Entro en casa todavía acordándome de que ahora mismo podría estar comiéndome cinco bolas de helado en la cafetería de Sia. ¡Cinco! Esto es otra cosa de la que tiene la culpa el exnovio de mierda de Azahara.
¡Todo es culpa de él!
Todo. El sueño que tengo, mi cabreo constante, mis ganas de asesinar a alguien (a él).
Todo.
Me hubiese encantado quedarme en la cafetería, pero quiero asegurarme de que Azahara come algo. Entre el embarazo y la crisis emocional en la que está inmersa, apenas se alimenta, y lo poco que come lo vomita, así que...
La encuentro en la cocina, es un milagro que esté delante de una taza de algo que parece ser caldo vegetal.
—¿Quieres que te haga algo a la plancha?
Me mira un poco sobresaltada, pero no me extraña. Últimamente se sobresalta por todo. Como si viviera siempre en sus pensamientos y le costara conectarse con la realidad.
—No me apetece nada comer carne.
—Hay setas. Puedo hacértelas en un momento.
Asiente, pero creo que es más porque no quiere discutir que por el apetito que tenga. Me pongo con la sartén de inmediato, intentando estar entretenido. Hago las setas mientras Azahara me mira en silencio. Si quita los ojos de mí es para ponerlos en la pantalla de su móvil, que reposa sobre la mesa.
Aprieto los dientes, me apuesto algo a que el exnovio de mierda todavía no se ha dignado a coger el teléfono. Aun así, no pregunto. No quiero hacerlo hasta que haya comido, que es mi prioridad ahora mismo. Si lo hago, perderá el poco apetito que tiene. Le hago las setas a la plancha y les echo el aliño de la abu Rosario de aceite, limón, sal y algunas hierbas aromáticas. Somos adictos a este puñetero aliño, pero aun así no me paso, porque sé que puede hacer que Aza lo rechace. Pongo un plato delante de ella y me siento justo enfrente.
—¿No tienes nada que estudiar? —pregunta.
—No te preocupes por eso. ¿Cómo estás?
—Bien. —La respuesta es tan automática que guardo silencio, a la espera de la verdad. Azahara baja los hombros y sus ojos, tan alegres siempre, me parten el alma, porque no pueden estar más apagados—. Hecha polvo. Esta mañana...
—No tenemos que hablar de eso, si no quieres.
—Pero quiero. —Asiento y sigo guardando silencio—. No he querido hacerme la eco porque... porque... —Las lágrimas acuden a sus ojos, pero se las traga y sigue hablando, aunque su voz no podría ser más inestable—. Si me hacen una ecografía y lo veo o lo escucho, no seré capaz de tomar una decisión.
Trago saliva. Recuerdo los panfletos que le han dado en la clínica privada a la que la he llevado yo mismo. Pensé que le harían una ecografía y veríamos al bebé, porque ya está de más de dos meses, pero ella se ha negado en redondo. Ha tenido una especie de crisis nerviosa y ha asegurado que no sabe qué quiere. El médico nos ha dado un montón de panfletos que incluyen todas las opciones y ahora ella tiene que valorarlas y a mí me toca quedarme aquí, acojonado por lo que decida.
No estoy en contra del aborto, al revés. Creo que cada mujer es libre de hacer con su vida y su cuerpo lo que quiera, pero en el caso concreto de Azahara, no puedo evitar pensar que ese bebé tendría una gran familia que lo querría con locura y la mejor madre del puto mundo. Y un padre de mierda, sí, pero en esta vida todo no puede ser perfecto. Mejor un padre de mierda que ningún padre, de todos modos. Doy fe yo, que perdí al mío con cinco años.
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Todas mis ilusiones
RomanceMar, pasión y romance del bueno junto a un chiringuito de la costa. Como el mejor verano de tu vida, no querrás que se acabe nunca. Llega el cierre de la saga Dunas, que a tantas lectoras está enamorando. Lo malo de crecer obsesionado con Disney es...