Catorce mil seiscientos cincuenta y tres.
Una cantidad, un número, un conjunto de cifras… o los días que mi corazón lleva bombeando dolor a todo mi cuerpo.
A veces se transforma en angustia, otras en nostalgia… pero tiene el mismo efecto en mi vida.
Hace catorce mil seiscientos cincuenta y tres días él zarpó hacia lo desconocido, atravesando aguas inexploradas habitadas por la incertidumbre, la curiosidad, el terror, y la muerte.
Él tuvo la desgracia de ser invadido por el ansia del saber del ser humano. Su naturaleza selló su destino.
Cada una de las palabras inundadas de miedo y emociones que fluían de mis labios llegaban vacías a sus oídos, y aunque sus sentimientos eran tan sinceros como los míos, no tenían la suficiente intensidad como para frenar los pensamientos lógicos que su cabeza le mandaba acerca de un futuro totalmente distinto donde él era el protagonista.
No le culpo por querer realizar el sueño de todo ser humano; hacerse un hueco en la historia, preparar un mejor futuro para su familia. Me culpo a mí misma por no frenarle, por darme por vencida y verle zarpar con una mueca de tristeza en el rostro en vez de rasgar su ropa con las uñas al intentar sostenerle junto a mi.
Me rendí.
Día tras día le recuerdo, y aunque al hacerlo mi corazón sufre como si le clavaran mil agujas, siento que sino lo hago, algún día lo que fue la fuerza de un amor inquebrantable serán solo borrones de un sentimiento que no lograré descifrar.
Todos los días cierro los ojos y evoco su rostro a mi mente; sus penetrantes ojos azul celeste, sus angulosas facciones de piel cobriza, su corta y brillante melena, negra como el carbón de las minas del norte…
Ya no soy capaz de visualizar su cuerpo, pero a veces leo cartas en los que le describía días después de su partida, temiendo que llegara el día que no volviera y no fuera capaz de recordarle.
En ellas le describo como un hombre guapo, de porte elegante, andares distinguidos, y con cada músculo del cuerpo definido a causa del ejercicio diario.
Siempre olía igual que la brisa marina y sabía a la sal del agua que envolvía la playa, y al igual que una gran ola rompiendo contra las rocas a tu espalda, te hacía sentir imponente, grandiosa, especial.
Unas semanas antes de su partida, cuando me comentó que quería embarcar para cambiar el mundo y yo comencé a intentar quitarle la idea de la cabeza, lo escuché cantar.
No se lo que le impulsó a hacerlo, ya que nunca antes le había escuchado a causa de su timidez, pero ese día, cantó.
Las notas flotaban en el ambiente a nuestro alrededor, ocupando el espacio en el que antes había aire, inundándolo todo.
Yo inhalaba y exhalaba su armoniosa voz, e intentaba retenerla dentro de mí, pero al final volvía a salir de nuevo.
Cada sonido me llenaba por dentro y me hacía flotar, llevándome a un lugar sin problemas, sin un futuro en el que él no estuviera. Me llevaba a un lugar precioso, alegre, y lo más importante, junto a él.
Ese día descubrí una nueva magia, la magia de su voz.
Cuando cesó el canto me di cuenta de que yo tenía los ojos cerrados, y cuando los abrí, ahí estaba él, mirándome fijamente.
Yo le sonreí, y me devolvió la sonrisa.
Nunca había visto aquella sonrisa en su rostro.
Cantar le hacía feliz, y su timidez no le permitía vivir como él quería, y eso le impulsaba a buscar otra forma de encontrar la plenitud en su vida, cometiendo errores que solo empeoraban su situación.
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Magia.
Cerita PendekCatorce mil seiscientos cincuenta y tres. He contado cada día desde que zarpó, he sufrido cada minuto esperando que cumpliera su promesa. La vida no es un cuento de hadas, pero eso no impide que haya momentos de felicidad. Catorce mil seiscientos ci...