Capítulo 3: Duelos emocionales

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- Esto es lo más cerca que he estado de vivir rodeada de lujo - Comentó Lucy Weasley.

Históricamente, la familia Weasley había sido asociada a vivir en pobreza. Tantas cabezas que alimentar con un mero sueldo de un patriarca emocionado por las tendencias muggles no había sido suficiente. 

Aquella generación a la que pertenecía Lucy Weasley, no obstante, no había crecido siendo paupérrima. Pese a que aún se mantenía la distancia entre un miembro Weasley y cualquiera que perteneciera a la aristocracia mágica, ningún miembro podía abiertamente decir que tuviera problemas económicos. Su tío George Weasley había sido el primero en disfrutar de un imperio industrial - y había mimado a sus hijos así como a él le hubiera gustado en su infancia. Fred Weasley siempre había tenido la última escoba que hubiese salido en el mercado. Su bate había sido firmado por Gwenog Jones, la legendaria bateadora de las Holyhead Harpies. Su tío Bill Weasley había heredado parte de la fortuna de los Delacour, junto con los encargos que diversos gobiernos mágicos habían puesto a su nombre alrededor del mundo, en calidad de célebre rompemaldiciones. Tal vez los Weasley-Delacour eran los que más pronto admitieron su riqueza. También lo hacían, de manera más discreta, los Weasley-Potter. Esa Cámara de su tío Harry aún tenía fondo. Los Weasley-Granger, tal vez, eran los que menos poder adquisitivo tuvieran - el cargo político de su tía Hermione no daba tantos frutos como el resto pensaba. Y, en su caso, su padre había trabajado como una hormiga y llenado su propia Cámara de Gringotts. 

A pesar de todo ello, ningún miembro alcanzaría el lujo que revestía las paredes de la Mansión Malfoy. Una generación que escalaba socialmente no podía enfrentarse a una dinastía de aristócratas de sangres pura. Jamás. 

Lucy Weasley no codiciaba aquella vida. Pero tampoco se oponía a que se lo ofrecieran - como bien sabía que podía ser el caso de Fred Weasley o de Dominique Weasley, unos que abrazaban la humildad, siempre que esta cubriera sus necesidades más básicas. Aquellas semanas de integración en el lujo de los Malfoy habían sido suficientes para que Lucy Weasley se planteara destinar sus ahorros a una futura casa en la campiña inglesa. "Cuando acabe la guerra", se decía con esperanza. Y se había inspirado en el gusto de la señora Malfoy. Recogería flores secas para que siempre tuviera color en sus espacios interiores. Acudiría a tiendas de antigüedades para ocupar sus paredes de artilugios complejos. Llenaría el aire del aroma de velas. Y tendría una tetera preparada para aquel que quisiera acompañarla. 

Era fácil crear toda aquella esperanza. Todo aquel futuro. Era algo que nadie, jamás, podría arrebatarle. Estaba en su imaginación y, por ahora, seguiría allí hasta que, algún día, diera un paso hacia la realidad. 

Se veía así misma de Auror. Entregando su sudor al servicio de la comunidad mágica, muggle y de criaturas que la necesitaran a ella. Ella se cuidaría en un remanso de paz. Oh, cómo añoraba algo que jamás había tenido. 

Volvió al presente. La taza de té que tenía en sus manos había alcanzado la temperatura perfecta para que le diera calor sin quemarle la yema de los dedos. 

Su acompañante mantenía su mirada perdida en el horizonte del jardín. Ambas estaban sentadas en un sofá de color pastel. Hundidas en la comodidad, posaban sus ojos en la ventana abierta que ofrecía un pequeño atisbo de una niebla tan madrugadora como ellas.

- Aún no me acostumbro - Admitió Theia Malfoy.

Lucy asintió. 

Observó de reojo a la heredera de aquel lugar. Su larga cabellera platina, sumamente cuidada y reluciente, parecía estar atrapando los rayos del alba. La piel se agarraba a su rostro con fuerza, dejando asomar los huesos en los costados de su cara. Sobre sus grandes ojos reposaban sombras tan hondas como su preocupación. Theia Daphne Malfoy aún se recuperaba de aquella agresión tan cruel por parte de Peter Greenwood. La había hecho, paradójicamente, más fuerte. 

La tercera generación VIIWhere stories live. Discover now