Él

105 10 68
                                    

Caí sobre un mundo totalmente pintado de negro, como si un huracán de carbón le hubiera pasado por encima. Entonces todas las casas, las calles, los árboles, los bosques, praderas, todos estaban cubiertos de ese gris ceniciento. El agua tenía el color del petróleo y el cielo era gris, muy gris, como en las tardes lluviosas. Caí sobre un mundo sin color, en medio de una calle cortada. A mi alrededor habían casas de estilo anglosajón, con ventanas francesas y tal. Cada una con un patio muy florido, pero descolorido. Había personas caminando por las aceras incoloras, todas cabizbajas. Y cuando yo me miré las manos, el cuerpo y mis ropas, todo estaba igual de gris.

¿Cómo había llegado hasta ahí? Que recuerde, yo estaba en mi habitación haciendo mis tareas, como siempre, y afuera, en la ciudad, llovía. Entonces, lo más probable era que me hallaba en un sueño.

De vuelta a mi relato, no supe hacia que dirección tomar, la calle avanzaba y se bifurcaba por lo menos tres veces, se trataba, sin lugar a dudas, de un barrio. Por encima de la calle cruzaban otras calles, como puentes, y a lo lejos se veían edificios altos. Todo era gris, como dije. Me decidí por avanzar en línea recta desde el final de aquella calle cortada.

Después de unos cien pasos más o menos, algo a mi alrededor se detuvo. Esto era un sueño, claro está, pero qué real era todo. Lo que se detuvo en mi alrededor fue el paso de la continuidad del tiempo, que como un programa de televisión que empieza a sufrir interferencias, se fue fragmentado. Sí, y de repente ya no había barrio gris, ni puentes, ni edificios al fondo. No, ahora sólo habitaba a mi alrededor un espacio totalmente negro.

¿Han visto esas caricaturas en las que el personaje aparece de pronto en un lienzo en blanco? Así me encontraba yo. Felizmente había recuperado el color de mi cuerpo.

-Qué es esto? -pregunté y la voz voló hacia la eternidad y ya jamás regresó.

Era una dimensión en la que sólo vivía yo. Pero, para asombro mío, alguien me respondió.

Así como mi voz que se fue, así llegó la voz de alguien, como una bala. La voz no se detenía, al parecer, porque no habían obstáculos, de modo que la voz pasó a mi lado diciendo:

-Soy tú... -y de inmediato siguió su camino.

-Yo? -pregunté de nuevo, confundido. Y la voz volvió a responderme:

-Soy tú -después agregó-, soy la voz de tu conciencia.

Ante esa respuesta me sentí mejor, menos desamparado, más cómodo, maravillado.

-Hablar conmigo mismo -dije-, siempre quise hablar conmigo mismo.

Y la voz me respondió:

-Yo también, amigo, yo también. Empieza por preguntarme lo que quieras.

Sin dudarlo, le hice la pregunta:

-Qué me pasa? -esa duda me acompañaba desde el comienzo, quería resolverla ya, estaba desesperado-, ¿Porqué me suceden las cosas que me suceden? ¿Tú... O sea yo, lo sabes? ¿Lo sé? La gente siempre dice, encuentra las respuestas en tu corazón, puedes echarme una mano con eso? Ahora mismo te has convertido en mi Dios, siempre he pensado que el único Dios que de verdad existe está dentro de nosotros, es aquello a lo que nos aferramos cuando no vemos claro el mañana, cuando ansiamos una salida para los problemas. Yo, que estoy perdido, o así me siento, recurro a ti, a mí, porque estoy cansado de todo...

-Por supuesto que cuentas conmigo, a diferencia de ti, yo no he perdido la esencia de quien soy. Las personas a medida que crecen pierden su esencia, me temo que tú la has perdido -era mi propia voz la que hablaba. Era hermoso escucharme, porque se escuchaba más calmado, más relajante; en cambio yo, el real, el que estaba en el cuerpo y no en el interior, ese, pues ese se oía muy intranquilo, como si estuviera a punto de morir.

El mundo de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora