Habitaba una emoción que aún no había identificado. Solía ocurrirle, en incontables ocasiones, una sensación hermana. Sus pies, acogidos en el cuero de un par de zapatos viejos, sostenían su elevado cuerpo sobre allá donde se encontrara. No obstante, su mente parecía haberse sumado al reino de las nubes. Era un soñador, como así lo era su madre, como así lo era su célebre bisabuelo. Más, ¿soñaba despierto aquella vez? ¿O estaba su mente huyendo a una velocidad desconocida hacia un refugio que le abría la puerta a medias?
Y su corazón palpitaba como si se le fuese a salir del pecho. Lorcan Scarmander era un novato ante aquella celeridad que parecía ser tan externa a él, que se sentía atrapado en una dimensión cuyo tiempo estaba más que rezagado a los movimientos y acontecimientos que se sucedían en su espacio.
Había considerado que su última Aparición le había dejado un par de secuelas. Aún no la controlaba bien. ¿Y si se había hecho a sí mismo prisionero de un estado intermedio entre el espacio y el tiempo? Tal vez, debería haber prestado más atención a las instrucciones vagas con las que su padre le enseñó la Aparición. Hacía unas semanas que Rolf Scarmander quería que su hijo pudiera Aparecerse, si aquello le salvaba algún día del flagelo de la guerra. "No le digas a nadie que estamos haciendo esto... Podría meterme en problemas", le advirtió su padre. Se rascaba la nuca, aún inseguro de la decisión que había tomado. Lorcan, no obstante, estaba acostumbrado a todos los riesgos que un adolescente como él no dudaba en abrazar siempre que se le prometía una aventura.
Le habían advertido que sus miembros podrían quedar esparcidos. Una visión ensangrentada y dolorosa que Lorcan se había cuidado de evitar a toda costa. Por tanto, no le quedaba otra que barajar la posibilidad de que aquella sensación fuera simplemente una reacción emocional a todo lo que estaba pasando a su alrededor. ¡Era horrible! Su corazón parecía tener un baile propio, marcando unos pasos que él no podía seguir. Su discurso se tropezaba entre palabras que se adelantaban a sus pensamientos. Un peso invisible se había acomodado en su pecho. Y tenía una imperiosa necesidad de ir al baño.
- No digo que cocines mal -Se lamentó su hermana. Señaló la sartén que Lorcan tenía cogida por el mango. - Pero... Prefiero que no seas tú el que esté a cargo de esto.
La voz de Lyslander Scarmander hizo que aterrizara en su presente. De repente, adquirió todos los sentidos al mismo tiempo. Con el tacto, pudo apreciar una severa subida de temperatura. Con el olfato, supo que los huevos que estaba intentando convertir en una especie de tortilla habían sido chamuscados por su despiste. Con la vista, lo confirmó. Con el gusto, notó que había apretado tanto su propia lengua que se había hecho sangre. Y, con el oído, recordó que se hallaba en Grimmauld Place. En el número 12. Y las voces del resto de inquilinos señalaban que su hermana y él no eran los únicos allí.
- Lo siento... He debido estar soñando despierto -Se excusó Lorcan.
- No pasa nada, Lorcan - Lys le puso una mano en el hombro.
- Bueno... No es por señalar lo obvio... - Comenzó a decir Sebastian McKing. Se vio silenciado, probablemente, por un gesto de su hermana. -Pero... - Su tono cambió a un grado más agudo. -Seguramente haya alguna lata de conserva que podamos comer hoy.
-Pediré a mi madre que nos mande comida -Propuso Lorcan. - No ingredientes...
-Está bien - Dijo Lys. -Creo que yo podré hacer algo en la cena... Si, de todos modos, los únicos que vamos a probar bocado somos nosotros tres y...
- Jamás pensé que vería a Scor comer tanto en tan poco tiempo -Suspiró Seb.
- Bueno, técnicamente, es un mago que lleva milenios sin comer -Puntualizó Lorcan.
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La tercera generación VII
FanfictionLa Batalla Final se acerca. Mientras el mundo mágico llora grandes pérdidas, el Ojo se prepara para el retorno de la Bruja más oscura de la historia. Misterios milenarios que cobran vida conforme el mundo comienza a cambiar por completo... La Tercer...