Capítulo 2: Llegada a su destino

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No se trataba de ambición. Era su destino. 

-Octavio le está esperando en el atrio, padre.

El hombre se ajustó los gemelos. Primero de la muñeca izquierda. Después de la muñeca derecha. Se abrochó el botón del cuello de su camisa negra. Se miró en el espejo de aquel antiguo tocador que había mantenido en la habitación asignada. Era madera vieja. No obstante, la habitación olía a lino, a verano y a flores frescas. 

Evitó sonreír para sus adentros. 

Su hijo se sentó en un banco que se encontraba bajo la ventana. Habían sido afortunados de que no se parecieran tanto entre sí. Sí, compartían el azul de sus ojos. El pico de viuda que su hijo ocultaba con rizos. Y una particular obsesión por las películas muggles. 

-¿Le has avisado de que llegaba? - Le preguntó Loring a su hijo.

Este asintió.

-He avisado al Señor - Añadió Pyotor Karkarov. 

Aquella vez, no obstante, le dedicó una sonrisa a su hijo. Estaba orgulloso de él. Siempre lo había estado. Era la estrella del momento. Había cumplido con su misión. Más, Loring podía ver que estaba consumido. 

No le molestaba. No le reprocharía el hecho de que no celebrase la victoria con júbilo. Entendía, hasta cierto punto, que su hijo había sacrificado a la persona a la que había amado. Había acabado comprendiendo que, durante siete años, se había acomodado a la vida que fingía tener. No podía reprocharle nada en ese instante. 

-Bien -Dijo simplemente. -No tienes por qué estar presente. 

El muchacho asintió otra vez. Se incorporó del banco de madera. Contempló el mar de trigo y olivos que componía el paisaje al otro lado de la ventana. Loring suspiró. Y su hijo salió de su habitación.

Loring siguió la estela que dejó. Pyotor se desvió hacia el pasillo que lo llevaría a las afueras de aquel monasterio en la Toscana. No podía presionar a su hijo aquellos días. Era el mantra que se había auto adjudicado Loring. Después de todo, su hijo había hecho un buen trabajo. Le estaba ofreciendo vacaciones. Quedaba una ardua batalla por delante. Debían recuperar fuerzas y ánimos. 

Además, a Loring no le importaba si Pyotor no presenciaba aquel momento. Era su ascenso. Podría ser peligroso. El Señor, en concreto, podría ser impredecible. Su hijo podría acabar, como él mismo, en la larga cola de magos que aspiraban a besar los pies del Señor. Estaban en un lugar privilegiado ahora, más jamás sería un lugar vitalicio en el Ojo. 

Para aquel momento, Loring había optado por el Atrio como escenario. 

Y allí le esperaban.

Al pie del trono, Octavio Onlamein. Su actitud de superioridad ocupaba tanto espacio que costaba descifrar si estaba nervioso o no. Loring sabía que lo estaba. ¿Cómo no estarlo? El Señor había accedido a una reunión con su rival principal. No era una buena señal, ¿no? 

En el trono que se encontraba en el centro del Atrio, la pálida figura de Mordred Le Fay le miraba con cierta diversión. 

-Señor, muchas gracias por honrarnos con su presencia - Hizo una reverencia hacia el Inmortal. 

Sintió la desafiante mirada de Octavio Onlamein sobre él. 

-Loring -Le nombró. Tal vez la primera vez que decía su nombre sin cierta riña. - Me pregunto a qué se debe esta llamada tan esporádica -Y aquello era ciertamente mentira. El Señor sabía de aquella reunión desde hacía semanas. Solamente fue avisado aquel día de que sucedería a aquella hora por Pyotor.- Su hijo ha dicho que la naturaleza de la reunión de hoy determinará el curso de la guerra -Otra mentira del Señor, por supuesto. No habían sido las palabras de Pyotor, sino las suyas. Supuso que era parte del teatro que Mordred esperaba presenciar.- Dime, ¿es esa varita que portas la Varita del Sauco?

La tercera generación VIIWhere stories live. Discover now