4 | El armario maldito

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Para las 4:27 PM, solo me faltaban dos tareas por completar

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Para las 4:27 PM, solo me faltaban dos tareas por completar.

—Conseguir el mantel blanco de Navidad.

—Terminar de montar el arbolito navideño.

Podrían ser solo dos, pero aún así, eran las más difíciles de completar.

Até mi cabello verde en una coleta y doblé las mangas de mi suéter. Solté un suspiro y me lancé a la peligrosa misión de encontrar el mantel más preciado de mi madre. Debía ser la única persona en la ciudad que tuviera un mantel favorito, pero supongo que todos tenemos nuestras rarezas. Recé a todos los dioses que pudiesen existir y con el miedo a flor de piel me acerqué al armario del sótano.

Unas puertas de dos metros de alto, de madera oscura brillante eran la fuente de mis miedos más profundos en esos momentos.

¿Que por qué le tengo miedo a un simple armario?

Pues, es que no es solo un "simple armario". Es el armario más grande y repleto de toda la casa. Luego de cada día de lavandería, más ropa entra en ese agujero del demonio, aumentando la masa interminable de telas capaces de absorberte y atraparte ahí dentro por toda la eternidad.

Bueno, tal vez estaba siendo un poco dramática, pero sí estaba ridículamente lleno.

Abrí las puertas con los ojos entrecerrados, pero no nada pasó. Solté un suspiro de alivio. Busqué y rebusqué entre las toneladas de ropa apiladas unas sobre otras, pero no conseguía por ninguna parte el dichoso mantel blanco con decoraciones de copos de nieve y muérdago.

Me di la vuelta y busqué un banco abandonado al fondo del cuarto y me subí a él con cuidado para poder llegar a los estantes más altos.

Cosas de gente con la altura de un minion.

Seguí revisando bajo las sábanas con patrones de flores de mamá y bajo las mías con dibujos de calaveras sonrientes y vacas con alas.

Estiré la mano más adentro del armario, me puse de puntillas sobre el banco y por fin pude tocar el fondo del armario. Tanteé con los dedos, rezando para conseguirlo ahí.

Me incliné un poco hacia la derecha y ¡bingo!, las puntas de mis dedos tocaron la tela de lino.

Pero no lograba tomarlo.

Tomé una muy mala decisión (nada nuevo) y di un salto sobre el banco para poder agarrarlo.

Por un lado había salido bien, ya tenía el camino de mesa en mis manos, pero por otro...

El banco bajo mis pies se tambaleó. Había sido una pésima idea saltar en un banco viejo que se tambaleaba a un lado. En mi defensa, la física no era lo mío.

Di un grito y me sujeté del borde del estante superior, quedé colgando como un mono del armario. Moví los pies en el aire, buscando a ciegas el soporte del banco, pero no estaba ahí.

Me quedé colgando como la propia estúpida.

—Ni una tarea puedo terminar sin hacer el ridículo —murmuré, apretando el agarre a la madera, mientras sujetaba entre mi brazo y mi torso el mantel.

Para completar la ridícula escena que había montado, el celular empezó a vibrar en mi bolsillo.

Solté un quejido y miré sobre mi hombro. Era un poco más de medio metro de caída, pero aún así iba a doler. Me agarré con fuerza e intenté cambiar de posición para caer de pie e ilesa, pero lo único que logré fue enganchar una de mis pulseras con las sábanas y enredarme toda.

La caída no fue tan mala después de todo, las sábanas que había arrastrado conmigo amortiguaron la caída. Pero aún así caí de lado.

—Me caí —dije, avisándole a la nada. Enrojecí y me quedé un rato tirada en el piso sobre las sábanas, mirando las vigas del techo. Recordé que mi teléfono había estado vibrando así que saqué los brazos de debajo del enredo de telas y encendí la pantalla. Una llamada perdida de Jade.

Estaba por escribirle cuando entró de nuevo otra llamada suya. La acepté, mientras me levantaba.

Me dolía un poco el culo por la caída.

—¿Hola? —habló Jade al otro lado de la línea. Se la escuchaba algo confundida— ¿Camille estás ahí?

Saqué el pie de entre las sábanas y me agarré de la puerta del armario para no volver a caerme.

Solté un suspiro.

—Uh... Sí, sí, estoy aquí—contesté, recuperando el aliento—. Ahora me dio miedo, ¿por qué llamas? Tú nunca llamas, nadie llama ahora.

—¡Porque pensaba que te habías muerto! —gritó entre risas—. ¿Estás bien? ¿Las gemelas volvieron a esconder tu teléfono?

—No, no —me apresuré a responder, guardando las sábanas. Recordé ese día en que escondieron mi teléfono y no quería decirle nada a mamá porque pensaba que lo había perdido en clases—. Estoy haciendo algo pero no te puedo decir qué.

Escuché su silencio y sabía perfectamente que estaba entrecerrando sus ojos y mordiendo su labio, intentando descifrarlo.

—Sospecho qué es...

Solté una risa.

—Lo dudo —dije, cerrando el armario—. Me tengo que ir ahora, te veo en la plaza. ¿Todo va bien contigo?

—Sí, sí, estoy en casa aún. ¡Protege tu teléfono de tus hermanas! —gritó antes de colgar.

Recogí el mantel y dejé el banquito traicionero en su lugar antes de marcharme.

Una tarea menos. 

Ahora solo faltaba la más difícil de todas. 

❆❆❆

No sé qué decir pero ¡actualización no planeada! porque toda la semana estoy ocupada y no creo tener mucho tiempo de actualizar, pero aquí está este capítulo <3.

Espero que estén bien, les quiero. 

Recuerden votar, comentar, compartir y todas esas cosas. 

Nos leemos, baiii.

Nos leemos, baiii

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Like angels in the snowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora