier otro t...

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Esta es una historia ateridamente triste, que trata sobre una hermosa niña de rubios rizos que caían por su espalda para hacer más dolorosa su desgracia, pero igual nos cortaría con filo ardiente el corazón si fuera la historia de cualquier otro tipo de niña abandonada a la suerte, que siempre es mala, de la miseria entre las calles de cualquier ciudad del mundo y en cualquier tiempo desde que nos llamamos modernos.

La niña andaba descalza a causa de haber perdido los zapatos regalados por su madre, ya usados entonces, en la huida por escapar de la embestida de un coche, que para el caso pudo ser de aquellos carros tirados por caballos o alguno moderno impulsado por más de un caballo de fuerza.  Había perdido un zapato por salvar la vida, y el otro se lo robó un delincuentito que se daba valor en esa inmensa ciudad de desconocidos sólo frente a quienes parecían estar en peor situación que él.

Sin zapatos, en medio del frío intenso de un invierno que caracteriza la noche vieja de un año que se extingue lentamente, la niña hacía su último esfuerzo por tratar de vender los cerillos de los cuales nadie le había comprado un hatillo, ni siquiera socorrido con alguna moneda con que un corazón generoso suele anunciar mejor suerte para el año venidero. 

Temía en estas circunstancias regresar a su casa, porque en ella encontraría la furia de su padre que la enviaba diariamente al comercio de calle desde temprano y sin suficiente alimento en las tripas, y porque la diferencia entre el frio de la calle y el de su casa desnuda de paredes, sostenida por un techo de paja, no era motivo de prisa.

En un breve espacio entre el encuentro de dos casas, se quiso calentar prendiendo un cerillo, y sí se procuró calor, pero también despertó su imaginación de niña al ver un gran árbol de navidad iluminado con una variedad de luces de colores nunca antes visto y atestado a sus pies de regalos al alcance de sus manitas, que al estirar apagaron la ilusión.

Entonces encendió otro cerillo robado al montoncito, y sus pies trajeron otra vez sangre entre sus dedos y un calor de hogar mezclado con el olor de una deliciosa cena recién horneada, dispuesta en una mesa larga para gusto de felices comensales ausentes aún. El pavo, que creyó haber llegado tarde al festín, se presentó doradito en toda su piel sin poder ofrecer una disculpa porque tenía una naranja incrustada en lo que fuera su cabeza. El delicioso aroma hacía agua la boca de la niña cuando sintió que su propio dedo ardía y lo agitó para apagar el dolor y el fuego.

No era una niña tonta la de esta historia, porque entonces comprendió que su miseria se hacía más desesperada frente a los sueños que cada fósforo al encender le traía y que al apagarse se esfumaba, entonces recordó a su abuela que había ya muerto pero le había regalado un profundo amor mientras vivía, y la niña quiso que el siguiente cerillo encendido le trajera al añorado ser, pero esta vez sin esperar que con la tenue luz se esfumara su felicidad...

Este espacio queda abierto para que busques el texto del autor y conozcas el final del cuento o para que igual que la niña de los fósforos ilumines con tu imaginación el final que más te convenga.

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