1. Mario

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Tengo que volver a casa. No puedo estar aquí. Ni siquiera quiero estar aquí. Miro las rocas dejándose engullir por las olas y trago saliva. A mi familia le encanta este sitio. Mi primo Felipe conoció aquí a Camille y Jorge empezó su historia con la que ahora es su chica aquí, en una noche de tormenta. Lo cuentan como algo bonito, pero a mí no me lo parece, aunque me calle. 

Estar aquí en plena tormenta para mí sería inconcebible. 

En realidad, lo es a cualquier hora y con cualquier tiempo climatológico. Odio este sitio. No lo he dicho nunca en alto, porque sé lo que pasaría y lo que dirían todos a mi alrededor. Odio que la arena apenas se vea, que las rocas siempre estén mojadas y resbaladizas y que las olas rompan con fuerza contra ellas, dejando claro que son las que mandan, aunque pueda no parecerlo. Trago saliva. Odio este sitio, pero necesitaba salir de casa y respirar. Era eso o dejar ir unos instintos que acabarían por traernos problemas a todos. 

 —¿Tú aquí? Eso sí que es raro. 

 Me giro sobresaltado y veo a Anastasia, la amiga de Natasha, acercarse a mí. Es imposible no verla. Tiene el pelo corto, pero es una peluca, porque está obsesionada con ponerse cada día un color distinto y decidió que era más sano eso que teñirse tan a menudo. 

Hoy es de un rubio tan dorado como el sol. Sus ojos verdes me miran con curiosidad y su boca, mullida, perfecta y pintada de rojo intenso, se estira en una sonrisa que me hace fruncir el ceño, no por la sonrisa, sino por su atuendo. 

Lleva un vestido de cuadros escoceses y estilo retro, como toda ella, con unos tacones de infarto. Jodidamente bonita y jodidamente peligroso para este sitio. Me sorprenden las ganas que me asaltan de sacarla de aquí. Joder, lo haría de buena gana y no podría enfadarse porque es ella la que se está poniendo en peligro viniendo aquí de esa guisa. 

 —¿Se te comió la lengua el gato? He leído que eso puede ser debido a una falta de neuronas. 

 Su acento ruso es intenso y precioso. Es una lástima que haga trabajar a esa increíble boca para insultarme. Podría decirle algo a su altura, pero eso no la molestaría lo suficiente, así que sonrío y me encojo de hombros. 

—«No está bien que una mujer lea... enseguida empieza a tener ideas y a pensar.» 

Todos en mi familia sabrían que es una frase Disney, aunque no detectaran la película. Bueno, lo harían porque Camille me obliga a dar la referencia y entonces tendría que decir que es una frase de Gastón, de La Bella y la Bestia, pero eso Anastasia no lo sabe, por eso no me sorprende en absoluto la ristra de insultos rusos que recibo a cambio. 

 Mira tú por dónde, al final el ánimo va a mejorarme un poco. 

 —¡Mario! —exclama cuando se da cuenta de que sonrío. 

—¿No estabas diciendo lo guapo que soy? Perdona, es que como no hablas en el puto español, pues pasa que me confundo y pienso que me alabas cuando en realidad... ¿no lo hacías?

—Lo más bonito que te he dicho es «alimaña del infierno» —contesta con una dulzura muy impropia en ella. 

—Precioso. En fin, me encantaría quedarme a charlar contigo, pero tengo que ir a casa. Y tú tienes que salir de aquí si no quieres matarte con esos tacones. ¿Cómo se te ocurre pasear así por la playa? 

 —En realidad, iba a tu casa a buscarte. 

 La miro sonriendo, pero con cierto ego, cosa que la enerva lo indecible y, por ende, me divierte lo que no está escrito. 

 —¿A qué debo el honor? ¿Por fin vas a declararme tu amor eterno? 

 —Dios mío, eres el ser humano más insoportable de la Tierra. 

Todas mis ilusionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora