No se sentía como el mismo, era como si en realidad estuviese viendo todo desde fuera: sentado en una sala de cine y mirando una película a punto de terminar.
Era esa comedia de romance adolescente, una fiesta de graduación con la música contra sus oídos, las luces de colores recorriendo el gimnasio a oscuras y al rededor de si mismo sus compañeros de curso siendo ajenos a sus problemas y pensamientos, bailaban como si no tuvieran que preocuparse por lo que sucedería al amanecer del día siguiente. Como si ninguno tuviese el problema de dejar inconcluso un sentimiento el resto de sus vidas.
Ya sabía como terminaría y desde ese asiento vacío de la sala del cine quería gritar a la pantalla que se moviera, que saliera de ahí y huyera hasta su casa, como si aquel protagonista fuese a escucharlo y milagrosamente el final de esa película terminara con una mano conocida tomara la suya y le obligarle a quedarse.
Pero su vida no era una película de romance adolescente, y el no tendría ese "final feliz" donde su problema se resolvería tan fácilmente. Si todo hubiese sido como una película, habría tenido el valor de acercarse a su amigo desde el principio y decirle todo lo que sentía, habría tenido alguna posibilidad de estar tan cerca de el como todas las personas que antes tomaron su lugar.
Nadie dijo que confesarse sería sencillo, especialmente a tu mejor amigo que ahora abraza a su pareja el ultimo día de clases. Antes de que se toque la última canción, Jake aún puede demostrarle que él es el indicado.
Quiero gritarlo pero sólo digo lo que quieres oír.
Termino mintiendo y es tan frustrante, estoy justo aquí, ¿cómo es qué no puedes notarlo?
¿Cuándo vas a entender que soy la respuesta? Que yo puedo robar tu corazón.
A veces estoy tan cerca de confesarlo, pero por ahora... Sólo somos mi miseria y yo.
