I: Stranger

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Todo es más callado en la noche.

YoonGi esperaba que el silencio fuera más ruidoso, que indicará que estaba solo. Pero podía escuchar los pasos detrás de él, y sabía muy bien que no le eran familiares.

Había pocos testigos debajo de los tenues brillos de su lámpara y la luz de la luna. Todos sabían que después de que oscurece la seguridad desaparece.

Su abuela le había repetido miles de veces: los niños buenos siempre obtienen destinos buenos.

¿Acaso la daga que aprisionaba su cuello en este instante lo premiaría por ser un buen chico... o lo castigaría?

YoonGi no sabía la respuesta, y con su piel más pálida que antes, le rezo mentalmente a su dios con la esperanza de que lo salvará de una tragedia.

Sus delgadas manos temblaron de miedo más que frío, y trago duro al sentir una respiración caliente cerca de su nuca.

—¿Jamás te enseñaron a no salir solo en las noches y mucho menos en el bosque? —la voz que le hablaba era aterradora, principalmente por lo poco familiar que sonaba, era grave y baja, bastante inusual en su mayoría. El tono en el que se dirigía era como una amenaza disfrazada de pregunta, una advertencia de que estaba en terreno peligroso.

El pobre joven rubio se mantuvo silencio, se sentía atrapado como una presa entre las garras de su depredador. Era lógico considerando que eso era exactamente lo que estaba pasando.

El extraño acercó su filosa arma al cuello del pequeño, a tal punto en qué este pudo sentir el punzante frío de aquella fina hoja de metal.

—Sigo esperando una respuesta —gruño—. El bosque no es un lugar para niñatos como tú; todavía menos de noche en esta parte cuando los demonios salen —YoonGi frunció el entrecejo sin saber cómo tomar tal ofensa, pues aunque fuera grosero, podía ayudarle a escapar; mordió su lengua para impedir que un insulto saliera de sus finos labios y cerro los ojos para intentar distraerse del frío que atacaba sus huesos.

—S-Solo salí por una caminata —se excuso intentando cubrirse más con su capa con capucha de color rojo.

—No mientas —bufo molesto—. Hueles a pavo y cerveza. Nadie en este maldito pueblo dejaría tal manjar.

—No miento —mintió sintiendo su respiración cortarse al ser levantado contra un árbol. Sus ojos se abrieron.

—Dices no mentir pero huelo tu miedo —se burló su atacante quien ahora podía vislumbrar. Era un chico unos años más grande que él, alto, flaco y pelinegro con musculatura y ojos con pupilas dilatadas e iris amarillentas.

—Sueltame. No tengo porque explicarte —un poco de desesperación lo carcomía por la sensación de terror que lo inundaba. Claramente, el chico frente a él no era del pueblo y no parecía ser exactamente humano, sus rasgos eran dulcemente maduros.

—¿Qué tenga la posibilidad de matarte en este instante no es una razón suficiente? —reto con más seriedad.

El rubio se permitió dejar un suspiro entrecortado abandonarlo. El frío era abrumante sin contar la situación en la que estaba metido.

—No... Solo quiero ir a casa —respondió sin haber resuelto ninguna duda. Las lágrimas inundando sus fanales, siendo prueba de la tortuosa intensidad que lo hacía querer vomitar sus sesos.

—Responde la jodida pregunta, mocoso.

—No quiero hablarlo, y mucho menos con un extraño como tú —su voz tembló un poco, sentía sus cuerdas tensarse por toda la saliva que caía sin su permiso por su garganta, le ahogaba un poco pero mantenía su tambaleante postura para no parecer tan indefenso—. Déjame ir.

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora